El timo de las bombillas de (presuntamente) bajo consumo





La Bombilla del Centenario


El otro día se me fundió en casa una bombilla. Esto no tiene nada de excepcional, al menos desde que en 1924 los fabricantes de bombillas decidieran que éstas no duraran más de 1.000 horas, por eso de la obsolescencia programada... con lo cual se acabó el chollo -para los consumidores, claro- de las bombillas de vida eterna, o casi, como la que lleva luciendo ininterrumpidamente ¡desde 1901! en el cuartel de bomberos de Livermore, California. Pero ésta es otra historia que merecerá una reflexión propia.

Así pues, desenrosqué la bombilla difunta para cambiarla por una nueva. Ésta estaba colocada en el plafón del techo del cuarto de baño, por lo que era de las de bulbo pequeño pero, caprichos del fabricante del plafón, con casquillo ancho. Nada excepcional, aunque lo más habitual es que estas bombillas pequeñas sean de casquillo fino.

Con la bombilla fundida en la mano, fui a un par de sitios a comprarla. Antes de seguir adelante, conviene recordar que, en un loable intento por reducir el consumo innecesario de energía, y dado que las tradicionales bombillas incandescentes desperdician mucha electricidad, más de un 80%, en forma de calor y radiación ultravioleta, la Unión Europea aprobó prohibir la fabricación de las citadas bombillas en un plazo escalonado de tres años (2009-2012) empezando por las de mayor potencia, reemplazándolas por las de bajo consumo.

Bien, todavía estamos en 2011 y a la bombilla de 40 watios que necesitaba todavía le quedaba, teóricamente, un plazo de vida de un año, dado que en septiembre de este año se cesó la fabricación de las de 60 watios... pero lo cierto es que no la encontré. Sí había, por supuesto, bombillas convencionales de otros tipos más comunes -que no me servían- así como de bajo consumo de una potencia equivalente, pero al parecer nadie había pensado en el detalle de que en los plafones no suelen caber bombillas demasiado grandes y la mayoría de ellas eran bastante armatostes. Tan sólo una podría haberme valido, pero su “módico” precio de más de seis euros me quitó la idea.

Finalmente fui a un bazar regentado por chinos -el primero que encontré abierto- y allí ¡oh casualidad! encontré bombillas incandescentes de todos los tipos, potencias y tamaños, entre ellas la que yo buscaba. Huelga decir que compré la que necesitaba y alguna más de repuesto, por si las moscas.

Pero esto no es todo. Estoy de acuerdo en que las lámparas de bajo consumo son más eficientes, derrochan menos electricidad y además son más duraderas -aunque como ya he comentado nada impediría técnicamente hacer que las incandescentes duraran mucho más-, pero... también son mucho más caras. Concretamente la bombilla incandescente que compré me costó 0,75 euros, mientras la equivalente de bajo consumo, también en el mismo bazar, salía por  tres euros y medio. Es decir, casi cinco veces más cara.

¿Qué quieren que les diga? Mucho me temo que nos tropezamos de nuevo con uno de esos casos, cada vez más numerosos, en los que con la excusa de la ecología las grandes compañías intentan metérnosla doblada a los sufridos consumidores, pretendiendo encima, para más inri, quedar bien con el buen rollito del presunto ecologismo. Teniendo en cuenta que la preocupación fundamental del ciudadano medio, sobre todo si está en paro o con trabajos precarios, no es tanto el consumo excesivo de electricidad por parte del conjunto de toda la población del planeta, sino el coste de su propio recibo de la luz, resulta conveniente saber cuantas horas se tiene que tener encendida una modesta bombilla de 40 watios para amortizar los 2,75 euros de más que cuesta la dichosa bombilla de bajo consumo... y alto precio.

Claro está que los políticos nos dicen que salen rentables y bla, bla, bla, pero como yo no me fío de ellos ni para preguntarles la hora, voy a hacer algunas cuentas sencillas y así salimos de dudas. Aunque existen diferentes tarifas, para un contrato doméstico normal podemos tomar como coste medio unos 0,14 euros (sin IVA) el kilowatio-hora, lo que supone un total de 0,165 euros sumándole el correspondiente 18% de este impuesto. Haciendo un cálculo sencillo y teniendo en cuenta que una bombilla de 40 watios consume un kilowatio-hora tras estar funcionando 25 horas, para amortizar la diferencia de precio entre una y otra bombilla necesitaríamos algo así como unas 417 horas de funcionamiento continuo, lo que supone unas cuantas visitas al cuarto de baño.

