Carne picada... y más
Nada tan simple como la
carne picada... ¿o no?
Fotografía tomada de la
Wikipedia
O menos, según se mire. Sabido es que comprar alimentos preparados implica en muchos casos no saber lo que estás comiendo realmente, tanto por la abusiva cantidad de aditivos que suelen añadírseles, como porque tampoco podremos estar seguros de la calidad de los ingredientes empleados.
Podría pensarse que este problema se soluciona comprando alimentos frescos tales como la carne, el pescado, los huevos, las frutas o las verduras, siempre y cuando claro está obviemos detalles tales como las medicinas, hormonas y todo tipo de potingues utilizados en la ganadería intensiva, la pléyade de productos químicos que contaminan a los pescados o los pesticidas, herbicidas y demás idas tan frecuentes en la agricultura... pero como algo tenemos que comer y resultaría bastante difícil -sobre todo si vivimos en una gran ciudad- criarlo, cultivarlo o cazarlo nosotros mismos, habrá que asumirlo como un mal inevitable, a diferencia del uso y abuso de los alimentos preparados que en principio, y salvo excepciones, sí pueden ser evitados en su mayor parte.
Pero ni siquiera podemos estar seguros de ello, ya que no basta con ir a un mercado tradicional -de los pocos que van quedando- o, más habitualmente, a un supermercado para poder comprar productos frescos con la garantía de que no hayan sido sido manipulados... no al menos sin tener la buena costumbre de leer las etiquetas, e incluso la letra pequeña, de lo que llevamos a casa.
Y como para muestra basta un botón, voy a poner el ejemplo de la carne picada. No me refiero a las hamburguesas, tanto las de las hamburgueserías como aquéllas que se venden crudas y preparadas para cocinar en casa, aunque de ello se podría hablar también largo y tendido, sino de la carne picada cruda con la que luego haremos en casa unas albóndigas, unos filetes rusos, unos pimientos rellenos o una salsa boloñesa, platos todos ellos, dicho sea de paso, que me encantan.
Si vamos a un supermercado, tendremos dos opciones. La primera, si éste cuenta con una sección de carnicería, es la de elegir un trozo de carne y pedir al carnicero que te la pique. Y la segunda, si no quieres esperar la cola, es ir a la nevera correspondiente y coger una barqueta con la carne ya picada y envasada. Parece lo mismo, ¿verdad? Pues no lo es.
Y no es que engañen a nadie, ya que el etiquetado suele ser correcto. Pero si nos fijamos en éste, cosa que mucha gente no hace por pereza, veremos que allí no pone carne picada sino burger meat, encima en inglés cuando como es sabido los españoles solemos ser bastante lerdos a la hora de aprender idiomas extranjeros. Sí, es sabido que, aunque la gente no tenga ni pajolera idea de la lengua de Shakespeare, por desgracia nuestro idioma está cada vez más contaminado con términos anglosajones innecesarios y por completo evitables, ya que no sólo no aportan nada nuevo, sino que entran en competencia directa con unos equivalentes españoles perfectamente válidos. Claro está que hay que tener en cuenta la pedantería consustancial a la ignorancia, pero ésta es también otra historia.
Fijémonos, pues, en la palabreja. La traducción literal de burger meat vendría a ser carne de hamburguesa y no, como hubiera cabido suponer, carne picada, que en inglés se dice minced meat. Bien, podrán objetar, al fin y al cabo una hamburguesa está hecha con carne picada, ¿no? Pues sí, con carne picada... y con unas cuantas cosas más.
Puesto que en toda mi vida he ido tan sólo una única vez a una hamburguesería -al fin y al cabo las cosas hay que probarlas para poder saber si te gustan, y a mí no me gustó en absoluto- y me cuido muy mucho de comprar hamburguesas preparadas, algunas de las cuales tienen una textura que recuerda más a un plástico prensado que a la verdadera carne picada, no voy a opinar sobre ellas. Pero sí sobre este preparado de carne -recalco lo de preparado- que venden en los supermercados como burger meat. Si leemos su composición, veremos que la proporción de carne ronda, dependiendo de las marcas, alrededor del 80 %, a veces incluso menos, lo que quiere decir que el 20 % restante no lo es. Ciertamente lleva algunos aditivos necesarios para evitar que la carne picada se estropee, pero ¡una quinta parte del peso...!
El truco consiste en que, además de los conservantes, a este preparado cárnico se le añaden también harina y otros ingredientes tales como fécula de patata, fibra vegetal de ignota genealogía, azúcares -que alguien me explique qué demonios pintan en un producto cárnico-, hortalizas, lecitina de soja... y agua, que ni alimenta ni da sabor, pero sí pesa. Ciertamente cuando preparo en casa albóndigas, pongo por caso, a la carne picada le añado también pan rallado -en su defecto harina- para que espese, huevo batido, ajo, perejil y un chorrito de vino blanco, con lo cual mis albóndigas tampoco están hechas con carne al cien por cien; pero todo eso se lo añado yo, y a mi gusto. Aparte de que no siempre ocurre así, ya que cuando utilizo la carne picada para otros platos varío los ingredientes -el tomate frito de la boloñesa- o incluso la cocino directamente.
En resumen, no sólo no le veo ninguna ventaja a esa carne preparada respecto a la carne que ha sido picada delante de mi vista -salvo, claro está, la pereza de no tener que esperar a que te llegue el turno-, sino que le encuentro varios inconvenientes. Para empezar es evidente que no tienes el menor control sobre lo que le han añadido -a saber de donde vendrá esa fibra vegetal-, y tampoco conoces la naturaleza de las piezas de carne que hayan podido picar, incluyendo posibles desechos poco nobles como el cartílago, la grasa o los cortes de peor calidad. Y si la compras tú tampoco serán necesarios los conservantes, puesto que bastará con guardarla en el congelador hasta el momento de su uso.
Todavía peor es que te den literalmente gato por liebre, y ahí está todavía reciente el escándalo de la carne de caballo. Cierto, se trató de un fraude que fue perseguido por la ley, y no por ello hemos de sospechar de la honradez de la mayoría de los fabricantes; pero si te pican la carne delante de ti, la posibilidad de engaño se reducirá considerablemente.
No obstante, lo más chusco de todo resulta ser que, según pude comprobar en un rápido sondeo, el precio de la carne picada de verdad y el de ese sucedáneo venían a ser sensiblemente iguales, si no incluso más caro este último. Lo cual, teniendo en cuenta que sólo es carne picada en un 80 %, implica que en la práctica, a igualdad de peso de la carne, éste viene a ser un 25 % -no un 20 %, puesto que el porcentaje ha de calcularse sobre el 80, y no sobre el 100 %- más caro.
Y todo por culpa de una comodidad mal entendida.
Publicado el 5-12-2017