Segunda réplica a Javier Marías



Sé de sobra que no van a publicar esta carta, ya que la experiencia demuestra que sólo suelen hacerlo con las laudatorias hacia sus colaboradores, y no con las críticas; pero sí les agradecería, si no es demasiado pedir, que al menos se la hicieran llegar al interesado.

Casualidad o no, lo cierto es que su colaborador ha vuelto a incidir en lo mismo que yo criticara hace tan sólo dos semanas en la carta que, como cabía esperar, no llegaron a publicar: la obsesión del señor Marías hacia ciertas cuestiones de interés estrictamente personal, muy respetables por supuesto pero que no justifican que intente hacérnoslas compartir a la totalidad de los lectores de su columna.

Vaya por delante que entiendo perfectamente su berrinche al tropezar, en el momento más inoportuno, con una procesión a la puerta de su casa; a todos nos ha pasado lo mismo alguna vez, aunque el motivo de nuestra incomodidad no haya sido necesariamente una celebración religiosa. Por desgracia, tal como comentaba en mi anterior carta, los ciudadanos padecemos un día sí, y otro también, toda una plaga de ocupaciones ¿abusivas? de la vía pública, aunque no todos tenemos a nuestra disposición una tribuna pública del calibre de la columna del señor Marías para explayarnos en ella, limitándonos a sufrirlas en silencio.

Si el señor Marías hubiera criticado todas estas invasiones de la vía pública independientemente de su índole, discriminando entre unas y otras tan sólo en función de la magnitud de las molestias originadas, yo habría estado de acuerdo con él. Pero lo que no es de recibo, es que el señor Marías vuelque sus iras tan sólo en las procesiones, soslayando actos equivalentes y cuantitativamente mucho más molestos que éstas; al fin y al cabo las procesiones se desenvuelven por las cuatro calles del poco poblado casco antiguo de Madrid, a diferencia de otras celebraciones callejeras que colapsan áreas mucho más amplias y más habitadas de la ciudad tales como -por poner tan sólo los ejemplos más recientes, aunque hay muchos más- la boda del príncipe, la llegada de la antorcha olímpica o el desfile del Día del Orgullo Gay. Sin embargo, no he visto al señor Marías quejarse jamás de ninguna de ellas.

¿Será porque no le molestan al no atravesar su barrio? Eso sería egoísmo. ¿Será que el señor Marías simpatiza con los organizadores de las mismas o, cuanto menos, no siente por ellos la aversión que muestra de forma explícita ante cualquier tipo de ceremonia religiosa? Eso sería sectarismo. Y si se dieran ambas circunstancias de forma simultánea, habría que sospechar además de una posible soberbia.

En cualquier caso, resulta triste comprobar que un intelectual de su talla recurra a su columna para, en lugar de luchar por una sociedad mejor, limitarse a defender sus intereses personales a la par que pregona sus propias filias y fobias, olvidando que no todo el mundo tiene por qué pensar igual que él. A él le fastidió la procesión del Corpus y a mí me hizo lo mismo el numerito de la antorcha olímpica, pero no por ello he emprendido cruzada alguna ni contra nada, ni contra nadie.


Enviada el 5-7-2004 a EL PAIS Semanal