La insufrible publicidad





Al menos, esta publicidad era clara


En cuanto al tema de la publicidad mi postura es razonablemente clara: parto de la base de que se trata de un mal necesario, y como tal la admito, pero me subleva comprobar que en la práctica va mucho más allá de lo que en teoría debería ser -mera información sobre un producto- para convertirse no sólo en una insoportable pesadez, sino también en una tenaz invasora de nuestra intimidad cotidiana.

Desengañémonos, la publicidad es tan antigua, o casi, como la civilización, y ya los romanos recurrían a ella para promocionar sus productos. Siempre la ha habido, eso es cierto, pero nunca nos había agobiado tanto como hasta ahora, cuando nos encontramos frente a una situación no muy diferente de la que aparece reflejada en la película Blade runner.

Dada su omnipresencia, y su tozudez, cabe pensar que se debe de tratar de algo rentable para los anunciantes, aunque la verdad es que no me explico cómo a la gente no acaban produciéndole rechazo -como me ocurre a mí- esos anuncios tan machacones y, de rebote, aquello que anuncian, sea un detergente, un coche o el último yogur extra-ultra-mega-digestivo. Tanto me da. El caso es que la publicidad mueve cantidades mareantes de dinero y es capaz, como cualquier sociólogo corroboraría, de modificar los hábitos de grandes masas de población como si se tratara de borregos conducidos por un pastor. Es triste, pero resulta cierto.

Yo, por fortuna, soy bastante refractario al bombardeo publicitario, pero no por ello deja de resultarme molesto. En ocasiones, insoportablemente molesto. Veamos, por ejemplo, el caso de la televisión. Desde el principio en la televisión española hubo anuncios, de hecho siempre se ha financiado con ellos; pero era una cantidad razonable que no molestaba a nadie. Esta situación perduró no sólo mientras existió el monopolio de Televisión Española, sino incluso durante los primeros años de las televisiones privadas, pero poco a poco fue evolucionando hacia un número cada vez mayor de publicidad hasta llegar a la insufrible situación actual, en la que los cortes publicitarios duran casi más tiempo que los fragmentos de los troceados programas.

Al parecer esto se debió a una guerra comercial entre las distintas cadenas, las públicas incluidas, que para arrebatarse anunciantes unas a otras no dudaron en rebajar sus tarifas publicitarias; y como obviamente no querían perder ingresos, la solución no fue otra que la de meter cada vez más anuncios. Claro está que esta táctica tuvo un efecto perverso; antes, cuando las pausas publicitarias eran de tan sólo unos pocos minutos, la gente se los tragaba casi sin enterarse. Pero ahora, con interrupciones del orden de los doce, quince o incluso más minutos, no hay cristiano que los aguante, excepción hecha de masoquistas y zombies; así pues, dado que el impacto de un anuncio individual se había reducido por debajo de lo rentable, la solución adoptada fue la de machacar con muchos más anuncios en la esperanza de pillar desprevenido alguna que otra vez al incauto telespectador... el efecto bola de nieve convertido en un imparable alud.

Por si fuera poco, a la abrumadora cantidad de los anuncios se suma también la estridencia de los mismos, tanto visual como auditivamente, con unos niveles sonoros muy por encima del nivel medio de los programas; puede que a alguien, insisto, le llamen más la atención así, pero a mí lo único que me inducen es a aborrecer instintivamente el producto anunciado... amén de que huyo de ellos como de la mismísima peste, hasta el punto de que me veo obligado a grabar lo poco que me interesa de la programación -la ínfima calidad de la televisión española daría suficiente tema para otro artículo- para luego poderme saltar los anuncios con el vídeo. Y aún así resulta pesado.

Y ni eso te salva, puesto que cada vez meten más anuncios, y de forma más descarada, dentro de los propios programas -lo de las retransmisiones deportivas es ya de traca, menos mal que no me gustan- y hasta para ver el boletín meteorológico pretenden hacerte tragar una interminable sarta de anuncios; eso sin contar la cargante costumbre, que por desgracia se ha impuesto en todas las cadenas, de insertar encartes o banderolas -tanto me da que se trate de anuncios de programas o publicitarios- sobreimpresos en los programas que estás viendo.

El colmo está en los canales de televenta -en la TDT hay varios-, los cuale, eso sí, al menos no engañan: tan sólo emiten anuncios interminables sin ningún programa que los interrumpa. Todo vale, sin límite ético alguno; en cuanto a los límites legales, se los saltan directamente a la torera, puesto que les sale más rentable pagar -cuando las hay- las multas.

Casi nada. Yo personalmente creo que sería positivo volver a la situación de antaño, con unos pocos anuncios que no te pusieran histérico y que, al tener mucha más efectividad, podrían ser cobrados mucho más caros sin necesidad de machacarnos con ellos, con lo cual todos quedaríamos contentos... pero mucho me temo que las cosas no vayan por ahí.

