La invasión de las lechugas





Apetitosa”, ¿verdad?


Lo confieso, no me gustan nada las lechugas. Puedo ser capaz de comerla, en ensalada, con la condición de que su presencia esté “compensada” con otros ingredientes tales como el tomate, las aceitunas, los pepinillos, el atún, el maíz... siempre y cuando éstos se encuentren en cantidad suficiente como para neutralizar la desagradable sensación de que estoy comiendo papel de periódico.

Sí, ya sé que la verdura es muy sana... pero prefiero cubrir mi cuota nutricional con otras diferentes que no me repelen tanto -incluso hay algunas que me gustan- y que, supongo, proporcionarán idénticas cotas de salubridad. Así pues, no veo ningún problema en evitar las dichosas lechugas siempre y cuando sea posible compensarlas con, pongo por caso, judías verdes, brócoli, espinacas, cardos, coles de Bruselas, repollo, coliflor, lombarda, espárragos, alcachofas...

E incluso, insisto en ello, puedo sacrificarme comiendo algo de lechuga -menos da una piedra- dentro de una ensalada, sin necesidad de tener que andar escarbando para retirarla, que es algo que da muy mala imagen cuando comes en público. Pero todo tiene un límite.

Y el límite está, precisamente, en esa absurda manía que se ha implantado últimamente de meternos a las lechugas hasta en la sopa, incluyendo platos en los que, desde mi punto de vista, están completamente de más. Paso de la moda, que ya comenté en otro artículo, de pedir ensalada de primer plato en los restaurantes y casas de comida, algo sin duda sumamente beneficioso... para los bolsillos de sus dueños, puesto que les reporta mucha más ganancia al ser las materias primas muy baratas -en especial la lechuga- mientras la ensalada la cobran al mismo precio que cualquier primer plato normal. Paso también de la manía de enchufártela de guarnición sea cual sea el plato principal, como si no hubiera otras opciones tales como las tradicionales patatas fritas o, si uno tiene remordimientos de conciencia, el puré de patatas, el arroz cocido, los pimientos asados...

Pero por lo que no paso es que las conviertan en ingrediente inevitable de casi cualquier cosa. Fíjense, por ejemplo, en las populares -y abominables- hamburguesas industriales, paradigma de la comida basura... las cuales, acompañando al filete de carne picada achicharrada, suelen llevar una generosa ración de ensalada en la que la lechuga es, faltaría más, el ingrediente principal. Lo irónico del caso es que, por muchas bondades que tenga la susodicha lechuga, zamparte una hamburguesa de esas no te va a librar de meterte entre pecho y espalda tropecientas calorías además, claro está, del consabido chute de colesterol, de grasas trans y de unas cuantas guarrerías más. Pero es muy sano comer lechuga...

Lo mismo ocurre con los populares döner kebabs, en la práctica un bocadillo de carne asada en pan de pita... con la consabida ensalada de lechuga. Aquí también suelen recurrir al viejo truco de cobrarte el kebab de pollo al mismo precio que el de cordero, pese a la diferencia de precio de ambas carnes... pero bueno, ésta es otra historia.

Hasta hay pizzas de ensalada -pizzalada se llama el engendro- para asombro mío, aunque al parecer por el momento no han resultado muy populares. Y aunque el otro pilar básico de la -llamémosla así para no herir sensibilidades- comida rápida, los perritos calientes, por ahora parecen estar razonablemente libres de esta plaga verde -aunque haberla, hayla-, démosle tiempo al tiempo, que cosas más raras se han visto.

Pasando a otro de los clásicos, los sándwiches, así para empezar nos tropezamos con el tradicional sándwich vegetal, básicamente un bocadillo de ensalada, por lo habitual con lechuga y algo más, al cual le suele acompañar casi siempre su fiel escudero el sándwich de ensaladilla, otro extraño mejunje igualmente popular. A mí, huelga decirlo, no me suele apetecer ninguno de los dos, no sólo por mi escasa afición a las ensaladas, incluyendo a su hermana menor la ensaladilla, sino también porque no me parece demasiado normal ponerlas entre pan. Claro está que ésta es mi opinión personal y no pretendo convencer a nadie de ella, amén de que los sándwiches, por fortuna, cuentan con otras variedades bastante más apetitosas.

Ahora bien, ¿durará mucho esto? Pues a saber, sobre todo teniendo en cuenta ciertas preocupantes tendencias del mercado. Una conocida cadena especializada en estos pequeños bocadillos de pan de molde acaba de lanzar como gran estrella el sándwich de solomillo al queso brie... incluyendo entre los ingredientes lo que denomina brotes tiernos, aparentemente hojas de lechuga o de alguna otra planta de la familia lechuguil. Claro está que llovía sobre mojado, puesto que la carta de esta cadena ya contaba con sándwiches de pavo de luxe y de queso azul, ambos con rúcula; de pavo con manzana y de pollo barbacoa, los dos con lechuga, y asimismo con bocadillos de roast beef con rúcula.

En resumen, cada vez resulta más difícil librarse de la dichosa lechuga o de cualquier otra hoja vegetal que se coma cruda, aunque en mi caso cuento con la ventaja de que mi consumo de comida rápida es ínfimo, con lo cual por ahora no me afecta demasiado. Pero ya veremos si más adelante los lechugófobos no nos acabamos viendo obligados a promover una campaña en defensa de que las lechugas se queden confinadas en las ensaladas, que al fin y al cabo son su nicho ecológico natural. Y yo, por supuesto, seguiré pidiendo patatas fritas de guarnición, o me comeré el filete a palo seco.


Publicado el 3-2-2016