¿Merece la pena? Pues según como se mire. Las bombillas incandescentes, ya lo he dicho, tienen una vida media -arbitraria, vuelvo a insistir en ello- de unas 1.000 horas, mientras para las de bajo consumo nos dicen que el valor es de entre 6.000 y 8.000 horas, es decir, unas 6 a 8 veces más. Conforme tan sólo a estos datos estadísticos, está claro que sí compensaría, dado que el precio de una bombilla de bajo consumo es de “sólo” apenas cinco veces más...

En la práctica la cuestión es más compleja. Primero, porque la vida útil de una bombilla depende de muchos factores distintos, desde el número de apagados y encendidos hasta las posibles fluctuaciones de tensión de la red, sin contar la variabilidad propia de todo sistema estadístico; vamos, que en igualdad de condiciones unas durarán más que otras.

Y segundo, porque también depende mucho del uso que hagamos de esa bombilla. En lo que respecta a la que se me fundió, como ya he dicho estaba colocada en el cuarto de baño, lo que quiere decir que no se encendía demasiado y que, por lo tanto, podría haber durado muchos años... y de hecho, los duró. En resumen, es un caso bastante similar al de aquél que se compra un coche con motor diésel por eso de que el gasóleo es más barato que la gasolina, pero luego no llega a amortizar la inversión -estos coches son más caros que sus homólogos con motor de explosión- debido a que durante la vida media del coche no llega a hacer los suficientes kilómetros para compensarlo.

Todo ello sin contar, claro está, con las periódicas y en ocasiones brutales subidas de precio de las tarifas eléctricas, capaces de mandar al garete a las previsiones de ahorro mejor calculadas.

No queda ahí todo. En principio tenemos que creernos eso de que una bombilla de bajo consumo durará de 6.000 a 8.000 horas, casualmente casi la cantidad mínima para que, desde un punto de vista teórico, su compra resulte rentable... pero, ¿eso es cierto? Lo único que puedo decir es que esas bombillas son en esencia técnicamente similares a los tubos fluorescentes de toda la vida -tan sólo cambia su forma-, y les aseguro que los tubos que tengo instalados en la cocina también se acaban fundiendo; aunque no he medido las horas que duran, no tengo tan claro que alcancen esas cantidades que pretenden hacernos creer.

Lo irónico del caso es que, tal como acabo de comentar, pretenden vendernos como una tecnología nueva y limpia algo que llevamos teniendo en casa toda la vida -porque, insisto, una bombilla de bajo consumo es en esencia un tubo fluorescente al que se le ha dado forma de bombilla para poderlo colocar en cualquier tipo de lámpara-, lo cual en principio está bien, aunque convendría que dijeran también que los tubos fluorescentes y, por consiguiente, también las bombillas de bajo consumo, a diferencia de las bombillas incandescentes contienen en su interior unas substancias sumamente contaminantes -el fósforo que recubre el interior de la carcasa de vidrio-, de forma que si no se reciclan convenientemente -sobre este tema volveremos más adelante- podrían acabar creando un nada desdeñable problema. Pero, claro está, esto se lo callan.

Por si fuera poco, resulta que a estas alturas la tecnología de las bombillas de bajo consumo, o de los tubos fluorescentes, tanto me da, resulta estar ya obsoleta, puesto que existe una nueva generación de objetos emisores de luz, los diodos electroluminiscentes o LED, infinitamente más eficientes y asimismo mucho más rentables energéticamente hablando. Puede que este término les suene a chino, pero si les digo que estos LED son los que iluminan los semáforos -fíjense en esos discos que están formados por un mosaico de puntitos luminosos-, los que alumbran con luces de colorines los árboles de navidad o los que están detrás de las más modernas televisiones planas, a lo mejor ya no les resultan tan extraños.

