Antropomorfismo ñoño
Probablemente los
dibujos animados clásicos tengan mucho que ver con este tema
Ya lo he comentado en varias ocasiones: me molestan extraordinariamente las coces que sueltan a nuestro idioma los incultos varios que por desgracia pululan por doquier, sea por simple ignorancia, por pedantería barata -ambos defectos suelen ir a menudo unidos- o por imposición de los nuevos inquisidores de lo políticamente correcto... tanto me da, porque en la práctica tan cretinos son los unos como los otros, aunque los segundos son potencialmente más peligrosos porque no sólo sueltan sus pintorescas ocurrencias sino que además pretenden que los imitemos, a veces recurriendo a métodos coercitivos que nada tienen que envidiar a la extinta y denostada censura franquista.
Pero en esta ocasión voy a hablar de otro tipo de cretinismo lingüístico, el que podríamos calificar directamente como ñoño y, por lo tanto, idiota por partida doble, si es que esto es posible. Aquí las motivaciones no son políticas y ni tan siquiera tienen que ver con la ignorancia, pongo por caso, de otros idiomas, por lo que no nos encontramos en principio con nada importado sino con un producto cien por cien nacional... o al menos eso supongo, que nunca se sabe hasta que punto puede llegar la estupidez humana.
Me estoy refiriendo a la utilización de términos -sustantivos, adjetivos y hasta verbos- totalmente incorrectos desde el punto de vista semántico, pero elegidos ex-profeso bien porque suenan mejor -para ellos, claro-, bien porque suponen un eufemismo cursi capaz de atragantar a cualquiera con un mínimo de sentido común. Sus promotores son, en definitiva, los mismos que inventaron términos tan ridículos como pompis, jolines o hacer pis, por poner tan sólo unos pocos ejemplos.
Pero lo que más me subleva es cuando se ponen de moda manías tales como la de llamar bebé -niño de pecho, según el DRAE- a las crías de animales, en vez de utilizar el término correcto de cachorro -hijo pequeño de otros mamíferos-, el de pollo si se trata de una cría de ave o el de alevín en el caso de un pez. Aún más, las crías de muchos animales cuentan incluso con nombres específicos tales como potro, cordero, ternero, lechón, pollino, lobezno, osezno, gazapo, lebrato, ballenato, aguilucho, cervato, corcino, gamezno, jabato, gurriato, corvato, perdigón, cigoñino, anadino, renacuajo, viborezno... y si no existe el término, siempre o casi siempre se puede recurrir al diminutivo correspondiente: perrito, gatito, cabrito -o cabritillo-, vaquilla, elefantito, leoncito, monito...
Supongo que esta antropomorfización bobalicona tendrá mucho que ver con el ramalazo infantiloide que sacude a la sociedad occidental desde hace algún tiempo, y supongo también que comparte probablemente raíces con la costumbre de representar a los personajes de los dibujos animados infantiles como animales humanizados; pero esto no la justifica en absoluto, máxime si tenemos en cuenta que estamos hablando de adultos -infantilizados, eso sí-, y no de niños.
Por ello, me salen ronchas cada vez que oigo hablar, o leo en los periódicos, de las matanzas periódicas de bebés foca; y no porque no me parezca una salvajada, que me lo parece, máxime cuando todo ello será en beneficio exclusivo de cuatro repelentes ricachonas empeñadas en lucir abrigos hechos con las pieles de estos inocentes animales, sino porque las focas, se mire como se mire, no paren bebés, sino cachorros o crías, como mejor se prefiera.
Lo mismo digo del famoso bebé oso Knut -pese a existir la palabra osezno-, de los bebés elefante o de los numerosos ejemplos todavía más estrambóticos que aparecen por internet a poco que se rebusque, como los bebés paloma -supongo que en su incultura quienes así lo escriben desconocerán que a estos animalitos se les denomina pichones- o la sorprendente redundancia de bebé cachorro para referirse a las crías de perros... y es que la estulticia, al parecer, no entiende de límites. Claro está que si hay tanta gente que trata a sus mascotas como si fueran niños, no es de extrañar esta a todas luces impropia antropomorfización de los cachorros. Por desgracia vivimos en los mundos de Yupi nos guste o no, y les aseguro que a mí no me gusta en absoluto.
Por esta razón, y visto lo visto, propongo una ampliación de la iniciativa pero justo a la inversa: ya que a las crías de animales se les ha dado en llamar bebés, ¿por qué no hacemos también lo contrario, identificando con las larvas a los niños -humanos, se entiende-, especialmente a aquellos que nos suelen dar tanto la tabarra en los lugares públicos ante la bovina inacción de sus progenitores biológicos? Al fin y al cabo también se trata de especímenes biológicamente inmaduros, y si a una cría de foca se le denomina impropiamente bebé foca, ¿qué nos impide tildar de larva a un molesto, maleducado e insoportable cachorro humano?
Publicado el 23-5-2011