Veganismo y negocio
Carne parece, hamburguesa dicen
que es... Fotografía tomada de la
Wikipedia
Como ya he comentado en alguna ocasión el veganismo, a diferencia del tradicional vegetarismo, puede llegar a convertirse en ocasiones, de manos de elementos exaltados, en poco menos que una secta laica, una tendencia en auge en estos tiempos que corren en los que algunos sectores de la población se han radicalizado -o los han radicalizado quienes tenían interés en pastorearlos para su propio beneficio- hasta extremos impensables no hace demasiado tiempo en ámbitos de lo más diverso, rebasando los tradicionales extremismos políticos o religiosos; algo que comienza a resultar preocupante al menos para quienes vemos con desconfianza, cuando no con temor, lo fácil que resulta manipular a la gente.
Ciertamente los veganos militantes, y no me refiero a quienes deciden seguir determinadas dietas por muy extrañas que nos puedan parecer, sino quienes pretenden imponérnoslas a los demás, hoy por hoy no pasan de ser molestos, aunque ya sabemos lo que ocurre cuando en aras de determinados principios ideológicos o religiosos alguien consigue imponer a la totalidad de la población la prohibición del consumo de determinados alimentos o bebidas; pero al menos hoy por hoy no parece que corramos el riesgo de que nos impidan comer alimentos de origen animal... por ahora.
Claro está que existen métodos más sutiles de fomentar estas conductas aprovechando la tendencia de muchos a seguir la moda dominante, por muy ilógica que pueda ser ésta. Y desde luego a quienes han visto la oportunidad de sacar tajada, como es el caso la industria alimentaria, les ha faltado el tiempo para sacar al mercado toda una panoplia de productos veganos que cada vez ocupan más espacio en las estanterías de los supermercados.
Quede claro que nada tengo en contra de que se vendan alimentos etiquetados como veganos, eco, bio o similares; mi postura siempre ha sido y seguirá siendo la de vivir y dejar vivir; mientras esta moda no me perjudique y pueda seguir encontrando los alimentos que a mí me apetecen, allá cada cual con lo que coma. Pero, ya como espectador aséptico, me sorprende descubrir hasta qué punto puede llegar la manipulación no sólo económica -estos inventos suelen ser mucho más caros que sus equivalente normales-, sino también de los propios hábitos alimenticios de un sector significativo de la sociedad. Como dice más o menos el refrán, la fe ciega -no sólo la religiosa- es capaz de mover montañas... de dinero.
No voy a entrar en consideraciones acerca de la conveniencia o no de mantener una dieta exclusivamente vegetal, puesto que esto ya lo han explicado con creces los expertos médicos y nutricionistas, los únicos que a mi modo de ver están capacitados para hacerlo: la dieta ideal es aquella que resulta equilibrada, y si bien desaconsejan un consumo excesivo de carne -yo añadiría que conviene evitar los excesos de cualquier alimento-, están en las antípodas de recomendar suprimirla, así como cualquier otro alimento de origen animal. Y si bien podemos subsistir a base exclusivamente de vegetales, esto puede provocar una carencia de ciertos nutrientes que habría que suplementar de forma artificial, con lo cual haríamos literalmente un pan con unas tortas.
Desde mi punto de vista la principal amenaza no se encuentra en llevar una dieta desequilibrada en un sentido o en otro, algo que depende exclusivamente de nosotros, sino de la cantidad de sustancias extrañas que nos vemos forzados a ingerir sin poder evitarlo como aditivos de todo tipo, acúmulos de la contaminación ambiental o vestigios de productos fitosanitarios y veterinarios, sobre los cuales existen serias sospechas de que pudieran estar detrás del espectacular incremento de las alergias, las intolerancias alimentarias e incluso de las enfermedades autoinmunes, algo que va mucho más allá de la presunta falta de ética que según los veganos cometemos cada vez que nos comemos un filete, una merluza, unos huevos, un queso e incluso un yogur coloreado con rojo carmín extraído de las cochinillas... pero éste es otro tema que merece también ser tratado por separado.
Lo que pretendo aquí es llamar la atención sobre las incongruencias que arrastra este nicho de mercado, lo que no impide que sea floreciente para beneficio y satisfacción de los fabricantes, Así pues, iré al grano.
He de aclarar que, aunque me gustan la carne y el pescado al tiempo que me encantan la leche y sus derivados y los huevos, se entiende que todo ello consumido con sensatez, tampoco hago ascos ni mucho menos a los alimentos de origen vegetal. Reconozco que algunos de ellos no me gustan y procuro evitarlos, pero esto también me ocurre con los de origen animal, así que no hay mayor diferencia. Y si me ponen un plato elaborado con ingredientes exclusivamente vegetales podré disfrutar con él -salvo en las indicadas excepciones- exactamente igual que con uno de carne o pescado.
