Las manipulaciones de la industria alimentaria



De un tiempo a esta parte, cada vez es más frecuente encontrarse en los supermercados con alimentos presuntamente enriquecidos que los, denominémoslos así, naturales. Afirman sus fabricantes ellos responden a las demanda del mercado, pero... ¿no será justo al contrario, que lo que en realidad buscan es modificar nuestros hábitos de consumo intentando convencernos de que sus nuevos productos son más sanos - que los de toda la vida? De paso, añado, suelen ser también bastante más caros o, tal como ellos definen eufemísticamente a incrementar su margen de beneficios, con un mayor valor añadido.

A ello se suman el uso y abuso de ingredientes baratos de dudosa salubridad, desde el aceite de palma y las margarinas hidrogenadas al últimamente famoso panga; el aprovechamiento de las piltrafas rebañadas de las carcasas de los animales sacrificados -léase carne separada mecánicamente- en todo tipo de salchichas y embutidos; la aparición sibilina de carne de pollo y de pavo mezcladas con la de cerdo -en ocasiones de este último tan sólo están presentes la grasa y la corteza- en estos mismos productos o, en general, el abuso manifiesto de todo tipo de aditivos, de muchos de los cuales no está comprobada su inocuidad. Pero la gente traga...

Ciertamente lo mejor es no comer alimentos procesados o, al menos, comerlos lo mínimo posible; pero por desgracia esto tampoco nos va a librar de los antibióticos y otros productos químicos con los que atiborran al ganado. Y ahí está, todavía reciente, el ejemplo de las vacas locas, convertidas en caníbales muy a pesar suyo y en peligrosas para el consumo humano. Porque entre todas las porquerías que les dan o les echan a los animales de granja y a los cultivos, y los contaminantes de todo tipo que se tragan los animales salvajes, ya llevamos nuestra buena ración de venenos sin que podamos evitarlo.


Publicada el 15-2-2017 en la edición digital de EL MUNDO