En estas navidades... turrón de cacahuete
A causa de la crisis el
humilde cacahuete ha vuelto a codearse con la aristocrática
almendra
Fotografía tomada de la
Wikipedia
Y discúlpenme si me tomo la libertad de coger prestada la pegadiza y conocida cantinela de un anuncio de turrón, cuya marca no voy a cambiar, cambiando la palabra chocolate por cacahuete, ya que me viene al pelo para titular el artículo.
Puesto que a efectos de recuerdos personales mis primeros dos años de vida, como cabe suponer, no cuentan en absoluto, puedo afirmar que mi infancia vino a coincidir de forma muy aproximada con la década de los años sesenta, cuando ya España se había encaminado decididamente por la senda del desarrollismo pero todavía seguían siendo muchos los que, habiéndolo pasado realmente mal en el pasado, seguían sin bajar la guardia, no fueran a volver las vacas flacas pillándolos desprevenidos... nada que ver, evidentemente, con la orgía consumista desatada en nuestro país apenas tres o cuatro décadas más tarde y que, pese al enorme lastre de la actual crisis económica, sigue latente en el alma de muchos españolitos que, si de repente vieran paliados sus actuales estrecheces, volverían inmediatamente a las andadas sin haber escarmentado lo más mínimo. Pero ésta es otra historia.
Centrémonos, pues, en un recuerdo concreto de la infancia que tengo vívidamente marcado, el del turrón de cacahuete que entonces se vendía como un sucedáneo barato del turrón de almendra que, sin ser ya un lujo inasequible, era sensiblemente más caro. En mi casa la verdad es que no hacía falta comprarlo gracias a la cesta de navidad que le daban a mi padre todos los años en el trabajo, bastante buena para la época, la cual incluía varias tabletas de turrón de almendra. Todavía recuerdo su nombre, turrón Saturno, y su logotipo comercial, un dibujo representando a este planeta con anillos incluidos. Aunque no se trataba de una primera marca y su calidad, supongo, no debía ser de las mejores, este turrón era de almendra de verdad, y con ello nos bastaba. Por cierto, hace mucho que perdí el rastro a esta marca y no me ha sido posible encontrar la menor referencia suya en las páginas nostálgicas de Internet, tal como me hubiera gustado..
Así pues el turrón de cacahuete, que entonces debía de ser bastante popular a causa de su baratura, no entraba en mi casa. Esto era algo que excitaba mi curiosidad ya que, a mis requerimientos para que lo comprara, mi madre respondía que era muy malo y que no merecía la pena. Años más tarde, cuando era más mayor y disponía ya de una mínima autonomía económica para comprar chucherías -las pocas que entonces había-, recuerdo que en más de una ocasión, deseoso de probarlo, llegué a comprarlo aprovechando que lo vendían no en tabletas, hubiera sido demasiado, sino en porciones individuales que se ajustaban a mi magro presupuesto. Y recuerdo que, aunque no lo encontré tan malo, tampoco me llamó demasiado la atención una vez satisfecha mi curiosidad inicial. Mi madre tenía razón, estaba mejor el de almendra.
Pasó el tiempo y poco a poco, y coincidiendo con el cada vez mayor nivel de vida, el plebeyo turrón de cacahuete fue cediendo cada vez más terreno frente al de almendra, hasta el punto de que su presencia llegó a a ser meramente testimonial; ya no lo vendían en las tiendas, sino tan sólo en los modestos tenderetes de las ferias junto con otras golosinas baratas tales como las almendras garrapiñadas de garrafa, que nada tenían que ver con las verdaderas de Alcalá, los enormes martillos de caramelo de vivo color rojo que parecían no acabarse nunca, las resecas -pese a ser regadas periódicamente- rebanadas de coco, las manzanas recubiertas de caramelo o el algodón dulce... sabores y texturas ya desaparecidos en su mayor parte y reemplazados por otros no necesariamente mejores. Y con el tiempo hasta de este modesto refugio acabaría desapareciendo el turrón de cacahuete, de modo que hacía ya muchos años que no había vuelto a verlo en ningún sitio hasta que me lo volví a encontrar en Tánger, donde lo vendían en modestos puestos callejeros cubriendo el nicho de mercado que dejaba libre la exquisita repostería marroquí que se vendía en las pastelerías de postín.
No fue sino hasta los prolegómenos de la navidad de 2014 cuando descubrí con sorpresa que se volvía a vender en España. Primero fue, curiosamente, en algunas fruterías, lo cual me llamó bastante la atención al no ser éstas un canal habitual de venta de dulces navideños; además se trataba de marcas para mí desconocidas, nada que ver con las tradicionales industrias de Jijona, Sonseca o Malagón, entre otros lugares de la geografía española en los que se elabora tradicionalmente este dulce navideño. Pero tampoco era de extrañar, al fin y al cabo fabricar turrón es relativamente sencillo -otra cosa es, claro está, la calidad que se consiga- y está al alcance casi de cualquiera.
Pero cuando mi sorpresa llegó al límite fue al comprobar, días después, que el turrón de cacahuete también se vendía en los supermercados compartiendo estantería -o lineal, como se dice en la jerga comercial- con el de siempre... y que además estaba elaborado en Jijona, nada de una oscura fábrica ubicada en algún polígono industrial anónimo ajeno por completo a la tradición turronera. Y esto no era en modo alguno baladí.
Mi conclusión, no sé si acertada pero desde luego creo que no demasiado disparatada, es que la industria turronera en su conjunto ha debido de sentir el zarpazo de la crisis de una forma tan rotunda que le ha obligado a rescatar a este olvidado sucedáneo, elaborado con cacahuete en lugar de almendra, como una manera más o menos desesperada de no perder ventas por un lado y de preservar la tradición navideña por el otro, dado que el precio medio de una de estas tabletas -un euro- era menos de la mitad del de un turrón de almendra de marca blanca, y bastante menos comparándolo con uno de marca. Puede parecer que no es demasiada la diferencia que media entre pagar un euro y dos y pico, o tres, sobre todo si te basta con una o dos tabletas para todo el período navideño, pero... quién sabe.
Lo cierto es que viendo como veo, cada vez con más frecuencia, a personas de aspecto nada marginal rebuscar en los cubos de la basura o pedir en los vagones de tren yo metro, y conociendo de primera mano casos cada vez más dramáticos de familias, hasta hace poco perfectamente integradas, víctimas ahora de una crisis económica que no parece tener fin, no puedo extrañarme de esta llamativa vuelta atrás en una de las tradiciones más arraigadas del período navideño, asumiendo que la gente prefiera comer turrón, aunque sea malo, antes que tener que renunciar por completo a ello.
Y desde luego, cada vez que oigo afirmar a estos políticos que tenemos la desgracia de padecer que ya estamos saliendo de la crisis, me gustaría poder tener la facultad de condenarlos a padecerla siquiera por una temporada. Quizá si en vez de ir a restaurantes caros a cargo del presupuesto se vieran obligados a comer turrón de cacahuete, con todo lo que esto simboliza, a lo mejor se preocuparían más por los ciudadanos y menos por preservar sus privilegios y por defender los intereses de las oligarquías que, si bien no me atrevo que hayan sido las que han provocado la crisis, lo que resulta evidente es que se están beneficiando de ella, lo cual viene a ser en la práctica casi lo mismo.
Publicado el 27-12-2014