La eficiencia de los LED es enorme, ya que su emisión de calor y de radiación ultravioleta es prácticamente nula y tan sólo consumen la electricidad necesaria -muy poca- para emitir luz. Su vida media es de unas 50.000 horas, no contaminan y suponen un 80% de ahorro sobre la alternativa fluorescente. Para que se hagan una idea, una bombilla incandescente de 60 watios equivale a una de 13 watios de bajo consumo -o fluorescente- y a una de 7,5 watios de tecnología LED.

Dado lo apabullante de las cifras, la pregunta es inmediata: ¿Por qué no nos olvidamos de las bombillas de bajo consumo y nos vamos directamente a las LED? Bien, existe un pequeño “problema”: aunque ya están a la venta, una de estas últimas puede costar, dependiendo del tipo, entre unos 30 y 70 euros ¡la unidad! Una auténtica burrada, lo que explica que se haya implantado en sistemas como los semáforos, que están encendidos continuamente y por lo tanto el ahorro en consumo puede compensar el coste de la inversión, pero no todavía en los hogares.

A continuación llega la segunda pregunta: ¿Por qué son tan caras? Desconozco si sus costes de fabricación serán superiores o no a los de las bombillas de bajo consumo, pero está claro que para que éstos alcancen unos valores más razonables debería introducirse una fabricación masiva que, hoy por hoy, no tiene lugar. ¿Por qué? Bien, confieso que no puedo evitar ser mal pensado y sospechar que a las multinacionales fabricantes de sistemas de alumbrado no les debe de interesar dar el paso antes de haber “amortizado” suficientemente -léase habernos sacado convenientemente los cuartos- la tecnología de las bombillas de bajo consumo. Está claro que a unos precios similares, o incluso razonablemente superiores, lo normal sería decantarse por los LED, pero desde luego no con esa política de precios que, sospecho, debe de tener mucho de artificial... con la paradoja de que también los precios de las bombillas de bajo consumo son muy superiores a los de las viejas bombillas incandescentes, aunque de aquí a poco nos las van a enchufar por el artículo 33 gracias al expeditivo método de prohibir la fabricación de estas últimas... eso sí, por motivos “ecológicos”.

Poco importa que las bombillas LED sean mucho más ecológicas al consumir menos y contaminar asimismo menos; hasta que las grandes compañías no hayan satisfecho convenientemente sus cuentas de beneficios, mucho me temo que tendremos bombillas de “bajo consumo” -visto lo dicho no tengo más remedio que ponerles comillas- para rato. Y luego, cuando a lo mejor incluso alguien haya descubierto una tecnología todavía mejor que la de los LED, pues nos seguirán vendiendo los LED, que también habrá que sacarles rendimiento en su momento... porque la pela es la pela, por mucho que nos la intenten disfrazar con ropajes ecológicos.

Ah, se me olvidaba. Tanto rollo ecológico y luego resulta que no sabes donde poder tirar una bombilla, aunque sea de las antiguas y no contamine tanto como las de bajo consumo... en realidad contaminan bastante poco, puesto que los materiales que las componen son vidrio, cerámica y metales, los dos primeros inertes y los últimos fácilmente recuperables. Más que por el tema de la contaminación su reciclado interesa para recuperar estos materiales, en especial el wolframio de los filamentos, pero ¿dónde? Al contenedor de metal y plástico no pueden ir porque llevan vidrio y cerámica, y al del vidrio tampoco por las razones contrarias. Si llamas al servicio de información del ayuntamiento te dirán que la lleves a un punto limpio... que suelen estar donde el aire da la vuelta. Y la verdad, tener que coger el coche y gastar gasolina -y contaminar, no lo olvidemos- para ir a tirar una triste bombilla al lugar teóricamente adecuado me parece un tanto pasado de rosca.

Vamos, que a mí me parece muy bien ir de ecológico, pero lo menos que pido es que me lo pongan fácil...




