El vino del menú del día
Fotografía tomada de
blogs.20minutos.es/la-gulateca
Entre la pandemia cada vez -¿casualidad?- más silenciada, perdón, gripalizada; la inexistente post erupción de La Palma en los medios de comunicación nacionales; la guerra de Ucrania; escándalos como el del Pegasus o las gracietas de alguna presidenta autonómica con ínfulas de Catalina la Grande, ya tuvo mérito que hace unos días apareciera en todos los titulares la propuesta/globo sonda/fiasco/bulo/a ver si cuela -quédense con lo que mejor les parezca- de una presunta propuesta del Ministerio de Sanidad de suprimir el vino, y supongo que también la cerveza, en el democrático y popular menú del día de bares y restaurantes.
La que se lió fue parda, y los portavoces del Ministerio se apresuraron a lanzar un desmentido asegurando que no se pretendía prohibir nada, sino promover una estrategia de recomendación de hábitos saludables (sic) mediante un plan aprobado por un comité institucional formado por representantes de todas las comunidades autónomas y un comité científico integrado por sociedades científicas, supongo que dentro del ámbito sanitario.
El móvil de todo ello, fuera intento de prohibición o simple recomendación, no sería otro -sigo leyendo el desmentido oficial- que potenciar la estrategia de salud cardiovascular, lo cual en principio suena muy bien, pero si leemos -transcribo literalmente- que busca abordar los factores de riesgo desde una visión integral, a través de la educación, la capacitación y promoción de la salud, el diagnóstico precoz, la prevención y la rehabilitación, incorporando aspectos clave en la sociedad actual como la gestión del conocimiento, investigación e innovación tecnológica y teniendo presente una perspectiva de equidad , la verdad es que transcribiéndolo del politiqués al román paladino la cosa se queda en poco más que una declaración de buenas intenciones, en la práctica un brindis al sol vacío de contenido; y cuando vemos y padecemos la degradación cada vez mayor de la sanidad pública, sea por inepcia de los responsables, sea por intereses políticos menos justificables pero completamente interesados, pues...
De todas las posibles opciones yo, que cada vez me fío menos de los políticos por puro instinto de supervivencia pero parto de la base de que no son tan tontos -bueno, alguno sí, pero los menos-, me inclino a pensar que se trató de una filtración interesada o, si se prefiere, de un globo sonda para ver si colaba; y como no coló pues donde dije digo, digo diego, aunque insistiendo eso sí en la conveniencia de colaborar con los establecimientos de restauración para promover la dieta mediterránea como modelo de alimentación cardiosaludable, sin incluir en ella el consumo de alcohol , junto con la intención de implantar la obligación de servir agua del grifo de forma gratuita. Me pregunto por qué razón una fritanga de alimentos ultraprocesados y rebosantes de aditivos de todo tipo pueda ser mas cardiosaludable que un vaso de vino o de cerveza, pero prefiero no entretenerme en estas minucias.
Vayamos al grano. Tal como afirma la conocida frase el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones -les concedo la presunción de inocencia-, razón por la cual conviene leer entre líneas; y es que, habiendo políticos e intereses económicos por medio, no me fío ni de mi propia camisa. Así pues, vamos a analizarlo en detalle.
Para empezar, vayan por delante un par de afirmaciones. Primero, que disto mucho de ignorar o minimizar el problema del alcoholismo, por razones tan obvias que no creo que sea necesario explicar; y si bien pienso que cada cual es dueño de su hígado al igual que los fumadores lo son de sus pulmones, el problema surge cuando las consecuencias del alcoholismo o del tabaquismo afectan a terceras personas, a veces con resultados graves o muy graves. Y segundo, que aunque no soy abstemio nunca he abusado del alcohol y todavía menos a mi edad, limitándome a un consumo moderado y responsable aunque, si por razones de salud me viera obligado a privarme de él lo haría sin dudarlo.
Asimismo quiero recordar la garrafal metedura de pata que supuso la implantación de la Ley Seca en los Estados Unidos, la cual, partiendo de un ideal tan teóricamente irreprochable como la lucha contra el alcoholismo, la lió parda consiguiendo no sólo el efecto contrario al que pretendía, ya que el consumo clandestino de alcohol se disparó, sino provocando también serios problemas de salud dado que al carecer de controles sanitarios gran parte del alcohol vendido clandestinamente era de ínfima calidad cuando no tóxico. Aparte, claro está, del auge del contrabando y, lo peor de todo, del crimen organizado tal como reflejaron la literatura y el cine de entonces.
Vamos, que para ese viaje no habían hecho falta alforjas, y por no extenderme no voy a insistir demasiado en las motivaciones ideológicas, clasistas e incluso racistas que había detrás, ya que los promotores reales de tan filantrópica medida fueron las sectas puritanas más radicales, empeñadas en imponer a toda la sociedad sus particulares ideas religiosas.
Casualmente los principales blancos de sus iras eran todos aquéllos que no pertenecían a la casta de los WASP -blancos, anglosajones y protestantes-, la elitista clase social dominante en la sociedad norteamericana de la época que marginaba no sólo a los negros y a los indios, sino también a los judíos y a los emigrantes europeos de países tales como Irlanda, Italia o Polonia que, además de no ser anglosajones, también incurrían en el pecado de ser católicos y pobres, a la par que aficionados al vino, a la cerveza y a otras bebidas espirituosas. No es que los puritanos fueran mejores que ellos en este sentido, que también empinaban el codo, pero sí eran mucho más hipócritas; aunque esto merece un artículo propio.
