Si los demás se tiran a un pozo...
Puestos a elegir a
alguien empapado, me quedo con Gene Kelly
¿Vas tú y te tiras detrás? Ésta era la respuesta que me daban mis padres cuando, al negarme ellos algo que les hubiera pedido, yo insistía argumentando que a otros sí les habían dejado hacerlo. Y tenían toda la razón del mundo, por más que en mi infancia no fuera capaz todavía de ponderar la importancia de tener tus propios criterios sin dejarte arrastrar por lo que hagan los demás, muy al estilo del conocido refrán: ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.
Por desgracia esta independencia intelectual, llamémosla así, no suele ser demasiado habitual no ya entre la población infantil, cosa por otro lado lógica, sino tampoco en buena parte de los adultos, lo cual empieza a ser ya bastante más grave. Mucha gente, temerosa al parecer de significarse por osar ir contracorriente de la tendencia mayoritaria, no sólo renuncia a guiarse por sus propios criterios sino que, incluso, está dispuesta a asumir las consecuencias perjudiciales de esta decisión -o del temor a no tomarla- prefiriendo dejarse llevar por el rebaño.
De aquí surge toda una serie de comportamientos sociales cuanto menos chocantes, que pueden ir desde la estupidez más peregrina hasta casos tan dramáticos como el de la Alemania nazi, pasando por todo tipo de fanatismos intermedios tales como el religioso, el nacionalista -que viene a ser lo mismo-, el político o hasta el futbolístico. Incluso en los casos más inofensivos como las aficiones personales, bastará con que se ponga algo de moda, por estrambótico que pueda resultar, para que te miren como si fueras un bicho raro si osas rehusar a participar en el esperpento, no digo ya nada de intentar convencer a alguien de lo inoportuno e innecesario de su comportamiento.
Son muchos, demasiados en realidad, los ejemplos de toda índole que podría poner al respecto, algunos personales y otros no, pero en esta ocasión me voy a limitar a comentar la última moda estúpida que parece haberse propagado como la pólvora, consistente en volcarte sobre la cabeza un cubo de agua helada... por supuesto, grabándolo para colgarlo en las redes sociales, faltaría más.
Esta especie de medio ducha escocesa casera -faltaría el cubo de agua caliente volcado a continuación, pero mejor no dar ideas- denominada en inglés Ice bucket Challenger, traducible al español como Reto del balde de hielo, dándose la circunstancia de que uno de sus promotores fallecería poco después, en plena campaña de promoción del invento, tras arrojarse al mar desde lo alto de un edificio. Sin comentarios.
En cualquier caso, ¿a qué viene todo este sarao? Bien, el objetivo de estas duchas heladas pretende ser al parecer el de concienciar a la gente sobre la existencia de la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad neurodegenerativa que provoca una grave parálisis progresiva y, a medio plazo, la muerte. Es la enfermedad, por cierto, que padece el conocido físico inglés Stephen Hawking. En cuanto a la razón por la que hacen esto y no cualquier otra tontería de entre las muchas posibles, parece ser que radica en la descripción hecha por un enfermo de ELA de que los dolores que padecía eran similares a la sensación de una ducha de agua helada...
Vaya por delante que no quiero minimizar en absoluto la relevancia de esta enfermedad. Al contrario. Un familiar cercano mío padeció, y acabó falleciendo todavía joven a causa de las graves secuelas que le acarreó, una enfermedad parecida, la esclerosis múltiple, razón por la que estoy muy sensibilizado hacia este tipo de dolencias o hacia otras no menos crueles como el parkinson o el alzheimer, por citar tan sólo las más conocidas. Y por supuesto, apoyo con todas mis fuerzas todo intento de sensibilizar a la gente sobre el grave problema que crean tanto a los enfermos como a su entorno familiar y a la sociedad en su conjunto. No son ninguna broma, como tampoco lo son el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o el sida.
Pero, ¿era necesario todo este folklore? ¿No se podía haber llamado la atención de una manera menos circense? Cierto es que, de forma paralela, se creó una campaña de recaudación de fondos para financiar la investigación sobre la enfermedad, pero la impresión que saco es que sus promotores deben de pensar que la gente es tan idiota que, si no se le monta el numerito, no presta la menor atención... aunque a saber si andan o no descaminados.
