El cliente siempre tiene razón... pero no aquí
NUESTRA
POLÍTICA
Regla 1: El cliente siempre tiene razón
Regla 2:
Si el cliente estuviera equivocado, vuélvase a leer la regla 1
Voy a contarles lo que me sucedió el otro día. No es que tenga demasiada importancia, de hecho tiene muy poca si es que tiene alguna, pero resulta significativo para demostrar que esa presunta divisa que he utilizado como título y que es, o debería ser, uno de los pilares básicos del comercio y de los servicios públicos, en nuestro país no deja de ser mero papel mojado... y puede que ni tan siquiera eso.
Cogí el otro día un autobús urbano. El lugar es lo de menos, puesto que podría haber ocurrido, mucho me temo, en cualquier ciudad española. A poco de pasar la anterior parada, y con suficiente antelación, pulsé el botón de parada preparándome para bajar. Puesto que estaba sentado y tenía el botón en la barra contigua, pude apreciar que se encendía el panel luminoso desde mi asiento, levantándome acto seguido para salir al pasillo.
Supongo que el panel que insisto, yo vi encenderse, se debió de apagar por la razón que fuera, sin que yo me apercibiera de ello debido a un reborde del techo del autobús que impedía verlo desde esa posición. El caso fue que el autobús llegó a mi parada y, como cabía esperar, siguió adelante sin detenerse. Por cierto, en ese momento una señora que estaba, al igual que yo, junto a la puerta pulsó el botón y fue entonces cuando se encendió de nuevo.
Yo, por mi parte, viendo que el autobús me iba a llevar hasta la siguiente parada, llamé al conductor diciéndole que se detuviera. Su respuesta, en tono desabrido y recriminatorio, fue Hay que apretar el botón antes de llegar a la parada. Es decir, saltándose olímpicamente lo de El cliente siempre tiene razón, dio por supuesto, y en voz lo suficientemente alta como para que se enteraran todos los pasajeros, que yo no lo había apretado, lo cual puede ser traducible como El cliente siempre es culpable mientras no se demuestre lo contrario... y a veces, incluso demostrándolo.
Le respondí que yo sí había pulsado el botón a la altura del anterior semáforo en el que había estado parado el autobús -en realidad lo había hecho antes-, y en vez de tan siquiera contemporizar -por supuesto ni se molestó en considerar que mi afirmación pudiera ser cierta-, refunfuñó que la luz no se había encendido... como si la responsabilidad del fallo tuviera que ser obligatoriamente mía.
Insistí de nuevo en que yo sí había pulsado el botón, añadiendo ya con una considerable dosis de cabreo que si el chisme no funcionaba no era por culpa mía.
Para bien o para mal ahí quedó zanjada la discusión, puesto que finalmente acabó parando algo más allá de la parada y yo me limité a bajarme intentando olvidarme del zafio conductor y de sus malos modales.
Lo malo, pensé luego, es que no se trató de un hecho excepcional, sino de algo completamente habitual en nuestro país y a todos los niveles, desde el más relevante hasta el más trivial. Podría ponerles muchos ejemplos más de ello, pero como esto me extendería demasiado prefiero dejarlo para otra ocasión. Como dice el refrán para muestra basta un botón, aunque por desgracia éstos abunden más que las setas en otoño.
Publicado el 11-3-2014