Las bolsas de la compra
¿Ecologismo, o
caradura?
Una cosa que siempre me ha fastidiado extraordinariamente es que intenten tomarme por tonto. Sí, ya sé que esto es algo que los políticos suelen hacer de forma habitual y, sobre todo, en plena campaña electoral; pero como se trata de algo consustancial a su calaña y por lo tanto de todo punto imposible de erradicar -nos quedaríamos literalmente sin políticos, lo cual quizá no resultara tan negativo-, mucho me temo que no nos queda otro remedio que padecerlos en silencio igual que a esa enfermedad que a todo el mundo le suele dar reparo nombrar en público, incluso bajo su aséptico nombre médico mucho menos eufónico que el coloquial.
No, no me refiero a los intentos de engaño de los políticos, ya que esos son como el valor en la mili, se dan por supuestos, sino al de otros ámbitos ajenos en principio a ellos tales como, por ejemplo, los de quienes intentan vendernos -literalmente, me refiero- algo. Y tampoco estoy pensando en la publicidad, sino en algo mucho más prosaico y concreto como son las bolsas de plástico que nos suministran -o nos suministraban- en los supermercados al hacer la compra.
Cierto es que probablemente se desperdician muchas de estas bolsas, de difícil reciclado, aunque en mi caso sí suelo aprovecharlas y reutilizarlas todo cuanto puedo, otorgándoles una postrera misión como bolsas de basura; pero es muy probable que esto no sea lo normal. Así pues, cualquier iniciativa encaminada a reducir nuestra exagerada producción de residuos de cualquier tipo debería ser, por supuesto, bienvenida.
Pero... ocurre que, mucho me temo, la reciente tendencia de muchos supermercados a suprimir la entrega gratuita -resalto lo de la gratuidad- de bolsas de plástico tiene toda la pinta de deberse a otros inconfesados motivos, diferentes por completo de una presunta sensibilidad ecológica con la que pretenden dorarnos la píldora.
Para empezar, ocurre que en el seno de una crisis económica tan profunda, y dentro además de la cerrada competencia existente en el gremio de la alimentación -ojalá ésta fuera similar en otros ámbitos de la economía-, es normal que los responsables de las grandes cadenas de distribución intenten hacer todo lo posible por reducir costes. Lo entiendo, igual que entiendo que ciertos establecimientos económicos, los denominados de descuento -nunca he llegado a entender el porqué de este nombre-, jamás hayan dado bolsas de forma gratuita. Y entiendo también, que la vida está mu achuchá, que otras cadenas que hasta ahora sí las daban hayan decidido dejar de hacerlo; estaban en su derecho, al igual que yo estoy en el mío de entrar o no a comprar en ellas.
Nada tengo que objetar, pues, en principio a la supresión de este servicio. Pero... por favor, que no me tomen por tonto, ya que eso sí que me cabrea bastante. Admito que me digan que su margen de beneficios se ha reducido y que, por lo tanto, se han visto obligados a reducir costes, ya que la otra alternativa sería una poco deseable subida generalizada de precios. Lo admito, insisto, sin ningún tipo de reticencias.
Pero lo que no consiento, se pongan como se pongan, es que intenten venderme la moto de que, de repente, se han caído del caballo como san Pablo, desatándose en ellos un súbito fervor ecológico en defensa del maltratado medio ambiente; porque por ahí sí que no paso.
Primero, porque mira que es casualidad que esto ocurra justo ahora, en plena crisis económica y con una previsible contracción en el volumen de ventas, cuando hace tan sólo unos años, en pleno furor consumista, era de prever que se gastaran muchas más bolsas y, por lo tanto, se fastidiara bastante más al tan manoseado -en todos los sentidos- medio ambiente, por lo cual lo lógico hubiera sido hacerlo entonces, y no ahora... ¿o no?
Además, lo que ya riza el rizo de la incongruencia y, por qué no decirlo con todas las letras, de la desfachatez, es que, en vez de suprimir por completo la entrega de bolsas de plástico, tal como hubiera sido lo consecuente con su ecologismo neófito, ahora resulta que las venden... con lo cual se les ve no ya el plumero, sino la totalidad del casco y, si me apuran, hasta la mayor parte del disfraz. Vamos, que tienen una cara de hormigón armado.
Porque, díganme ustedes, qué sentido tiene montar una machacona campaña publicitaria, adornada con todos los tópicos al uso del seudoecologismo de manual, cuando luego te dan todas las bolsas que quieras... pagándolas, claro. Con lo cual no sólo consiguen su objetivo de abaratar costes, ahorrándose todo el antiguo gasto en bolsas entre las que no regalan y las que venden, sino que encima quedan bien con su rollito ecológico... o al menos eso es lo que pretenden, a costa claro está de tomarnos por idiotas.
Aunque, bien pensado, ¿no será que, estadísticamente hablando, somos realmente idiotas?
Probablemente sí... porque si no, no se explica que, ya en otro ámbito distinto pero en esencia similar, empresas de servicios tales como los bancos, las eléctricas, las telefónicas o las suministradoras de gas natural nos bombardeen en sus recibos con mensajes tales como el que sigue:
Ayúdenos a cuidar del medio ambiente, haciendo que ésta sea la última vez que imprimimos esta factura. Apúntese a la factura electrónica y disfrute, además, de otras ventajas: segura, rápida, cómoda y gratuita.
Sólo faltaba que encima no fuera gratuita... al tiempo que, curiosamente, no dicen ni pío sobre el dinero que se ahorran amortizando el coste del papel, la impresión, el embuchado en el sobre y el reparto de correo, que va enterito a su cuenta de resultados; porque de ofrecer al cliente un descuento equivalente a la cantidad ahorrada, algo que sí me haría replantearme su oferta, nada de nada.
Que les den.
Publicado el 13-5-2011
Actualizado el
7-1-2012