Por fuera y por dentro
De momento todavía
no hemos llegado a esto, pero ¿quién sabe?
Acabo de pasar por delante de una librería. O mejor dicho por donde había una librería, puesto que el local estaba cerrado con un anuncio que indicaba la próxima apertura de una peluquería.
Se trataba de una modesta librería-papelería obligada a sobrevivir vendiendo no sólo artículos de papelería o periódicos sino también otros objetos todavía más ajenos a los libros como mochilas, regalos, juguetes y cosas por el estilo... nada de particular en un país tan iletrado, digan lo que digan las estadísticas maquilladas que tanto gustan a los políticos, como es el nuestro. Pero también vendía libros, y llevaba resistiendo muchos años en una ubicación poco favorable, lo cual era un mérito y no precisamente flaco.
En cuanto a su sustituta... bien, quede claro que yo no tengo nada en contra de las peluquerías aunque -ventajas de la alopecia- no pueda decir que las use demasiado. Y tampoco, huelga decirlo, pretendo insinuar siquiera la posibilidad de la existencia de una relación causal entre la desaparición de una y la llegada de la otra; simplemente la librería cerró por las razones que fueran, las cuales desconozco, y la peluquería se instaló en un local que había quedado disponible. Así de simple.
Pero, qué quieren que les diga, cada vez que me entero de que una librería ha cerrado se me encoge un poquito más el corazón. Tíldenme de sentimental si quieren, pero lo cierto es que nuestra sociedad, cada vez más desarrollada económicamente pese a las periódicas crisis de las que nuestros padres y no digamos ya nuestros abuelos, acostumbrados a una vida mucho más dura que la nuestra, se habrían reído a mandíbula batiente ante nuestras tribulaciones, es asimismo más iletrada, vuelvo a repetirlo, por muchos diplomas de educación básica, bachillerato e incluso universitarios que se expidan como si fueran churros, lo que en la práctica los convierte en mero papel mojado.
Porque la gente no lee. En su día no lo hacían, o mejor dicho muchos no lo podían hacer, porque el índice de analfabetismo era exageradamente alto, aparte de que los libros -también había letrados pobres- eran poco menos que un artículo de lujo. Pero ahora, con un analfabetismo estadísticamente irrelevante y una educación obligatoria hasta los dieciséis años, se da la paradoja de que el analfabetismo funcional o, mejor dicho, el analfabetismo vocacional, es mayor que nunca puesto que la gente, pese a estar perfectamente capacitada para leer, rehúsa hacerlo engolosinada con otras diversiones más entretenidas que no les exigen el menor esfuerzo intelectual. Y esto se da incluso a niveles universitarios, si hacemos excepción de las lecturas inherentes a sus trabajos.
Paralelamente constato la existencia de un crecimiento rayano en la explosión de ciertos tipos de establecimientos y no me refiero sólo a los hosteleros, donde somos líderes mundiales sin que ni los trastornos causados por el covid ni las crisis económicas que encadenamos desde hace ya quince años parezcan haberles afectado demasiado. En premios Nobel o en investigaciones científicas no destacaremos demasiado, pero lo que es en bares nadie es capaz de hacernos competencia.
Porque este florecimiento también se está dando en algo aparentemente tan prosaico y utilitario como las peluquerías -sorprendentemente la mayoría de las que abren ahora son para hombres-, centros de depilación y de extensiones de pestañas, clínicas de trasplante capilar -nunca llueve a gusto de todos- o manicuras, todos ellos hermanados por la queratina. Supongo que estas últimas seguirán siendo más frecuentadas por mujeres, aunque en estos tiempos que corren nunca se puede estar seguro.
En resumen, se trata de puro culto a la estética personal, por no hablar directamente de narcisismo. Yo iba a la peluquería, cuanto todavía había algo que cortar, al descubrir que mi pelo estaba ya demasiado largo, y me limitaba a pedirle al peluquero que cortara lo que sobraba. Ahora, por el contrario, veo estupefacto que la gente -me refiero en concreto al gremio masculino- exhibe en su cuero cabelludo unas obras de artesanía que parecen salidas de las manos de un exaltado jardinero barroco, en muchas ocasiones teñidas además con tonos amarillo Piolín, rosa Pantera, verde Shrek o azul Pitufo. No voy a entrar en cuestiones estéticas por eso de que sobre gustos no hay nada escrito aunque algunos merezcan palos, pero tanto su prolijidad como su exotismo son muestras evidentes de que están pensadas exclusivamente para epatar, como dicen los franceses.
¿Saben ustedes la idea que me pasó por la cabeza, nunca mejor dicho, cuando leí el cartel? Pues que, según todos los indicios, parecen ser muchos más los que se preocupan por el exterior de su cráneo que quienes lo hacen por el interior del mismo, con todas las connotaciones y no precisamente positivas que esta reflexión arrastra: Quien no lee y no reflexiona -difícilmente se puede dar la segunda premisa en ausencia de la primera-, corre el riesgo de ser manipulado y, por consiguiente, pastoreado.
Vamos, el pan y circo de los romanos, que de tontos -los dirigentes, me refiero- no tenían un pelo, en plan siglo XXI. En consecuencia, y parafraseando la famosa consigna absolutista que tanto daño hizo a España hace dos siglos, gritemos con fervor: ¡Vivan las redes sociales! Por supuesto, a través de los teléfonos móviles.
Publicado el 10-3-2023