Magdalenas ¿caseras?





Fotografía tomada de www.rtve.es


Es de sobra sabido que la industria alimentaria suele retorcer cuanto puede la información sobre sus productos sin llegar a mentir legalmente... aunque en la práctica juega a la confusión intentando vendernos lo que no es o, cuanto menos, no como debería ser.

Un clásico de estas artimañas es el fantasmagórico pollo de corral, una categoría comercial inexistente que permite colarnos lo que les apetezca al tiempo que de manera subliminal nos están sugiriendo que se trata de un pollo criado de forma tradicional y por lo tanto presuntamente de mayor calidad... aunque lo único que no tiene nada de presunto es su precio, muy superior al de los normales, e incluso el color amarillo de la carne se debe a un colorante añadido al mismo pienso que comen los paliduchos de toda la vida.

Otros ejemplos podrían ser la burger meat, en la que el barbarismo anglosajón sirve para camuflar algo que no es en absoluto carne picada, sino un preparado industrial que la contiene junto con otros ingredientes menos nobles, por lo que se podría considerar como un sucedáneo de ésta. Tampoco es manco el queso rallado o fundido que por idénticas razones tampoco es tal, aunque se cuidan mucho de que no aparezca por ningún lado la palabra queso sustituida por eufemismos diversos y, claro está, acompañada por una atractiva y dudosamente real fotografía. O la cider, otro barbarismo bajo el que se camufla un refresco elaborado con zumo de manzana y otras cosas que no se puede comercializar legalmente como sidra.

No menos extendido está el uso y abuso del adjetivo casero para colarnos algo bajo el reclamo de una presunta elaboración artesana, en contraposición a los productos industriales por lo general trufados de aditivos de todo tipo. Y así, me encontré el otro día con un paquete de magdalenas caseras que, si bien es cierto que no estaban malas, bastaba con leer la etiqueta para concluir que de caseras debían tener bien poco.

Conste que no soy tan ingenuo como para suponer que estos productos caseros se elaboran exactamente igual que en casa, es decir, a mano y con ingredientes naturales; doy por supuesto que en los obradores existe una mecanización por lo demás necesaria, y asumo la necesidad de añadir algún conservante para evitar que se estropeen apenas comprados.

Lo que se espera de unas magdalenas es que, dentro de cierto margen, cuenten con estos ingredientes: huevos, harina, azúcar, leche -optativa-, aceite de oliva o de girasol según gustos, ralladura o esencia de limón -también optativa- y levadura, por lo general química. Y en el caso de las industriales, claro está, lo ya comentado de algún conservante, preferiblemente con mesura. Por supuesto se puede jugar con la proporción de los ingredientes racaneando con los más caros como los huevos, el aceite de oliva e incluso la leche, pero por lo general hasta las magdalenas más baratas -y más industriales- suelen respetar razonablemente esta receta.

Veamos ahora la composición de las magdalenas caseras de marras:


Azúcar, harina de trigo, huevo pasteurizado, aceite de girasol, agua, almidón de trigo, almidón modificado, suero de leche, emulgente E-471, gluten de trigo, gasificantes E-450 y E-500, conservantes E-200 y E-202, estabilizantes E-415 y E-412 y enzimas.


Para empezar llama la atención que el huevo haya pasado de ser el principal ingrediente a ser el tercero, lo que indica una proporción menos del mismo en la mezcla. Admito lo del aceite de girasol, pero ¿a santo de qué viene el agua, que no aparece en ninguna receta? Sólo lo entiendo como un relleno barato. Asimismo poco tiene de casera la adición de almidón de trigo, tanto en su versión normal como modificado. Éste se utiliza para mejorar la textura y la consistencia de los alimentos, y la modificación consiste en someterlo a un tratamiento químico con diferentes reactivos como ácido fosfórico, ácido acético, ácido adípico o alcohol hidroxipropílico.

Tampoco es moco de pavo que en lugar de leche se utilice su suero, un subproducto de la elaboración del queso y por lo tanto también barato en comparación con la leche de verdad.

Sorprende, y no poco, la presencia de gluten, que no es que sea malo ni mucho menos; pero mosquea en el entorno de un bombardeo publicitario a favor de los alimentos sin gluten que, si bien están plenamente justificados para los celíacos, intentan enchufárnoslos también a quienes no lo somos, pese a que maldita la falta que nos hacen, con la falsa excusa de que son más sanos. Lo que sí son, sin ningún género de dudas, es mucho más caros, por lo que si consiguen convencer a un número suficiente de incautos el negocio será redondo. Sospecho, y no creo andar muy descaminado, que el gluten que le quitan a estos alimentos debe de ser el mismo que luego le añaden a los normales, con lo cual el beneficio es doble primero por quitárselo a los unos y luego por ponérselo a los otros.

Concluyo con los aditivos. Como ya he dicho, aparte de la necesaria levadura -gasificantes en el argot de la industria alimentaria- admito que se les pudiera añadir algún conservante para evitar que les salga moho a los dos días; pero es que llevaban un emulgente -su misión es facilitar la mezcla de los ingredientes-, dos conservantes, dos estabilizantes -para evitar que se separen- y enzimas, que es el nombre genérico de unas sustancias que sirven para regular y facilitar -catalizar en lenguaje químico- las reacciones bioquímicas que tienen lugar en las células.

Puedo admitir, aun a costa de hacer un esfuerzo, que sean necesarios dos gasificantes, un emulgente, dos conservantes y dos estabilizantes para hacer unas simples magdalenas, pero se me escapa por completo, y eso que soy químico, la utilidad de unas enzimas cuando la mezcla de los ingredientes es sometida a un simple proceso de cocción en el horno. Eso sin contar con que hay infinidad de enzimas distintas ya que cada una sirve para una reacción concreta por lo que al no especificar de qué enzimas se trata nos quedamos sin saber para qué pudieran servir, aunque tampoco alcanzo a entender su necesidad dado que no se trata de un aditivo habitual ni siquiera en las magdalenas industriales sin pedigrí.

En cualquier caso insisto de nuevo: estas magdalenas de caseras tenían bien poco, por lo cual hubiera sido mucho más honrado haber prescindido de tan impropio y engañoso adjetivo.


Publicado el 9-9-2021