Andrés Manuel del Río, descubridor del vanadio
Siempre que se oye hablar de un estudiante ilustre de la universidad de Alcalá, es normal imaginárselo como un hombre de letras al ser la antigua universidad complutense, al igual que todas las del antiguo régimen, un centro de estudios fundamentalmente humanísticos sin más excepción, salvo quizá en su postrera época, que las cátedras de medicina que tan brillantes resultados dieran a lo largo de su dilatada historia.
Por esta razón, y haciendo abstracción de los ya aludidos médicos, resulta ser bastante poco habitual encontrarse con un científico salido de sus aulas a pesar de que estas personas no sólo han existido sino que, en algunas ocasiones, han llegado a convertirse en importantes figuras de la ciencia española de su época.
Éste es, precisamente, el caso del personaje cuya biografía hoy nos ocupa, Andrés Manuel del Río, químico y minerólogo de reconocida fama internacional cuyo nombre figura además en la historia de la química por haber sido uno de los pocos españoles que lograron identificar y describir un nuevo elemento químico desconocido hasta entonces, el vanadio, al igual que lo hicieran los hermanos Fausto y Juan José Elhúyar con el wolframio o Antonio de Ulloa con el platino.
Y si el descubrimiento del vanadio, un metal muy utilizado actualmente en la industria principalmente para la fabricación de aceros especiales, bastaría ya para ilustrar la figura de su descubridor, no menos importantes resultan ser tanto su actividad como científico como su labor de intelectual, siendo así la biografía de del Río una interesante historia que paso a relatar a continuación.
Andrés Manuel del Río nació en Madrid el día 10 de noviembre de 1765, y muy tempranamente comenzó sus estudios de filosofía, teología y literatura en la universidad de Alcalá, donde se graduó en 1780 con sólo quince años de edad. Dada su especial aptitud hacia los estudios científicos, entonces en auge en toda Europa, el joven del Río pasaría luego a estudiar matemáticas y física para dirigirse más tarde a la Escuela de Minas de Almadén.
Pero su formación científica no acabaría aquí. Apercibido el gobierno español de su valía, le sería concedida una beca para ampliar sus estudios en otros países europeos más avanzados entonces que España en el campo de la física y la química.
Interesado por la mineralogía, del Río marcharía primero a París y luego a la región alemana de Sajonia, en cuyas minas estudió minuciosamente los métodos de obtención de las menas metálicas y donde tuvo como condiscípulo al barón de Humboldt, que años después sería un afamado naturalista. De allí se trasladó a Francia, donde tendría un profesor de lujo: nada menos que Lavoisier, uno de los padres de la ciencia moderna.
Sorprendido por el marasmo de la revolución francesa del Río se vería obligado a huir de París disfrazado en 1793, dirigiéndose entonces a Inglaterra cuyas minas también visitó. Rechazando todas las propuestas recibidas en los países visitados del Río volvió a España, donde no pararía mucho tiempo al ser nombrado catedrático de mineralogía del recién creado Real Seminario de Minería de México, centro que contaba con otro importante químico español como director, el ya citado Fausto Elhúyar.
Incorporado a su nuevo destino ultramarino en el año 1794, comenzaría a impartir sus clases de mineralogía en abril de 1795 al tiempo que se incorporaba con gran ímpetu a los círculos culturales mexicanos. Dentro de su faceta de científico del Río alternaría la docencia con la investigación publicando numerosos trabajos de los cuales los más conocidos son Elementos de orictognosia ó del conocimiento de los fósiles dispuestos según los principios de A.G. Werner, un Manual de Geología o el Discurso sobre la formación de las vetas.