Pese a todo lo dicho, entiendo que cosas como la televisión, los periódicos gratuitos o muchas páginas de internet, todos los cuales se financian exclusivamente con publicidad, tienen todo el derecho del mundo -otra cosa es que yo lo considere conveniente, que me guste o que me lo trague- a actuar de la manera que les resulte más conveniente; al fin y al cabo, si no me interesa, con no verlos se soluciona la cosa.

Caso muy distinto, y por supuesto peor, es el de la publicidad con la que te bombardean sin darte absolutamente nada a cambio; y no me refiero a la de los chirimbolos callejeros o a la de los folletos que te endosan en la boca del metro, sino a aquélla que, aparte de incordiar, invade literalmente tu intimidad. Voy a poner algunos ejemplos.

Primero, la publicidad por correo. Hubo un tiempo, hace algunos años, en los que una serie de empresas dudosamente éticas -e incluso rozando la legalidad- se dedicaron a traficar con datos personales vendiéndolos al mejor postor, por supuesto sin conocimiento ni, mucho menos, consentimiento de los interesados, dando como resultado una auténtica inundación de publicidad no deseada. En su día esto llegó a cabrearme mucho, e incluso llegué a interponer alguna denuncia no sé si con resultado o no, porque el secretismo era absoluto; por supuesto me inscribí en la famosa Lista Robinsón, que tampoco era ninguna panacea dado que, según me dijeron en la Agencia de Protección de Datos, la adscripción de las empresas a la misma -y por lo tanto su acatamiento- ¡era voluntaria! Pero bueno, menos daba una piedra.

Esta modalidad de dar la tabarra por fortuna ya ha remitido, pero mucho me temo que se debe a que ahora el bombardeo es vía correo electrónico, que resulta mucho más masivo y barato; aquí lo que nos salva son los filtros de correo basura que, aunque no sean perfectos, suelen funcionar razonablemente bien. Queda, eso sí, el correo publicitario de las compañías de las que eres cliente -bancos, seguros, etc.-, el cual es más admisible, aunque me pregunto por qué razón me sigue dando la murga el concesionario donde me compré el coche hace ya cinco años, cuando no he vuelto a pisarlo desde entonces...

Otra variante no menos irritante es el buzoneo. Aquí no hay Lista Robinsón que valga, puesto que el reparto es indiscriminado, y de poco sirve que en la parte exterior del portal se coloque un buzón para tal efecto; seguirán inundándote el tuyo de porquería que lo único que hace es molestar, a la par que camufla a las cartas de verdad, debiendo andar con ojo para no tirarlas a la par que la morralla; eso sin contar con el magnífico reclamo que supone para los ladrones tener el buzón desbordante de papeles durante las vacaciones o los períodos en los que no andas por casa. Cuando hace ya un buen puñado de años anduve por Suiza, vi que en algunos buzones había una pegatina en forma de punto, creo recordar, de color rojo. Pregunté que a qué se debía, y me respondieron que indicaba que su propietario no deseaba recibir publicidad; y por lo que yo sé, lo respetaban. Claro está que Suiza es un país civilizado, y España más bien tirando a no.

Pero lo que ya es el colmo del abuso es la publicidad telefónica. Ahí sí que, lo reconozco, me llevan los demonios. Voy a contar el último caso, que me sucedió recientemente. Llaman al teléfono, por supuesto interrumpiéndome la comida. Descuelgo, pregunto que quien es, y se identifica como de cierto antiguo monopolio telefónico. No le dejé seguir, indicándole bien claramente que ni era cliente de esa compañía, ni tenía el menor interés en serlo, ni quería bajo ningún concepto que me molestaran. Como si lo hubiera dicho en chino. El tipo no se arredró e, impertérrito, siguió dándome la tabarra, así que no me quedó otro remedio que colgarle.

En otra ocasión, hace ya más tiempo, me llamaron preguntándome que con qué compañía tenía contratado internet, a lo cual respondí preguntándoles a mi vez que de qué compañía llamaban ellos... huelga decir que también tuve que acabar mandándoles a hacer gárgaras. Y sinceramente lo siento, porque me consta que los teleoperadores que dan la cara -no por ser de forma virtual resulta menos desagradable- son una pobre gente que tan sólo pretende ganarse la vida con un trabajo tan ingrato como mal pagado, mientras el #@&!!*Ç&# de su jefe se mantiene bien a cubierto de los improperios... pero yo lo único que quiero es que me dejen tranquilo en mi propia casa, tampoco creo que sea pedir tanto. Claro está que la última modalidad es la de incordiarte con un sistema automático, con lo cual ni tan siquiera te queda ese desahogo.

Resumiendo: la publicidad no es ya que resulte agobiante, insoportable y pesada, es que cada vez te va invadiendo más parcelas de tu intimidad sin que quienes tienen potestad para ponerle freno -nuestros patéticos gobernantes- hagan lo más mínimo no ya por impedirlo, sino siquiera por controlarlo... a no ser que en el fondo ellos también estén comprados por los dichosos poderes fácticos, algo que, visto lo que se está viendo estos días, les juro que no me extrañaría lo más mínimo.

Por cierto, ¿sabe alguien de alguna isla desierta que esté en venta a buen precio?


Publicado el 17-10-2009