Réplica a Javier Marías



Soy lector habitual y admirador de la sección de su colaborador Javier Marías, y por esta razón me desagrada comprobar cómo en algunas ocasiones este escritor olvida la objetividad exigible a un intelectual de su talla para defender opiniones o criterios personales que, aunque legítimos, no pueden ser esgrimidos como una opinión general.

Ocurrió el año pasado, cuando el señor Marías criticó acerbamente las molestias que le causaban las procesiones de Semana Santa, un hecho cierto pero parcial, puesto que éstas son tan sólo una de las muchas actividades que conllevan una ocupación de la vía pública. Lamentablemente el señor Marías no dijo nada sobre las manifestaciones variadas que invaden las calles un día sí y otro también, la multitud de eventos deportivos de todo tipo -entre ellos la celebración de los triunfos del Real Madrid, equipo del que creo que es aficionado, con destrozo de la Cibeles incluido-, los carnavales, el paso de las ovejas por la calle de Alcalá o el desfile del Día del Orgullo Gay, entre otros ejemplos que también interrumpen bastante la actividad ciudadana y que, al parecer, no le molestan tanto.

Y ahora ha vuelto a mostrar una patente falta de objetividad cuando, en EL PAÍS SEMANAL del pasado 20 de junio, destapa la caja de los truenos porque amenazan con prohibir fumar -él es fumador- en lugares públicos en los que esta actividad pudiera resultar molesta a terceras personas. Al parecer el señor Marías ignora algo tan obvio como que él es dueño de sus pulmones pero no de los ajenos, y desde luego no es de recibo que alguien de su talla ponga como excusa el absurdo argumento de que “más contaminan las industrias y el tráfico”, amén de que no viene a cuento el demagógico recurso al tráfico de armas. De hecho, tan sólo le ha faltado recurrir a la guerra de Irak, la violencia doméstica o el hambre en el Tercer Mundo para “justificar” su derecho a hacernos tragar su humo.

Es una lástima que alguien como don Javier Marías tenga estas rabietas periódicas, ya que éstas no hacen sino empañar su merecido prestigio como intelectual y escritor.


Enviada el 21-6-2004 a EL PAIS Semanal