El problema del velo



Es un hecho evidente para todos, excepto para aquellos que no lo quieran ver, que los sectores islámicos más radicales están echando un pulso continuo a la sociedad occidental, defendiendo con una tenacidad digna de mejores causas unas pautas de comportamiento que en ocasiones chocan de lleno no ya con nuestros hábitos y costumbres, sino incluso con algo tan importante como son los derechos humanos... esto en nuestros propios países, claro está, porque en los suyos no se andan con disimulos de ningún tipo, tal como demuestran, sin ir más lejos, las recientes noticias venidas de Marruecos o de otros países islámicos.

Lo más irritante de todo es el descaro con el que pretenden exigir aquí justo aquello que niegan sin contemplaciones allá... se me dirá que no todos vamos a ser iguales, a lo que yo respondo que no se trata de establecer comparaciones, aunque no estaría mal hacerlas ya que la tolerancia siempre debe ser mutua para que funcione, sino de preservar conquistas sociales que han costado siglos de luchas y de derramamiento de sangre, sin consentir que nos intenten imponer conductas atávicas felizmente erradicadas hace ya tiempo. Y no nos engañemos, no es una cuestión de religión, algo totalmente respetable, sino de intolerancia religiosa, que es un tema muy diferente.

Por esta razón me sorprende, y me apena, que ciertos quintacolumnistas como los responsables de Movimiento contra la Intolerancia defiendan, en aras de no se sabe qué extraña interpretación del progresismo, comportamientos que son intrínsecamente intolerantes y claramente discriminatorios, por usar sus mismas palabras, al tiempo que pretenden culpabilizar justo a aquellos que lo único que han hecho ha sido velar por el respeto a los derechos humanos. Y por supuesto, si algún culpable hay de los problemas, reales o provocados, de estas chicas, éstos no son otros que sus respectivos padres junto con quienes tan insensatamente los apoyan.


Enviada el 20-4-2010 a EL PAÍS