Sin embargo, como ya quedó comentado, del Río debe su prestigio internacional al descubrimiento, bastante novelesco por cierto, de un nuevo metal desconocido hasta entonces, el vanadio; veamos cómo lo relatan D.N. y V.D. Trifonov en su libro Cómo fueron descubiertos los elementos químicos (Ed. Mir, Moscú):
En México, cerca de Zimapán, fueron descubiertos unos yacimientos de mineral de plomo, y en 1801 una muestra de éste cayó en manos del profesor de mineralogía de la ciudad de México A. del Río. Siendo un buen analítico, el investigador examinó la muestra y llegó a la conclusión de que ésta contenía un metal nuevo semejante al cromo y al uranio. A continuación, A. del Río obtuvo varios compuestos del metal, y cada uno de ellos tenía su propio color. Sorprendido de esta circunstancia, el científico propuso para el nuevo elemento el nombre de pancromo (procedente de la palabra griega que significa poseedor de los distintos colores), pero al poco tiempo lo cambió por el de eritronio (la palabra griega correspondiente significa coloreado de rojo). Como causa sirvió el hecho de que muchas sales del nuevo elemento durante el calentamiento adquirían color rojo. El nombre dado por A. del Río era poco conocido por los químicos europeos, y al enterarse de los resultados de aquél trataron a éstos con desconfianza. Y el propio mineralogista perdió la confianza. Al estudiar más tarde el eritronio, éste de hecho cerró su descubrimiento declarando que el elemento era simplemente el cromato de plomo.
Del Río estaba equivocado, puesto que su eritronio era en realidad un nuevo metal. Pero la historia continúa. En 1809 un químico francés, H. Collet-Descorties, analizó una muestra del mismo mineral mexicano llegando a la misma conclusión errónea que del Río. Años más tarde, en 1831, el químico que sintetizara por vez primera un compuesto orgánico, E. Wöhler, estudió también este mismo mineral de Zimapán llegando a detectar algo extraño en el mismo; pero una inoportuna intoxicación le apartó durante varios meses de sus investigaciones mientras que, de forma prácticamente simultánea, el químico sueco N. Sefström identificaba al escurridizo metal en un mineral de hierro.
Recuperado de su intoxicación Wöhler llevaría hasta el final el estudio del mineral mexicano (la actual vanadinita) demostrando definitivamente lo acertado del descubrimiento de del Río. Nuestro minerólogo, por su parte, reclamó la prioridad del descubrimiento del eritronio cuando a partir de 1832 se confirmó la naturaleza del nuevo elemento, que no sería aislado en su forma metálica hasta 1869.
Sin embargo, la historia de la química no recogería al eritronio de del Río sino al vanadio de Sefström, nombre propuesto por éste a instancias de J. Berzelius, otro de los principales químicos de la época... Y esto a pesar de haber quedado suficientemente demostrado que el descubrimiento del español precedió en casi treinta años al del sueco. Por su parte, el nombre del vanadio procede de la diosa Vanadis o Freya, una de las principales deidades femeninas de la mitología germánica generalmente identificada con la fertilidad y el amor.
Pero volvamos a nuestro personaje, puesto que su biografía no concluye con el descubrimiento del vanadio. Convertido en la principal autoridad de la mineralogía mexicana, sería elegido diputado en las cortes liberales de 1820, breve paréntesis dentro del absolutista reinado de Fernando VII. Desde su escaño del Río defendería enérgicamente la independencia de México, país al que retornó rehusando tanto la dirección de las minas de Almadén como la del museo de Ciencias de Madrid.
De vuelta a México se encargó de nuevo de su cátedra hasta que, proclamada la república mexicana, el senado de la nueva nación promulgó en 1828 un decreto de expulsión de todos los españoles residentes en el país. En virtud de los servicios prestados se excluyó a del Río de esta medida, pero éste prefirió seguir la suerte de sus compatriotas saliendo de México en dirección a los Estados Unidos. Refugiado en la ciudad de Filadelfia sería miembro activo de la American Philosophical Society hasta 1834, fecha en la que retornó de nuevo a su país adoptivo siéndole reintegrada su cátedra al tiempo que rechazaba importantes destinos oficiales en España. Y en México residiría ya hasta su muerte, ocurrida el 23 de mayo de 1849.
Descubridor, además del vanadio, de varios compuestos químicos tales como la plata azul, el cobre carbonatado platoso, la liga natural de oro y rodio y el seleniuro de mercurio, del Río pertenecería a sociedades científicas tales como la Real Academia de Ciencias de Madrid, el Instituto de Francia o la Sociedad Werneriana de Edimburgo, entre otras. Una vez fallecido el gobierno mexicano daría su nombre, a modo de homenaje, a un cantón del estado de Chihuahua, y desde 1964 la Sociedad Química de México otorga anualmente el premio nacional de química que lleva su nombre, consistente en una medalla de bronce con la efigie de Andrés Manuel del Río y una placa conmemorativa.
Publicado el 14-5-1988, en el nº 1.096 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 30-1-2006