Incongruencias bancarias





Forges, genial como siempre



Decía el mordaz Mark Twain que un banquero es un señor que te presta un paraguas cuando hace sol y te lo reclama cuando empieza a llover... y tenía toda la razón.

Obviamente los bancos no son entidades benéficas sino empresas cuyo fin primordial es ganar dinero, algo por lo demás completamente legítimo siempre y cuando cumplan no sólo las leyes -eso se sobreentiende, aunque en ocasiones les resulten excesivamente favorables- sino también lo que podríamos denominar decencia, algo que no cotiza en el código civil y por lo tanto no es de obligado cumplimiento; pero este tema merece otro artículo diferente.

Centrémonos pues en la frase de Mark Twain y en su aplicación práctica basándome en mi experiencia personal. Es lógico que los bancos tomen precauciones evitando prestar dinero a quien carezca de la suficiente solvencia para tener garantías de que pueda devolvérselo junto con los correspondientes intereses; esto es algo tan evidente que no merece la pena recalcarlo, aunque no deja de ser llamativo que la grave crisis que padeció la banca española hace algunos años afectó principalmente a las cajas de ahorros y no a la mayoría de los bancos privados. ¿Sería porque éstas se habían convertido en las ubres que ordeñaban alegremente los políticos autonómicos, que dispusieron de ellas sin control alguno como si estuvieran jugando al Monopoly? Pero esto también nos desvía...

Sigamos, pues, con el tema de la solvencia como requisito necesario para que un banco te conceda un préstamo, de modo que si no cumples las condiciones requeridas te lo denegarán para alegría de otras entidades financieras que a cambio de menores exigencias te exprimirán bastante más el bolsillo, en ocasiones bordeando la usura.

Ahora bien, ¿qué pasa si tienes solvencia y no necesitas un préstamo puesto que puedes vivir sin problemas de tus ingresos y/o tus ahorros? La respuesta lógica es que no te plantearás solicitarlo, puesto que sería de tontos pedir prestado un dinero que tendrás que devolver con intereses. Ciertamente la casuística puede ser muy variada, ya que puede haber quien, pongo por caso, desee invertir en una empresa sin arriesgar su propio capital; o su lado oscuro, quien no dude en endeudarse para especular en bolsa, lo que en la jerga económica se denomina apalancamiento, con desastrosos resultados si las cosas van mal y el frustrado especulador cae en la insolvencia tal como se comprobó en el famoso crack de 1927 o en la crisis financiera de 2008.

Pero yo me refiero al ciudadano normal de perfil conservador -en la economía, no en la política- que lo único que desea, sobre todo llegado a cierta edad, es vivir tranquilo y mantener su nivel de vida sin sobresaltos; vamos, aquél al que le da alergia arriesgarse a invertir en bolsa por muchos cantos de sirena que le lancen prometiéndole el empíreo financiero.

No obstante, por lo que se ve los bancos no deben de pensar lo mismo a juzgar por mi experiencia personal: Te llaman de la entidad donde tienes depositados unos ahorros comunicándote, como si se tratara de un excepcional privilegio, que te han preconcedido -¡sin haberlo solicitado!- un crédito personal en unas condiciones ventajosísimas de intereses, amortización, etc., etc. Suelen ser cantidades moderadas que quizá puedan interesarle a quien se quiera comprar, pongo por caso, un bien de consumo y no disponga de suficiente liquidez para hacerlo o prefiera pagarlo a plazos asumiendo el sobrecoste de los intereses; pero cabe suponer que entonces sería el propio interesado quien se dirigiera a su banco para solicitarlo sin esperar a que se lo ofrecieran.

Que no era mi caso, dándose la circunstancia de que la cantidad que tan tentadoramente me ofrecían era inferior a la que yo tenía depositada en esa misma entidad, por lo cual en la práctica lo que en realidad pretendían era prestarme mi propio dinero, cuya rentabilidad era prácticamente nula por gentileza del Banco Central Europeo y su política de tipos de interés negativos, para que luego yo se lo devolviera incrementado con unos intereses que en este caso no eran nulos.

El resultado, en la práctica, sería que todo se quedaba en casa... la suya, se entiende, ya que mi dinero describiría un viaje de ida y vuelta a sus arcas incrementado con los intereses de este extraño autopréstamo con intermediario incluido.

Obviamente con la persona que me llamó por teléfono evité todo atisbo de mordacidad, ella era una mandada que no tenía la menor culpa, y no era de recibo soltarle lo que me hubiera encantado decir al padre del invento. Así pues, muy educadamente le expliqué que no tenía previsto ningún gasto extraordinario -era verdad- pero que si en un futuro me surgiera alguno tiraría en primer lugar de mis ahorros, como era lo lógico.

Para mi sorpresa, y sin arredrarse lo más mínimo, comenzó a porfiarme -algo que ya no me gustó tanto- explicándome en modo profesor los presuntos supuestos en los que podría interesarme el cambalache, ninguno de los cuales, y así se lo dije todavía educado pero ya con algo menos de amabilidad, encajaban en mi perfil de cliente al menos en ese momento. Recuerdo que, sin llegar a la pesadez de otros profesionales de la venta por muerte súbita -aquí te pillo, aquí te lo enchufo antes de que puedas recapacitar- ni mucho menos a la impertinencia, que de todo he padecido, todavía intentó convencerme pese a mis reiteradas negativas hasta que finalmente, viendo que estaba machacando en hierro frío, se dio por rendida despidiéndose educadamente antes de colgar el teléfono.

Está claro que Mark Twain dio en el clavo.


Publicado el 10-6-2022