El gran arcano de la moda





Un “modelito” de Agatha Ruiz de la Prada, ideal para actos oficiales


Pues sí, la moda siempre ha sido para mí algo equivalente a uno de los Grandes Arcanos del tarot.

He de reconocer que también se trata de un tema que jamás me interesó lo más mínimo, por parecerme frívolo y trivial así como alejado por completo de la problemática de los ciudadanos comunes y corrientes entre los cuales me cuento. Por supuesto no me estoy refiriendo al diseño de la ropa normal que todos llevamos puesta salvo cuando nos duchamos, sino a lo que comúnmente ha venido a denominarse alta costura.

Y es que siempre, casi desde que tengo uso de razón, me ha irritado profundamente -mucho más cuando era joven e impetuoso que ahora- todo cuanto tuviera que ver con la frivolidad y la ostentación gratuitas en un mundo en el que mucha, pero mucha gente, lo pasa muy mal. Y no sólo por solidaridad con los más desfavorecidos, aunque también, sino porque me parece un insulto a la inteligencia y al sentido común el comportamiento huero y ridículo de tanto zángano improductivo que se dedica a pasar la vida sin hacer nada mínimamente no ya productivo, sino tan siquiera decoroso.

Por supuesto esto afecta a mucho más que a la moda, pero quizá sea ésta uno de sus mascarones de proa más llamativos. Cada vez que veo en televisión un desfile de moda les juro que me pongo de los nervios al comprobar lo alejadas que están esas boutades de la realidad cotidiana de cualquiera de nosotros. Porque, ¿acaso han visto ustedes siquiera alguna vez que uno de esos trajes o vestidos acaben en las tiendas normales?

Sí, se me dirá que la alta costura es eso, alta costura, y que por esta razón tan sólo está al alcance de los elegidos, es decir, los zánganos a los que les sale el dinero por las orejas... y probablemente tendrá bastante razón, pero al fin y al cabo estos gaznápiros no son tantos, por fortuna, como parece, por lo que sigo sin entender como un mercado tan restringido, por muy alto que sea su nivel adquisitivo, es capaz de mover unas cantidades de dinero tan mareantes. De hecho, basta con leer lo que gana una modelo de primera línea para preguntarse de donde salen tantos cuartos.

En cualquier caso, mucho me temo que la alta costura de verdad, es decir, aquella que proveía tradicionalmente de trajes de lujo -pero susceptibles de ser vestidos sin caer en el más espantoso de los ridículos- a las clases adineradas, ha pasado a la historia, o casi, al menos de cara a la galería. Supongo que este mercado seguirá existiendo, tan sólo hay que ver los modelitos que exhiben las “celebridades” de cualquier pelaje en los actos públicos, pero ahora lo que se lleva en muchos desfiles de moda es algo completamente distinto.

Porque, se mire como se mire, un vestido de fiesta, por muchos miriñaques que se le pongan, siempre será un vestido de fiesta. Pero, ¿qué me dicen ustedes de esas mascaradas, a cada cual más estrambótica, con las que nos suelen regalar a modo de relleno en los minutos finales de los telediarios? No niego que al menos algunas de ellas, como desfile de carnaval, están muy logradas, pero no concibo ni por lo más remoto que alguien en su sano juicio -salvo los sufridos modelos, que para eso les pagan- se ponga eso para salir a la calle... vamos, que ni a la mismísima Paris Hilton, que ya es decir, me la imagino de semejante guisa.

Sin embargo esas mamarrachas mueven mucho dinero, algo que jamás entenderé...

Volviendo al prosaico mundo de la ropa normal y corriente que todos nos ponemos, hay asimismo algunos extraños enigmas que tampoco he conseguido desentrañar. Partiendo de la base de que el diseño de este tipo de prendas se mantiene al margen de los circuitos de la alta -y de la estratosférica- costura, y que probablemente serán los anónimos miembros de los equipos de diseño de las grandes empresas los que corran con esta labor, me gustaría saber quien diantre decide que en un momento determinado algo se ponga de moda... porque siempre me ha llamado mucho la atención comprobar el gregarismo de la  gente a la hora de vestirse de forma mimética a como lo hace la mayoría, con independencia de sus propios y particulares gustos personales.

Así, si un año se ponen de moda los pantaloncitos cortos -como ha ocurrido este verano- verás enseñando las piernas hasta las ingles a buena parte de la nómina femenina del país, incluso muchas a las que resultaría un acto de piedad tapárselas. Y si otro año resulta que se estilan los zapatos con punta bífida -todavía no los he visto, pero todo se andará- a lo mejor hasta se acaba teniendo problemas para encontrar unos normales, porque la moda además de ciega suele ser tiránica.

Teniendo en cuenta la gran competencia que existe en este ámbito comercial, me extraña sobremanera que todos acaben poniéndose de acuerdo para ofrecer lo mismo casi sin variaciones. Entiendo que a todo vendedor avispado le interesa cambiar la oferta de forma periódica para que la gente pique y le compre sus productos con una periodicidad mayor de la estrictamente necesaria, y entiendo también que a muchos se les pueda engañar fácilmente con un caramelo... pero conseguir poner de acuerdo a tantísimos compradores, por encima de sus presuntamente heterogéneos gustos personales, es algo de mucho mérito...

Otra de las cosas que me intrigan es quien puede estar detrás de la decisión de que tal temporada se lleve el color verde, o de que esta otra se calcen pantuflas de media caña... estoy pensando, claro está, en una especie de cerebro gris en la sombra que, a modo de poder fáctico, decidiera por nosotros qué es lo que tenemos que ponernos. Quizá no exista, de hecho es lo más probable, pero entonces, ¿quién demonios hace la elección? Porque desde luego los compradores no, ya que éstos se limitan a seguir dócilmente al pastor.

Un estrambote: si ya de por sí los hábitos del común de la población, en lo que a moda se refiere, son tan llamativos, lo que ya alcanza los límites de lo sublime son las indumentarias de las denominadas tribus urbanas, auténticos uniformes a la par que sorprendentes no sólo por su cultivo del feísmo -díganme ustedes qué tienen de atractivo unos vaqueros raídos y rajados por varios sitios-, sino también por su patente incomodidad. Cada vez que veo, pongamos por caso, a alguien disfrazado de rapero con unos pantalones ceñidos a la altura del pubis y una entrepierna que le llega por las rodillas, lo que le obliga a caminar como un pato, me pregunto si no sólo no tendrá el gusto alojado hacia el final de su aparato digestivo, sino si además no se dará cuenta de que una ropa cómoda le resultaría mucho más agradable de llevar...

Insisto, no lo entiendo.


Publicado el 22-6-2011