Meco, el de las bulas
Vista exterior de la iglesia de
Meco
Y como un navío lejano, en el fondo, se pierde la iglesia de Meco, célebre por la bula del conde de la Tendilla.
Miguel de Unamuno
La iglesia de Meco, que se antoja enorme y empolla casas diminutas...
Manuel Azaña
Meco. Uno de los pueblos más sugerentes de la comarca complutense, tanto por su historia como por su presente. Un pueblo siempre vinculado a su vecino alcalaíno por más que su dependencia administrativa del mismo no se iniciara sino hasta fecha tan tardía como es el siglo pasado. Un pueblo, en definitiva, que ha visto unido en estos últimos años su nombre al de Alcalá bien a su pesar; y es que a nadie le puede agradar ser conocido en toda España merced a una prisión de alta seguridad a la que, pese a estar ubicada en su totalidad en el término municipal complutense, los periodistas y los políticos se han empeñado en naturalizar mequera siquiera en un cincuenta por ciento.
Pero comencemos por el principio. Meco, que es población de muy probable origen árabe, acabaría siendo propiedad de la linajuda casa de los Mendoza una vez retornadas a la soberanía castellana las tierras antaño pertenecientes al antiguo reino moro de Toledo. No habría de figurar, pues, Meco entre los lugares pertenecientes a la comunidad de Villa y Tierra alcalaína que es lo mismo que decir la jurisdicción complutense; porque ésta, que por tierras de la Alcarria se extendía hasta las entonces lejanas riberas del Tajuña, apenas si rebasaba medrosa las orillas del Henares allá por las vegas bajas de la Campiña en las que asienta sus reales nuestra villa. Ahora bien, no se crea por ello que alcalaínos y mequeros no mantuvieron a lo largo de los siglos una intensa y fecunda relación de vecindad que no fue siempre amistosa a juzgar por lo que relata Manuel León Marchante, antiguo estudiante en Alcalá, en un jocoso poema alusivo a una corrida de toros, celebrada en la vecina villa en 1670, que acabó como el rosario de la Aurora al enzarzarse lugareños y estudiantes en una encendida pedrea. Publicado este poema por José García Saldaña en sus Documentos olvidados, traigo a colación una cualquiera de sus estrofas como muestra de la hilarante redacción del mismo:
Otro, que reventaba de valiente |
Habría de ser don Íñigo López de Mendoza, nieto del célebre Marqués de Santillana y segundo conde de Tendilla -y primer marqués de Mondéjar-, quien consiguiera en 1487 del papa Inocencio VIII la concesión de una bula que suavizaba notoriamente los rigores cuaresmales para todos los vasallos del conde, privilegio que acabaría siendo conocido como la Bula de Meco a pesar de que era extensivo a otras ocho poblaciones más. Una segunda bula -que por Francisco Javier García Gutiérrez sabemos que en realidad fue un breve pontificio-, otorgada por Clemente XIV en 1772, vendría a regular el derecho de asilo en el arzobispado de Toledo limitándolo exclusivamente a la iglesia parroquial de Meco; de esta segunda bula -o breve- derivaría el conocido dicho de No te salvará ni la Bula de Meco, antaño empleado como manifestación del pesimismo más absoluto.
Vista interior de la iglesia de
Meco
Pero si de algo están en verdad orgullosos los mequeros, y a fuer que con toda la razón, es de su magnífica iglesia parroquial consagrada a Nuestra Señora de la Asunción, sin duda uno de los monumentos más significados de toda la comarca complutense. De proporciones cuasi catedralicias en comparación con el tamaño del caserío circundante, la iglesia posee un notable valor artístico que justifica plenamente el orgullo de sus parroquianos. No es éste lugar adecuado para extendernos acerca de su historia y de su arte, bastándome con recomendar la lectura de la Historia de Meco de Francisco Javier García Gutiérrez, obra en la que el autor da detalles sobrados de este interesante tema, así como también una visita que nos permitiera contemplarla por nosotros mismos. Sí que quiero recordar, por lo que nos atañe a los alcalaínos, la existencia de dos cuadros colgados de sus muros alusivos a nuestros patronos Justo y Pastor; y es que, recordémoslo, cuando las reliquias de los dos hermanos retornaron finalmente a Alcalá en 1568, hicieron su penúltima etapa en Meco antes de arribar a nuestra ciudad, permaneciendo en la vecina villa durante varios días en los que fueron objeto de una profunda veneración.
Y ya que hemos hablado del Meco del pasado hagámoslo ahora del Meco del presente, que no todo va a ser historia en la vida de nuestros pueblos. Meco es hoy un lugar tranquilo y sosegado que sigue conservando su carácter rural a pesar de la cercanía perturbadora de Alcalá y a pesar también de algunas importantes instalaciones fabriles, tales como la fábrica de cemento, asentadas en su propio término. Hace años, empero, Meco estuvo a punto de convertirse en una amorfa ciudad dormitorio más merced a un monstruoso proyecto urbanístico que, de haber sido llevado a cabo, habría supuesto lisa y llanamente su desaparición al ser devorado por su propio y canceroso hijo. Felizmente tal amenaza fue finalmente conjurada sin más secuela que la fea verruga que en forma de impersonal barrio le surgiera a Meco allá por el camino de la estación y que, afortunadamente, no ha conseguido alterar el espíritu secular del pueblo.
Porque Meco es todavía hoy un lugar en el que se puede sentir la placidez intemporal de nuestras tierras, irremisiblemente perdida ya en todas las grandes y medianas, y aún pequeñas, ciudades. Y ciertamente el placer de pasear por su calle Mayor, ornada con las portadas y los escudos de sus antiguas casonas nobiliarias, o por sus cuidadas y recoletas plazuelas; el placer asimismo de descubrir escorzos inéditos de la omnipresente torre parroquial desde las estrechas callejuelas, es algo que merece realmente la pena... Y todo ello, apenas a ocho kilómetros de Alcalá. Ahí es nada.
Publicado el 16-3-1991, en el nº 1.232 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 15-2-2007