Del cotilleo a la telebasura





Viñeta de El Roto


Aunque nunca he sentido el menor interés por todo lo relacionado con el cotilleo, o la crónica del corazón si se prefiere decirlo en fino, no he podido evitar que, aunque con mucha sordina, me llegaran los ecos del mismo. ¿Cómo habría podido evitarlo por completo si me lo meten hasta en la sopa? Así pues, visto que no era posible el aislamiento tan como me hubiera gustado, opté prosaicamente por la indiferencia... y así sigo.

Sin embargo, el hecho de tener que padecer toda una sarta de sandeces en forma de noticias intrascendentes sobre personajes irrelevantes -al menos para mí- serviría a la postre para despertarme una somera curiosidad -que no interés- de índole estrictamente antropológico, o sociológico, como se prefiera. Al fin y al cabo, no deja de tener su mérito que tanta gente se interese por unos temas absolutamente banales, hasta el punto que la denominada prensa rosa copa -o al menos copaba hasta hace poco- las mayores tiradas de las publicaciones periódicas españolas, seguida -otro tema hasta cierto punto similar- por la deportiva. Pero esto último corresponde a otra historia diferente.

Y es que, insisto, no veo que interés puede tener estar informado de las trivialidades de la vida cotidiana de ciertos personajes encumbrados en el fervor popular -los famosos, famosillos y famosetes de toda laya- en virtud de vete a saber que peregrinos mecanismos de promoción social... promoción en el sentido publicitario, se entiende, no en el del ascenso en el nivel de vida, aunque en la práctica el uno acabe acarreando al otro.

A mí, huelga decirlo, me importa un pimiento la vida privada de cualquier desconocido, e incluyo en esta categoría a todo aquel que no pertenezca a mi círculo privado de familiares, amistades, compañeros de trabajo o, en general, todas aquellas personas con las que de una u otra manera interactúo. Y si me interesa la actividad de cualquier tipo -léase literaria, cinematográfica, política, etc...- alguna otra persona, por lo que muestre interés será por esta actividad y sus frutos, nunca por su vida privada, salvo en cuanto ésta afecte a aquella.

Puede que sea una rara avis, lo reconozco, pero les aseguro que el cotilleo no es lo mío. Ahora bien, mi conocimiento sobrevenido del mismo me ha hecho reflexionar sobre como ha ido éste evolucionando con el tiempo, y no precisamente a mejor sino justo lo contrario.

Retrocedamos algún tiempo, digamos varias décadas. El cotilleo de entonces, centrado en lo que llamaban revistas del corazón, tenía como principales protagonistas a personajes públicos conocidos previamente -recalco el adverbio- por haber destacado en alguna otra actividad: cantantes de moda, actores y actrices famosos, deportistas, ricachos podridos de dinero con ínfulas exhibicionistas o toda esa caterva de parásitos hereditarios que conforman la nobleza e incluso las propias casas reales. Es decir, por entonces el famoseo era sobrevenido y, aunque beneficiaba a ciertos colectivos sociales para mí mucho menos importantes que otros tales como médicos, científicos, artistas o escritores, lo cierto es que los candidatos a salir fotografiados en papel cuché tenían que currárselo previamente demostrando a los ávidos lectores lo bien que vivían.

Era una prensa bobalicona, por supuesto, pero inocente y por completo inofensiva.

La cosa empezó a cambiar cuando cierta señora, sin conocerse demasiado bien sus méritos previos -en realidad el principal de ellos parecía ser el de saber elegir con exquisita precisión sus sucesivos matrimonios-, empezó a chupar portadas en pie de igualdad, e incluso superándolos, a los tradicionales inquilinos de las mismas. Esto dio paso, con el tiempo, a un curioso ciclo cerrado del cual era imposible desentrañar su origen: la señora en cuestión era famosa porque salía en las revistas, a la par que salía en las revistas porque era famosa. Ni la cuadratura del círculo hubiera salido tan redonda, si se me permite el símil.

