Pies en el suelo



Tras leer el artículo Pies en el suelo, de Carmen Pérez-Lanzac, publicado el día 10 de septiembre, desearía hacer algunas puntualizaciones al mismo. En primer lugar, me ha sorprendido sobremanera la afirmación que hace la autora de que en las Universidades Laborales los alumnos aprendían cosas tan pintorescas como aeromodelismo, al tiempo que se especializaban en “agricultura, mecánica, electricidad, construcción, artes gráficas, industria textil o industrias alimentarias”; yo fui alumno de una de ellas (la de Alcalá de Henares), y puedo asegurarles que lo que allí se estudiaba era el bachillerato entonces vigente en España, con unos niveles de exigencia, por cierto, bastante superiores a la media de entonces, tanto en centros públicos como privados, y, cuando terminábamos COU, se nos permitía optar entre las diferentes especialidades de Ingeniería Técnica que se impartían en las propias Universidades Laborales o, si lo deseábamos, éramos becados para matricularnos en la facultad universitaria de nuestra libre elección.

Estoy totalmente de acuerdo con la autora en la importancia para nuestro país de una Formación Profesional sólida y de calidad, pero resulta triste comprobar que para ensalzar sus virtudes, que las tiene y muchas, recurra a la discutible práctica de menospreciar a su presunta competidora, la Universidad, utilizando para ello tópicos del estilo de que “la FP está exenta de los aires de grandeza de la Universidad”, que “aquí se va al grano” y que su alumnado tiene “los pies en el suelo, menos en Babia, con ganas de ganar un sueldo”, como si los que cursamos estudios universitarios fuéramos unos bichos raros que nos regocijáramos en un narcisismo vacuo. De mi paso por la Universidad guardo recuerdos gratos y menos gratos, como en cualquier otro sitio, pero jamás durante todos esos años tuve la sensación de estar en Babia, de perder el tiempo en vez de ir al grano, o de que mis profesores nos imbuyeran el menor espíritu de casta o de superioridad sobre el resto de los mortales; simplemente, estudiaba para forjarme un futuro. Asimismo, la autora podía plantearse la cuestión de que, si existe un déficit de alumnos en la FP, la culpa no es de la Universidad, que también ha perdido alumnado en estos últimos años, sino del pavoroso fracaso escolar provocado principalmente por el hecho de que hoy en día la gran mayoría de los jóvenes no quieren estudiar nada.

Por último, compruebo que la autora tampoco ha sido capaz de resistir a la tentación de sacar a relucir el sobado y falso tópico de “¿para qué ir a la Universidad si luego no vas a encontrar trabajo?” Aparte de que lo que indican las previsiones sobre la evolución futura del mercado laboral no es precisamente eso, lo cierto es que en mi caso particular mi asistencia a la Universidad se debió a una decisión personal adoptada bajo el planteamiento de preferir una carrera de resistencia a una de velocidad, si se me permite el símil deportivo. Por otro lado, tampoco encuentro necesariamente negativo el hecho de que en un principio muchos universitarios se vean obligados a desempeñar temporalmente -recalco lo de temporalmente- trabajos poco acordes con su formación académica, ya que a lo largo de su vida laboral lo más probable es que tarde o temprano acaben alcanzando el nivel que desean; mientras tanto disponen de la posibilidad de competir con éxito con otras personas que carecen de su titulación, cosa que no se puede dar al contrario, lo cual lejos de ser un menoscabo para sus aspiraciones es de hecho una ventaja, sobre todo si para las comparaciones nos fijamos no en el inicio de la vida laboral, sino en la totalidad de la misma.


Publicada el 1-10-2006 en EL PAIS Semanal