Si no fuera por todo el daño que esta señora ha estado haciendo durante estos últimos años, lo de Esperanza Aguirre sería un esperpento digno de figurar en la Antología del disparate. Resulta que la adalid del neoliberalismo más radical, desmanteladora de todo lo público y enemiga acérrima del estado del bienestar, azote furibundo de los funcionarios, a los que no dudó en descalificar e insultar una y otra vez al tiempo que, con la excusa de su presunta vagancia, les endurecía injustificadamente sus condiciones de trabajo, la neoliberal en suma que puso en la calle a miles de funcionarios interinos de la Comunidad de Madrid... resulta, ¡oh misterios del destino!, que esta señora era funcionaria en excedencia desde 1979, tras sólo tres años de trabajo como técnico -por oposición, eso sí, por mucho que denostara contra este sistema de selección- en el antiguo Ministerio de Información y Turismo.

Desde entonces, y durante más de treinta años de forma ininterrumpida, ocupó primero varios puestos de confianza -es decir, nombrados a dedo- en la Administración, y posteriormente diversos cargos políticos hasta su reciente dimisión como presidenta de la CAM. En resumen, se da la paradoja de que, durante la totalidad de su ya larga vida laboral, esta señora siempre ha estado en nómina de esa misma Administración pública de la que tanto abomina y a la que tanto ha dañado, y no precisamente con sueldos de auxiliar administrativo.

Y por si fuera poco ahora, ¡oh milagro!, en vez de convertirse en una emprendedora de esos que tanto alaba, ha optado por recuperar su condición de funcionaria reincorporándose al organismo público Turespaña, donde seguro que no estará tan agobiada de trabajo como los funcionarios con los que tanto se ensañó durante su etapa de lideresa.

Una de dos, o esta señora es una hipócrita de tomo y lomo, o se ha caído del caballo como san Pablo, renegando súbita y tardíamente de su repulsión por lo público. Que cada cual saque sus propias conclusiones al respecto.