I+D en la despensa



Como consumidor concienciado, y motivado por mi formación académica, leí con interés el artículo titulado “I+D en la despensa”, publicado en el número del 12 de junio de EL PAIS SEMANAL. El artículo me pareció excelente, pero incompleto puesto que tan sólo reflejaba la cara de la industria alimentaria, y no la más oscura cruz; porque en un tema tan importante como es la alimentación los consumidores nos encontramos inermes en muchas ocasiones frente a maniobras de la industria alimentaria cuyo único fin aparente parece ser un incremento en los beneficios.

Así, está el tema del abuso en los aditivos, en especial aquellos que, como colorantes o potenciadores del sabor, ni incrementan en realidad la calidad del producto ni son necesarios para una mejor conservación, siendo sus únicas funciones las de camuflar su aspecto para hacerlo más atractivo. A ello se suma el oscurantismo de sus siglas, indescifrables para la mayoría de los mortales.

En otros casos la información falta por completo, como ocurre con el tema de los aceites y las grasas, de los cuales es imposible conocer su procedencia exacta. Si en otros tipos de ingredientes como carnes, pescados o cereales, sí se especifica la especie animal o vegetal de procedencia, ¿por qué aquí hemos de contentarnos con un simple “aceites o grasas vegetales”? Sobre todo, teniendo en cuenta que su origen vegetal no es en modo alguno garantía de calidad frente a las tan denostadas grasas animales, en especial si se trata de aceites como los de palma y coco, muy empleados en la industria alimentaria.

Y cuando hay información, ésta puede ser incompleta. Así ocurre, por ejemplo, con la leche desnatada, en realidad un subproducto de la elaboración de la mantequilla, con la que la industria láctea ha conseguido modificar nuestros hábitos de consumo sin advertirnos de que con la grasa la leche también pierde las vitaminas liposolubles. O con los famosos preparados lácteos enriquecidos en Omega-3, ahora tan de moda, que no son otra cosa que una mezcla de leche desnatada y aceite refinado de pescado. Eso por no hablar de cuando se recurre a una terminología científica sacada de contexto y difícil de seguir para el común de los consumidores, tal como ocurrió hace unos años con la guerra publicitaria desatada entre los fabricantes de azúcar y los de edulcorantes sintéticos.

Si a esto sumamos manipulaciones tan poco justificables, salvo desde un punto de vista exclusivamente económico, como la introducción en alimentos tradicionales de ingredientes ajenos a ellos -por ejemplo embutidos de cerdo elaborados parcialmente con carne de pavo- o las triquiñuelas de utilizar un ingrediente minoritario como reclamo en el etiquetado -caso de los productos elaborados “con aceite de oliva” en los que tan sólo una pequeña parte de los aceites empleados es tal-, la conclusión no puede ser otra que la de que no es oro todo lo que reluce.


Publicada el 3-7-2005 en EL PAIS Semanal