Majaderías políticamente correctas
Nueva embestida inquisitorial de la corrección política: la Asociación para el Servicio Bibliotecario a los Niños, por supuesto norteamericana, ha decidido renombrar el Premio Laura Ingalls como Premio Legado de Literatura Infantil al considerar que el conocido libro de esta señora -sí, La casa de la pradera, cuya lacrimógena versión televisiva emitió Televisión Española con gran éxito a mediados de los años setenta-, era racista.
Aunque uno de los lectores de la noticia lo calificó de macartismo del siglo XXI, yo pienso que es todavía peor, porque McCarthy, con todos sus delirios, se escudaba en un enemigo tangible y real, mientras que todas estas majaderías lo único que hacen es competir entre ellas a ver quién lava más limpio. Ya puestos, ¿por qué no reinventan la figura de Ulises, que además de héroe de la Odisea era un perfecto mal bicho? ¿O el Quijote, porque se burla de los enfermos mentales? ¿U Otelo, porque el malo es de raza negra? ¿O El jorobado de Notre Dame, que denigra a quienes padecen este defecto físico? ¿O el Tenorio, por machista? ¿O ya puestos el Antiguo Testamento, que no es precisamente un manual de corrección política?
Hubo también quien vinculó estas estupideces con la izquierda política, lo que suscitó las protestas de otros lectores. En realidad la izquierda de verdad no tiene que ver nada, por supuesto. El problema estriba en que su nicho ecológico ha sido ocupado en muchos países, el nuestro incluido, por una seudoizquierda folklórica que, en su cerrazón mental, ha sustituido sus valores tradicionales por todo este cúmulo de majaderías que lo único que hacen es desviar la atención de los verdaderos problemas a los que habría que abordar e intentar solucionar, a los que para más inri no suelen prestar la menor atención mientras marean la perdiz con su hueco y ridículo buen rollito.
Por desgracia, teniendo en cuenta la incultura cada vez más generalizada de nuestra estupidizada sociedad, las perspectivas no son precisamente halagüeñas.
Publicada el 15-7-2018 en la edición digital de EL PAÍS