Volvamos al caso que nos ocupa. El menú del día fue implantado en España en la década de 1960 coincidiendo con la apertura de nuestro país al turismo exterior, y una ley de 1965 reguló su composición con un primer plato, un segundo, postre, pan y una bebida, todo ello por un precio cerrado como precaución contra la picaresca hispana. Y arraigó de tal modo que casi sesenta años después sigue gozando no sólo de popularidad sino también de una excelente salud, por lo que suele ser una oferta habitual -que no obligatoria- en la mayor parte de los bares y restaurantes. Bueno, lo de la bebida incluida no sé si seguirá vigente en toda España merced al gallinero de las normativas autonómicas empeñadas en llevar la contraria a las de sus vecinas, pero al menos donde yo vivo lo está.
En los países de nuestro entorno suele existir algo similar, aunque lo más habitual es que no esté incluida la bebida excepto la plebeya agua del grifo, por lo que si deseas tomar alguna otra has de pagarla aparte. Recuerdo una anécdota que ocurrió en Italia durante un viaje organizado que realizamos mi mujer y yo. Teníamos una comida concertada no sé si en Florencia o en Roma, y el guía nos advirtió de la circunstancia citada añadiendo que además -los italianos al fin y al cabo son primos nuestros- aprovechaban para clavarte si pedías una bebida. Por las razones que fueran hubo quien no se enteró o hizo caso omiso de la advertencia, y cuando les llegó la cuenta echaban las muelas por lo cara que les había salido la broma.
Aquí, conviene recordarlo, está incluida obligatoriamente una bebida que no tiene por qué ser alcohólica, también puede pedirse cerveza sin alcohol, un refresco con o sin azúcar, gaseosa o agua mineral. Yo personalmente suelo decantarme por el agua mineral, ya que aunque nunca repito un segundo vaso de vino o de cerveza me gusta beber bastante, agua o gaseosa en casa, por lo que la copa de vino o cerveza se me suelen quedar cortas mientras la ración de agua mineral acostumbra a ser habitualmente más generosa, aunque hay de todo. Además el vino que sirven suele ser bastante peleón, con lo que pierdo poco al no pedirlo.
En cualquier caso, conviene tener en cuenta dos cuestiones. Para empezar, no existe unanimidad entre los expertos acerca de si el consumo moderado de vino en la comida es beneficioso para la salud, como dicen algunos, o perjudicial como insinúa el comunicado oficial. De hecho, hay opiniones para todos los gustos al estilo de la famosa frase de Groucho Marx, o cuanto menos atribuida a él estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros. Así pues, lo primero que deberían hacer es ponerse todos de acuerdo acerca de la bondad o no de esta arraigada costumbre hispánica que poco tiene que ver con el alcoholismo, dado que la gente no se suele emborrachar precisamente comiendo.
Y la segunda, la ya citada capacidad de adaptación de la picaresca nacional. Y es que, insisto en ello, el actual menú del día contempla obligatoriamente la inclusión de una bebida, ya que si te ha quedado corta puedes pedir cuantas quieras pagándolas aparte. Bebida que puede ser alcohólica, no alcohólica o agua mineral. Suponiendo -vamos a ponernos en lo peor- que se suprimieran las alcohólicas, vino o cerveza puesto que evidentemente no te sirven licores, aguardientes o combinados como no sea pagándolos a tocateja, cabría suponer que siguieran permitidas las que no lo son como la cerveza sin alcohol, los refrescos -aunque entraran también en la cruzada los azucarados seguirían quedando los endulzados con edulcorantes-, la gaseosa o el agua mineral. ¿Correcto?
Entonces, ¿a qué viene la alusión al agua del grifo? Esto tendría sentido cuando comes a la carta, donde te cobran todo por separado incluyendo la bebida e incluso en ocasiones hasta el pan. Es sabido, y hasta los propios hosteleros lo reconocen, que donde más clavan suele ser no en los platos principales sino en los postres y en las bebidas, en especial en el vino, supongo que porque es aquí donde la gente baja más la guardia, sobre todo si quieres fardar ante tus compañeros de mesa pidiendo un vino caro, que no necesariamente bueno. A esto se suma que si en un restaurante estás comiendo a la carta y pides agua del grifo, la reacción del camarero oscilará normalmente entre traértela de mala gana, hacerse el tonto o negarse a hacerlo, por lo que la obligación de servirla como bebida, tal como es normal en otros países, estaría completamente justificada.
Pero esto sería aplicable, lo repito, a los menús a la carta, no a los menús del día puesto que en éstos, junto a las demás opciones, ya está incluida el agua... y además mineral. Así pues, no me encaja.
¿Quieren saber cuál es mi sospecha? Pues que pudiera tratarse de una maniobra solapada en la que, con la excusa de proteger nuestra salud, acabaran suprimiendo la inclusión de la bebida en el menú al igual que en Italia o Francia, cualquier bebida excepto el agua del grifo, de modo q ue si alguien quisiera tomar no ya vino o cerveza, sino un simple refresco sin azúcar -asumiendo que se demonizara también a los que la llevan-, una cerveza sin alcohol, gaseosa o agua mineral, se la cobraran bien cobrada junto con el coste del menú, ya que muy ingenuos tendríamos que ser para creer que la supresión de la bebida acarrearía la correspondiente reducción en el precio del menú del día. Y por supuesto, podrías seguir pidiendo vino o cerveza previo paso por caja.
Por otro lado, los bebedores empedernidos y los alcohólicos no por ello reducirían el riego para su salud porque, insisto, resultaría imposible que se emborracharan con la modesta copa de vino o de cerveza que te suelen poner en el menú del día. Si se quisiera de verdad reducir el consumo excesivo de alcohol, que por desgracia existe, estarían disparando a un blanco completamente equivocado.
A no ser, claro está, que sus intenciones reales sean otras muy distintas.
Publicado el 3-5-2022