Cuando el diablo se aburre...
Quizá fuera
conveniente que los gimnasios se anunciaran así
A estas alturas de mi vida, ya no sé si muchas de las cosas aparentemente triviales con las que me encuentro en el devenir cotidiano son sólo imaginaciones mías o si, por el contrario, demuestran de forma irrefutable que la sociedad se está volviendo cada vez más majadera.
Voy a relatar una de ellas. Todos los días paso por delante de uno de esos gimnasios que tan de moda se han puesto últimamente, en los que destacan unos inmensos ventanales por los que los transeúntes podemos ver a sus usuarios sudar la camiseta sobre unos artilugios que, salvo por el tamaño, me recuerdan enormemente a las ruedecitas con las que suelen estar equipadas las jaulas de los hámsteres. Pero ésta es otra historia que comentaré algún día.
La puerta de entrada del gimnasio está flanqueada por dos fotografías de gran tamaño en las que se hace publicidad del mismo, una con un señor y la otra con una señora, entrambos francamente cachas tal como corresponde dada la naturaleza del establecimiento. Y aunque es sobradamente sabido que el sexo siempre ha sido utilizado como reclamo publicitario casi hasta para vender artesanía monacal, en este caso concreto no creo que fueran por ahí los tiros ya que, desde mi punto de vista, el interés por los musculitos -propios y ajenos- y el atractivo sexual suelen seguir por lo general caminos bastante diferentes.
Vamos, que yo personalmente no encuentro erotismo alguno a unos bíceps -femeninos, se entiende- de talla XXL, y por lo que sé son muchas las mujeres que opinan exactamente lo mismo de los del sexo contrario. Pero aun admitiendo que hay gente pa tó, en este caso concreto creo que queda bastante claro que los responsables del gimnasio lo único que pretendían con las susodichas fotos era captar clientes mostrándoles tal como podrían quedar siendo aplicados, y no anunciar un coche -pongo por ejemplo- con una señora despampanante dentro que luego resulta que cuando lo compras te llevas la sorpresa de que ésta no iba incluida en el equipamiento de serie.
Por si fuera poco cumplían escrupulosamente con las dichosas leyes de paridad, dado que ambas fotografías cubrían las expectativas no sólo de ambos sexos, sino también, supongo, de todas las posibles fases intermedias. Vamos, que había para todos los gustos.
Sin embargo... hete aquí que un día me encontré con que en la fotografía de la musculada fémina, tan atractiva para mí como si hubiera estado vestida con un burka, alguien había pegado una pegatina en la que se le acusaba ¡de ser publicidad machista! Por el contrario, al otro lado la fotografía del bigardo permanecía impoluta y sin pegatina alguna que denunciara una presunta publicidad... ¿feminista?
En cualquier caso la pegatina acusadora desapareció a los pocos días, con lo cual ambas fotografías volvieron a quedar en pie de igualdad y yo a pasar de largo de ellas.
Publicado el 1-12-2016