Estrambote


Estamos ya en el verano de 2013, han pasado casi dos años desde que escribí este artículo y, desde entonces, he utilizado algunas bombillas de bajo consumo en diferentes lámparas de mi casa... y, ¡oh, casualidad!, varias de ellas se han fundido sin llegar a durar ni de lejos más que una de las de toda la vida. Por supuesto siguen siendo mucho más caras, así que yo continúo sin verles el ahorro por ningún lado. Eso sí, desde septiembre del año pasado está prohibida la fabricación de bombillas incandescentes en la Unión Europea, pero no, de momento, su venta, así que supongo que les estarán haciendo un gran favor a los importadores de productos chinos, pongo por caso.




Segundo estrambote


A mediados de marzo de 2015 la segunda cadena de Televisión Española emitió un documental titulado La mentira de las bombillas de bajo consumo rodado en 2011, casualmente el mismo año en el que escribí el artículo original. Aunque el título ya dice bastante voy a resumirles brevemente su argumento, en el que se critica la prohibición en la Unión Europea de bombillas incandescentes argumentando que las bombillas de bajo consumo, junto con sus primos hermanos los tubos fluorescentes, crean un grave problema de contaminación con mercurio que no justificaría el presunto ahorro de energía, medido cómo no en forma de una disminución de emisiones de CO2 cuantificada -y eso que estas estadísticas acostumbran a estar infladas- en un 0,4 % del total. Es decir, en nada. Y eso sin entrar en discusiones sobre el controvertido -y manipulado- tema de si el cambio climático, algo por lo demás completamente normal y periódico desde el origen de la Tierra, puede o no verse afectado por la actividad humana, que esa es otra jugosa historia.

El documental, con toda la razón del mundo, cuestionaba que mereciera la pena tan misérrimo ahorro frente al peligro potencial de una contaminación por mercurio, y ponía el dedo en la llaga al denunciar que la controvertida prohibición de las bombillas incandescentes habría sido fruto de una conjunción de intereses entre las grandes empresas del sector -el beneficio económico de las bombillas fluorescentes, o de bajo consumo, es muy superior al de las convencionales- y los políticos interesados en vender su peculiar concepto de la ecología, sin que algunas organizaciones tales como Green Peace salieran tampoco bien libradas de las acusaciones de manipulación ideológica y de pasteleos con la industria del alumbrado. En resumen, el argumento principal era que los intereses económicos, políticos e incluso ideológicos en el caso de Green Peace habían primado de forma escandalosa sobre la salud pública y sobre los intereses de los ciudadanos.

Pienso que sus responsables tenían razón, si bien puede que exageraran un tanto en su alarmismo sobre los peligros de una intoxicación por mercurio; al fin y al cabo hasta hace poco este metal ha estado presente poco menos que en todas partes, desde los termómetros hasta los tubos fluorescentes pasando por los empastes dentales e incluso medicinas como el popular mercurocromo, sin que se dieran casos graves de intoxicación. Pero sí es verdad que se trata de un riesgo innecesario que además lleva aparejados los costes de la recogida de las bombillas rotas o fundidas y su reciclado, y que detrás de todo ello tan sólo parece haber unos intereses muy concretos.

Lamentablemente el documental sólo contrapone a las controvertidas bombillas de bajo consumo -y los tubos fluorescentes de toda la vida, no lo olvidemos- las prohibidas bombillas incandescentes, cuando la verdadera alternativa son las lámparas led. Claro está que, casualmente, eran exorbitantemente caras, es de suponer que para no chafarles el negocio a los fabricantes antes de tiempo. Pero ahora he comenzado a comprar bombillas led a precios razonables -más o menos los mismos que tenían hasta hace poco las de bajo consumo- y la verdad es que merecen la pena. Por cierto, las bombillas de bajo consumo han empezado a bajar considerablemente de precio. ¿Casualidad? ¿O es que la vaca ha empezado a dejar de dar leche, por lo que han pasado a ordeñar otra?

En cualquier caso lo lógico y lo razonable, ya lo apuntaba yo hace cuatro años y cada vez estoy más convencido de ello, hubiera sido dar directamente el salto de las bombillas incandescentes a las lámparas led, obviando las de bajo consumo y procurando suprimir también los no menos perniciosos tubos fluorescentes... pero, como bien dijera Quevedo, poderoso caballero es Don Dinero.


Publicado el 12-9-2011
Actualizado el 18-3-2015