Frivolidad y falta de objetividad en un artículo de EL PAÍS
Me dirijo a usted para manifestarle mi malestar por el artículo Monseñor Erre que erre, firmado por Luz Sánchez-Mellado y publicado el pasado 10 de junio en este periódico. Como es sabido, se trataba de una nueva vuelta de tuerca al desagradable asunto de las declaraciones del obispo de Alcalá y, sinceramente, no me gustó su tono. En principio, y conste que en ningún momento he defendido la opinión de este prelado, estimo que, tal como expresó Evelyn Beatrice Hall, por mucho que se esté en desacuerdo con las ideas de alguien, se ha de defender por encima de todo su derecho a expresarlas, sin más límite que el establecido por las leyes. De no ser así, todo intento de acallar a cualquiera, con independencia de lo que diga, tan sólo tiene un nombre: censura.
Por supuesto esto no menoscaba el derecho a replicar o, en su caso, rebatir, pero siempre desde la perspectiva de que nadie tiene derecho a callar a nadie, cosa que en este caso concreto, y desde muchos frentes, estimo que no se ha cumplido. No voy a remover la forma con la que EL PAÍS ha venido abordando este tema, pero sí deseo hacer hincapié en que el citado artículo de Luz Sánchez-Mellado incumple, desde mi punto de vista, la necesaria y obligatoria imparcialidad -estamos hablando de información, no de opinión-, dado que aborda la polémica desde una perspectiva muy concreta y sesgada con un evidente intento de crear opinión, y conste que diría exactamente lo mismo si el enfoque hubiera sido justo el opuesto.
De hecho, la periodista recoge tan sólo la opinión de varios alcalaínos -entre ellos la de una concejal de IU, principal provocadora de la polémica, sobre la que volveré luego-, todos ellos radicalmente opuestos a las declaraciones del obispo, brillando por su ausencia las opiniones de la gente favorable o cuanto menos no tan visceralmente opuesta, que me consta que existe en diversos grados. Porque, en cualquier caso, se pueden reprobar sin necesidad de pedir su cabeza, creo yo. Y lo que ya falsea completamente la realidad, es su alegre y gratuita afirmación de que el obispo dejará a su paso una ciudad polarizada entre la adhesión incondicional de algunos y el indignado rechazo de la mayoría, cosa que me consta, como alcalaíno, que no es así, al menos en semejante grado de cuantificación.
Por si fuera poco, y a modo de guinda, la periodista se permite hacer un frívolo comentario clasificando la sociedad alcalaína en dos sectores, El de los complutísimos -o garrapiñados, por las típicas almendras-, vecinos del cogollo urbano y social, y el resto, los habitantes de los bloques y los adosados de los barrios, que bajan al centro los fines de semana para encontrárselo, muchas veces, cortado al tráfico por los actos religiosos que jalonan un nutrido calendario litúrgico que tiene en Semana Santa su cita estrella. Los 4.000 cofrades apoyan en masa a su obispo y no conviene desairarlos. Si lee usted esta frase, supongo que no le extrañará que como alcalaíno me sienta ofendido, ya que su tono despectivo y descalificador habla por sí solo.
Además es completamente falsa, ya que si bien es cierto que, como en todos los lados, existen sectores socialmente conservadores e inmovilistas por fortuna cada vez más residuales, la sociedad alcalaína no está compuesta tan sólo por éstos y por los habitantes de los adosados de los barrios, y no creo que estar interesado por la historia y la cultura de Alcalá te convierta en un complutísimo, insulto por cierto ya añejo y acuñado por los entonces pertenecientes a ciertas vanguardias culturales, todavía más minoritarias si cabe, caracterizadas por su absoluto menosprecio por todo lo que tuviera que ver con la historia, la cultura o el patrimonio de Alcalá, sin el menor matiz diferenciador. En cualquier caso, la mayor parte de la población de la ciudad no responde como cabe suponer ni a uno ni a otro calificativo, y yendo ya a casos concretos, puesto que mi madre -una señora que jamás ha pertenecido a la élite social de Alcalá- reside precisamente en el centro de la ciudad, como ha hecho durante toda su vida, creo que tengo suficientes motivos personales, además de los generales como alcalaíno, para estar molesto con tan desafortunada frase.
Por estas razones, envié un comentario al artículo recriminando a la periodista por limitarse a dar una imagen de la polémica -y de rebote también de Alcalá- en blanco y negro, sin ningún tipo de matices, al tiempo que mostraba mis dudas sobre la posible objetividad de ciertos protagonistas de la misma, tales como -citaba explícitamente- a los concejales de Izquierda Unida que hacen gala de un anticlericalismo visceral que a mi modo de ver cuestiona su posible objetividad sobre este tema. Nada tenía mi correo, a mi modo de ver -lamentablemente no conservé copia y no puedo enviárselo- que pudiera ser objeto de censura, y sin embargo, para mi sorpresa, fue borrado pocos minutos después de que yo lo enviara, así como un segundo en el que preguntaba las razones por las que había sido censurado.
Ésta es mi versión, por la que le ruego, en aras del bien merecido prestigio de su periódico, que tenga a bien leer el aludido artículo que, desde mi punto de vista, vulnera no sólo el Libro de Estilo de EL PAÍS, sino también las más elementales normas de la ética periodística, e incluso de la ética a secas.
Enviada el 11-6-2012 al Defensor del lector de EL PAIS