Claro está que no es lo mismo cuando tropezamos con los tejemanejes de la industria alimentaria, en ocasiones carentes de toda lógica pero aparentemente eficaces; y no hablo de cuando te venden unas patatas fritas etiquetadas como veganas, faltaría más que no lo fueran cuando sus ingredientes han sido siempre las propias patatas, aceite -preferiblemente de girasol- y sal, por lo que su veganismo se ha de dar por supuesto. Me refiero claro está a las normales, no a aquéllas con sabores surtidos como a jamón, barbacoa, vinagreta e incluso a huevo frito, sin que hayan olido siquiera ninguno de estos ingredientes naturales procediendo sus sabores, como cabe suponer, de un buen puñado de aditivos añadidos.
Hace unos días tropecé, en el folleto de un supermercado, con el anuncio de un -copio textualmente- preparado vegano a base de proteínas de guisante con sabor a atún, al módico precio de 27 euros el kilo. Sablazo aparte, he de reconocer que me quedé perplejo. Cuando yo como un alimento vegetal, pongamos una berenjena o un pimiento, lo que quiero es que sepa a berenjena o a pimiento, no a carne, merluza o a huevos fritos, razón por la cual no veo coherente que quien se niega a comer -en sus motivaciones no entro- alimentos de origen animal pretenda -si hay oferta es porque existe demanda- degustar unos sucedáneos ultraprocesados cuyo presunto sabor es a todas luces artificial, puesto que si el sabor a atún proviniera de este pez el mejunje ya no sería vegano. Digo yo, ¿no sería más lógico comerse directamente los guisantes aunque sólo supieran a guisantes?
Lo mismo ocurre, junto con otros muchos sucedáneos de diferentes alimentos, con las hamburguesas, aunque aquí he de advertir -ésta es otra historia- que jamás las compro ya preparadas y listas para freír o hacer a la plancha sino que pido al carnicero que me pique en directo la pieza, evitando así no sólo la posibilidad, por no hablar de certeza, de que te cuelen carne de inferior calidad y espesantes como fécula o harina, sino también el cóctel de conservantes que les añaden para que no se estropeen. Pero ésta es también otra historia.
Yo veo normal que a quien le gusten estas hamburguesas industriales las compre, al fin y al cabo siempre llevarán más o menos cantidad de carne, y tampoco tengo nada que objetar a que se vendan hamburguesas vegetales ya que sobre gustos no hay nada escrito. Pero lo que me deja ojiplático es que anuncien hamburguesas veganas con sabor a carne sin el menor atisbo de ella -asumo que los fabricantes no mientan- entre sus ingredientes. La conclusión está clara, se trata de un alimento ultraprocesado más -los médicos están hartos de advertir que no conviene abusar de ellos- donde el sabor natural está reemplazado por otro artificial obtenido a base de aditivos añadidos, en este caso probablemente glutamato sódico que suele ir camuflado bajo la etiqueta depotenciador de sabor, aunque yo prefiero denominarlo camuflador de sabor.
Ni las he probado ni, huelga decirlo, tengo el menor interés en hacerlo, pero volviendo al tema anterior me pregunto si tiene lógica negarte a comer una hamburguesa de carne industrial -que sí la tiene, aunque existan otros motivos para no hacerlo- y zamparte esas seudohamburguesas con sabor a carne que no dejan de ser un sucedáneo artificial posiblemente poco recomendable desde un punto de vista nutricional. Por otro lado lo normal sería que una hamburguesa vegana supiera a los ingredientes con los que está hecha y no a los aditivos que pueda llevar añadidos; también las hay de estas últimas, y aunque no he tenido ocasión de escudriñar la letra pequeña de su etiquetado sí he podido saber su precio: alrededor de 12 euros y medio el kilo, lo que tampoco está nada mal para unas hamburguesas de multicereales o trigo y arroz al curry, por más que además de veganas sean también bio.
Huelga decir que estos fregados no se limitan ni mucho menos al ámbito vegano, pero en él son quizá más evidentes por dos razones: la motivación ideológica de esta dieta y el precio disparatado de estos productos en comparación con sus equivalentes normales. Pero allá cada cual con sus manías, ya Pitágoras prohibió el consumo de habas a sus seguidores.
Publicado el 21-7-2022