Luego vendría lo que yo llamo el famoseo por contagio, y es que, como si de una epidemia de gripe se tratara, comenzarían a surgir famosetes de segunda fila -conforme a los criterios del género, por supuesto, ya que para mí no pasarían, como mucho, de la undécima- cuyo único mérito sería el de haber estado en contacto con algún famoso oficial, lo que les daba pie para iniciar su propia carrera. Parejas y ex-parejas, antiguos novios o novias de -preferiblemente con niños por medio-, parientes más o menos lejanos, amigos, ex-empleados... todo valía para que el aspirante a famoso se diera a conocer en la pista del circo.

Un efecto secundario de esta democratización sería a aparición de auténticos profesionales del cotilleo llegados al olor de las jugosas exclusivas que les pagaban por contar sus historias; hasta entonces, por lo general, los famosos de toda la vida no habían necesitado ganarse las lentejas saliendo en las revistas, que para ellos eran más bien unos medios de promoción o, si se prefiere, publicidad gratuita. Pero ahora habían cambiado las cosas, de modo que muchos antiguos famosos en horas bajas o bien nuevos mercenarios del famoseo con bastante poco que contar pero sí mucha cara dura, comenzarían a competir, previo cheque por medio, para contar sus cada vez menos interesantes historias... pese a lo cual la fórmula funcionó, no me pregunten por qué.

Todavía quedaba por dar, no obstante, la última vuelta de tuerca, y de eso se encargaría la televisión. Aunque desde hacía tiempo Televisión Española había abierto un hueco en su programación a los cotilleos, sus programas seguían la fórmula tradicional que he comentado anteriormente, es decir, la inocentemente bobalicona. El problema fue cuando otras cadenas entraron en el ruedo acentuando cada vez más el tono escabroso de los perfiles: del cotilleo se acababa de pasar a la telebasura.

Quizá el primero en levantar la veda fue Tómbola, un programa de cotilleos con muy mala leche y todavía peor gusto producido por la televisión autonómica valenciana y emitido por ésta y por otros canales similares, entre ellos Telemadrid. Causa sonrojo, cuando no indignación, comprobar que una iniciativa tan repugnante surgió de un canal público, pero como el engendro resultó rentable pues ya se sabe, no olía, como decía el socarrón emperador romano Vespasiano al referirse al dinero que recaudaba por el impuesto a las letrinas.

Aunque finalmente el programa acabaría siendo retirado, ya era demasiado tarde: el melón estaba abierto, y las cadenas privadas, en especial Telecinco y Antena 3 acabaron entrando a saco en este filón que resultaba más rentable conforme iba descendiendo escalones en el camino de la vulgaridad más soez. Por si fuera poco la telebasura comenzó a ramificarse y reproducirse tal como si de una metástasis se tratara, creando auténticas “estrellas” -es un decir- que no es ya que no tuvieran nada de excepcional conforme a los tradicionales parámetros del género, es que ni siquiera alcanzaban el nivel medio de la ya de por sí mediocre -estadísticamente hablando- sociedad española.

Aún más, cuanto más vulgar, patán, insulso y repelente fuera el individuo en cuestión -o la individua-, tanto mejor para las cuentas de la cadena. Paralelamente se montarían todo tipo de programas basura tipo Gran Hermano y similares que servirían asimismo para retroalimentar con famosetes de baja estofa -cuanto más baja mejor- a unos programas de cotilleo cada vez más gores y repelentes, alejados ya por completo de ese glamour que, aunque vacío, tanto llegó a gustar en su día y que, dadas las circunstancias, parece ya casi de arte y ensayo en comparación con lo que se lleva ahora. Y como el índice de mortalidad catódica de estos elementos suele ser, salvo excepciones, bastante elevado, la conclusión fue obvia; había que fabricarlos constantemente para alimentar el altar del Moloch de la audiencia. En consecuencia, el antiguo círculo cerrado se convertiría en una espiral cada vez más profunda.

Y en esas estamos... pero mientras la audiencia responda mucho me temo que tendremos telebasura para rato, lo cual no dice mucho de la sociedad presuntamente avanzada y próspera, pese a las crisis, en la que nos ha tocado vivir.


Publicado el Publicado el 24-6-2011