En cualquier caso, la iniciativa se ha convertido en una especie de competición entre famosillos de todo tipo de pelaje que, con la excusa de la buena causa, están aprovechando -lamento ser tan malpensado- para hacerse una promoción gratis que nunca viene mal, puesto que los vídeos con sus baños helados -y supongo que con la consiguiente cara de tontos que les debe de quedar- están circulando a todo trapo por las redes sociales y por internet. Yo personalmente no encuentro mayor atractivo en ver a alguien, por lo general desconocido para mí -mi motivación hacia el famoseo es absolutamente nula-, calado y con cara de frío, y tampoco me mueve el morbo de ver cómo lo pasan mal, aunque sea por una buena causa. En realidad, he de reconocer que me importa un pimiento.
Aunque, justo es reconocerlo, esta tontería ha generado toda una serie de noticias chuscas dignas de la mejor revista humorística. Así, en una pequeña isla de Escocia se quedaron sin agua cuando su centenar de habitantes se dedicaron a practicar el deporte de forma simultánea y a otro listo sólo se le ocurrió, en esta ocasión en España, pedir a un piloto de hidroavión que le soltara 1.500 litros de agua encima... y eso que no era de Bilbao, sino belga. Como resultado del experimento el osado bañista acabó en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Gerona con politraumatismos graves, y el piloto procesado por imprudencia temeraria. Y no tardando, no me extrañaría nada que el dichoso invento empezara a ser objeto de duras competiciones en busca de conseguir el récord Guinness.
Y no sólo noticias chuscas, sino también trágicas. En Estados Unidos, concretamente en Kentucky, cuatro bomberos se subieron a la plataforma articulada de su vehículo con la intención de regar con agua helada a un grupo de estudiantes de la universidad local, con tan mala suerte que, tras rozar accidentalmente un cable de alta tensión, dos de ellos resultaron heridos leves, otro grave y el cuarto falleció tras un mes de agonía. Así pues, la bromita salió cara.
Pero no queda ahí la cosa. Por si fuera poco, y según he leído en los periódicos -desde luego relevancia informativa sí que ha tenido, justo aunque triste es reconocerlo-, el juego consiste no sólo en que alguien se preste voluntariamente a hacer el numerito y a donar 10 dólares, sino que además todo el que lo hace tiene derecho a retar a otras tres personas a través de las redes sociales; los así desafiados tienen la opción de sumarse a la cadena -balde de agua helada, 10 dólares y otros tres retos- o bien rehusar al baño y donar 100 dólares...
Me pregunto qué pasará si alguien decide no entrar al quite y pasar olímpicamente de ambas alternativas. ¿Será un insolidario, un egoísta y un bla, bla, bla, justamente estigmatizado por ello...? ¿Se considerará la posibilidad de que pudiera preferir hacer una donación anónima sin cantar por soleares, o la de que no hiciera ninguna por la razón que sea? ¿Se respetará siquiera su derecho a decidir libremente sin recibir presiones de nadie? Puede parecer una frivolidad, pero para mí es un indicio más de la creciente intolerancia que padece todo aquél que ose discrepar de la mayoría por el motivo que sea.
Esperemos, además, que no cunda el ejemplo -todo se pega, menos la hermosura- y empiecen a surgir propuestas estrambóticas para concienciar sobre cualquier cosa que a alguien se le ocurra; porque a estas alturas no me extrañaría nada ver a la gente dándose martillazos en los pies para combatir el cáncer, metiendo los dedos en un enchufe para llamar la atención sobre el calentamiento global, tirándose al río para denunciar la obsolescencia programada o poniéndose cilicios -algo por lo demás de larga tradición católica- para concienciar contra el hambre en el mundo. Y si no, al tiempo.
Por cierto, ¿seguirán montando el numerito del balde en invierno? Porque ahora, en pleno verano, la verdad es que tampoco tiene tanto mérito... incluso, si me apuran, casi hasta apetece.
Publicado el 2-9-2014
Actualizado el
23-9-2014