El bachillerato de excelencia
Respecto al revuelo que se ha formado, por lo general teñido de ideologías políticas, sobre la pretensión de la Comunidad de Madrid de seleccionar a los estudiantes de bachillerato más brillantes, desearía insistir sobre la conveniencia de diferenciar entre elitismo y clasismo.
Por supuesto lo segundo es intolerable, ya que no se puede discriminar a nadie por cuestiones económicas o de clase social y, desde luego, la igualdad de oportunidades ha de ser algo irrenunciable. Pero por lo demás, veo completamente lógico seleccionar a los mejores estudiantes, en función exclusivamente de su valía personal, aprovechando al máximo sus potencialidades no sólo en beneficio suyo, sino también en el de toda la sociedad. Al fin y al cabo, como he oído esta mañana en la radio, es lo que se viene haciendo toda la vida con los deportistas, por ejemplo, y nadie se escandaliza por ello.
Conviene asimismo no olvidar que mal estudiante no significa necesariamente torpe o incapaz; las potencialidades de las personas son muy amplias, y no todos servimos para algo en concreto. Un mal estudiante puede ser un magnífico profesional, al igual que un estudiante brillante puede ser un auténtico manazas. La cuestión está en aprovechar lo mejor de cada uno, sin falsos prejuicios presuntamente progresistas que lo único que hacen, en la práctica, es fomentar la mediocridad general.
Publicada, en forma de comentario a una noticia, el 4-4-2011 en la edición digital de EL PAÍS