Hay que tener mala leche





El artilugio diabólico en su estado original. En el centro de la foto, la pletina antes de que la cortara por la mitad



No es la primera vez que lo digo, pero por desgracia no hago más que tropezarme con la palmaria ineptitud de muchos diseñadores industriales, empeñados en complicarnos la vida en cosas cotidianas que cualquier lego en la materia -por ejemplo, yo- sería perfectamente capaz de identificar como erróneas o, cuanto menos, mejorables... eso o que, por la razón que sea, estos señores tienen muy mala leche y disfrutan fastidiándonos a los demás. Porque si no, no me lo explico, sobre todo teniendo en cuenta que en muchos casos bastaría con unas pequeñas modificaciones al alcance de cualquier mente mínimamente funcional para evitar estas molestas incomodidades.

En este caso mi pelea fue con las cuerdas de un tendedero. O, por decirlo con mayor precisión, con los enganches que sujetan los dos extremos y permiten arrastrarlas por las poleas. Resultó que las cuerdas estaban un tanto flojas, y decidí tensarlas. Los enganches, tal como se puede apreciar en la fotografía, consisten en una pieza metálica con dos tornillos en los que se colocan las puntas de la cuerda haciendo una garrota; una vez hecho esto se coloca una pletina, perforada con dos agujeros por los que se introducen los tornillos permitiendo que ésta presione sobre la cuerda. Finalmente, dos tuercas se encargan de apretar la pletina y, a través de ésta, la cuerda sujetando ésta y evitando que se nos caigan las sábanas o los pijamas. Sencillo, ¿verdad? Pues en la práctica, no tanto.

Para empezar, tropecé con un problema absurdo, pero no por ello menos incordiante: los tornillos estaban soldados a la carcasa de la pieza, y como la pletina metálica obviamente era rígida, no había manera de aflojar un extremo manteniendo apretado el otro. Porque aunque para tensar la cuerda, que era lo único que pretendía, hubiera bastado con aflojar una tuerca, me veía obligado a hacerlo también con la otra puesto que, si no, la pletina no se movía y, por lo tanto, no era posible tirar de la punta de la cuerda tal como yo pretendía.

Al llegar a este punto entró en escena la gentileza de otro de estos profesionales aficionados a los productos lácteos agriados, concretamente el que nos puso las cuerdas. Y es que, si hubieran quedado colgando al menos unos pocos centímetros de las dos puntas, todo habría sido más sencillo; pero no, una vez puestas las rapó, posiblemente convencido de que no tendría que volver a pelear con ellas... dejándome el marrón a mí. Porque el hecho de que apenas tuviera espacio para tirar, mientras sujetaba con la otra mano la otra punta -que había tenido que aflojar también, tal como he explicado en el párrafo anterior-, unido todo ello a mi escasa habilidad para los ejercicios circenses, hizo que se me saliera la puñetera punta. Y como con la pletina puesta no había manera de hacerla rodear el tornillo, no tuve otro remedio que desmontarla... de ambos lados, por supuesto.

Como cabe suponer, aunque conseguí hacer la garrota de la dichosa punta de la cuerda, al tiempo que claro está sujetaba a la otra punta para que no se ne saliera, fue entonces cuando se exacerbaron los problemas. En teoría lo único que me quedaba por hacer era volver a colocar la pletina y apretar las dos tuercas, pero... echen ustedes cuentas. Una mano para sujetar uno de los extremos de la cuerda. La otra, para idéntico cometido en el otro extremo. Y una más para, una vez colocada con cuidado la pletina, atornillar las tuercas. En total, tres manos. No sé ustedes, pero como yo sólo tengo dos, me encontré con un problema de logística bastante insoluble. Sí, podía haber pedido ayuda a alguien, pero daba la casualidad de que la ventana desde la que estaba peleando con las dichosas cuerdas -el tendedero está en un patio de luces- se abría en un lugar demasiado angosto como para permitir la presencia simultánea de dos personas...

Total, que no hubo manera humana de colocar la dichosa cuerda, que se quedó colgando a la espera de que se me ocurriera alguna manera de solucionarlo. La idea más inmediata fue buscar una posible alternativa con menos mala leche, es decir, con un diseño mejor pensado; pero fue imposible, tanto en ferreterías como en tiendas de persianas y similares. O no tenían nada, o tenían exactamente lo mismo.

Así pues, como dicen que la necesidad aguza el ingenio, procedí a estrujarme las neuronas... aunque en realidad no tuve que esforzarme mucho, puesto que la solución idónea -estoy hablando de tener que volver a poner el maldito enganche sí o sí- surgió de inmediato. El problema había surgido de la imposibilidad de apretar por separado las dos tuercas por culpa de la dichosa pletina, así que, ni corto ni perezoso, fui a un taller mecánico y les pedí que la cortaran por la mitad, de modo que quedaran dos partes independientes cada una de ellas sujeta por su correspondiente tornillo. Esto me permitiría apretarlos por separado, primero uno y después el otro, sin necesidad de tener que hacer juegos malabares ni sujetar la llave inglesa con los dientes.

Pese a su sencillez la cosa funcionó y, aunque tuve que pelear de nuevo con el mínimo margen que me habían dejado en los extremos de la cuerda, al menos pude hacerlo tal como yo quería y, si se me permite la presunción, tal como era lo correcto, o por lo menos lo más sencillo.

En cualquier caso tampoco lo encuentro la mejor solución posible, puesto que lo más adecuado sería que el enganche contara con un sistema de carraca que permitiera tensar las cuerdas cuando fuera necesario sin necesidad de aflojar los extremos... pero esto sería ya para nota.


Publicado el 13-1-2017