La linterna de Caracciolos





La linterna de Caracciolos durante su reconstrucción



Desde hace algún tiempo la silueta de las torres de Alcalá, tan ensalzada por multitud de escritores a lo largo de los siglos, se ha visto incrementada con un elemento nuevo, la reconstruida linterna de la iglesia de Caracciolos, con la cual se remata la restauración de una de las mejores iglesias de Alcalá (probablemente el mejor templo barroco después de Jesuitas y Bernardas) la cual, pese a su gran valor artístico, permanecía completamente abandonada desde que el incendio de 1966 destruyera sus bóvedas. Para mayor dificultad la linterna había desaparecido mucho antes, a mediados del siglo XIX, con lo cual se carecía de la documentación gráfica que sí se poseía del resto del edificio. Por fortuna el equipo encargado de la restauración la acabó encontrando, lo que ha permitido la reconstrucción de este elemento arquitectónica a pesar de que la ciudad había perdido completamente su recuerdo.

Siempre que hablo del tema de las restauraciones arquitectónicas me planteo la misma pregunta: ¿Por qué razón los arquitectos no siguen los mismos criterios que los pintores? Imaginemos un cuadro que necesita ser restaurado; si tiene un agujero, éste será tapado; si faltan trozos de pintura, ésta será repuesta procurándose, eso sí, no cometer ni una falsificación (lo nuevo se tiene que distinguir de lo viejo) ni una invención (se rehará el motivo sólo si éste era conocido), utilizándose siempre materiales que no dañen al cuadro y que puedan ser eliminados siempre que resulte necesario hacerlo.

Estos criterios son razonables, lógicos y por lo que yo sé están universalmente aceptados; ahora bien, puesto que entre la pintura y la arquitectura, con todas sus posibles diferencias, existe el nexo común del mensaje artístico, sorprende descubrir que en el caso de esta última se sigan criterios restauradores mucho más controvertidos. Olvidada afortunadamente la tendencia decimonónica de recrear los monumentos según la libre interpretación del restaurados, lo que conducía a unas falsificaciones descaradas que pretendían construir mejores edificios góticos que en la Edad Media, ahora muchos arquitectos han caído en el vicio opuesto proponiendo consolidar las ruinas sin hacer la menor intervención reconstructora o, en el caso de que los edificios requieran un uso funcional, reemplazar lo perdido a base de elementos arquitectónicos contemporáneos ajenos por completo a las trazas originales.

A mí personalmente ambos extremos me parecen igual de reprobables, y pienso que lo más racional sería aplicar criterios similares a los de la restauración de pinturas. ¿Se imaginan ustedes un cuadro de Velázquez al que al restaurarlo le dejaran un agujero, eso sí, perfectamente consolidado? ¿O que a un cuadro de Goya al que le faltara un trozo de pintura le hubieran repintado ese fragmento conforme a la estética cubista? Sería absurdo, ¿no? Pues eso precisamente es lo que proponen (y lo que es peor, ejecutan) muchos arquitectos hoy en día.

Es evidente que no se puede falsificar nada, error que se cometió en el pasado, por ejemplo, al restaurar el palacio arzobispal introduciendo en él numerosos elementos góticos, renacentistas o mudéjares que jamás había tenido. Es evidente que no se puede intentar la recreación de elementos arquitectónicos, e incluso de edificios enteros, cuya memoria gráfica se ha perdido; así, sería absurdo, pongo por caso, reconstruir el desaparecido convento de San Diego. Es evidente, por último, que los materiales utilizados en las restauraciones han de ser lo suficientemente diferenciables de los originales (para los expertos, y no necesariamente para los profanos) como para que no puedan inducir a confusión... Pero hechas estas salvedades, ¿cuál es el criterio a seguir cuando resulta necesario reconstruir los elementos perdidos (por ejemplo, la bóveda de una iglesia) y se da la circunstancia de que se sabe cómo fueron los elementos desaparecidos? ¿Se dejará el agujero? ¿Se tapará con elementos diferentes a los originales? ¿O se intentará reconstruir éstos recuperando las formas originales?




La linterna de Caracciolos reconstruida


Permítanme hacer ahora un símil literario. Cuando ustedes leen un libro, ¿qué les interesa más de él? ¿El mensaje que nos transmite el autor, o el papel y la encuadernación de éste? Dicho con otras palabras, ¿les interesa leer el Quijote sin más, o exigen hacerlo en la edición original del mismo? El símil, en contra de lo que pudiera parecer, no es tan descabellado. Cuando el arquitecto que construyó Caracciolos diseñó su obra, aparte lógicamente de la utilidad funcional de la iglesia, ¿qué piensan ustedes que nos transmitió? ¿Un mensaje artístico recogido en unas formas geométricas armoniosas, o un conjunto de ladrillos, mortero y vigas de madera? Y yendo un punto más allá, ¿debemos preservar el mensaje artístico del arquitecto aunque haya desaparecido su soporte físico original?

La conclusión de todas estas disquisiciones es inmediata: Si se procede a la restauración de un edificio y se conocen con exactitud los elementos perdidos (bóvedas, cúpula y linterna y chapitel, en este caso) es legítimo rehacerlos de la forma más fiel que se pueda, independientemente de que se guarden todas las precauciones de cara a evitar posibles errores futuros a la hora de diferenciar entre lo viejo y lo nuevo. Evidentemente hay casos en los que esto no es posible, pero por fortuna en otras ocasiones sí se puede, y se debe, hacer.

Esto es lo que ocurre con la iglesia de Caracciolos, cuya restauración ha sido modélica en el exterior; nada puedo afirmar del interior puesto que no he tenido ocasión de visitarlo, pero espero y deseo que se hayan seguido los mismos criterios. También ha habido otros precedentes anteriores de restauraciones en la misma línea: Las linternas de las iglesias de las Agustinas, las Bernardas y Basilios fueron recuperadas aprovechándose que se sabía cómo habían sido las originales.

Otro caso similar de una torre desmochada, modélicamente reconstruida en 2006, es el de la iglesia de las Juanas, también en la calle de Santiago; pese a no conocerse ninguna fotografía que pudiera revelar como era, finalmente pudo hacerse gracias a un grabado del siglo XVII, lo que demuestra bien a las claras que, cuando se quiere, se puede.

Un buen susto fue la publicación de lo que se pretendió hacer en la iglesia del Carmen Calzado, una auténtica salvajada que, de haber sido consumada, habría supuesto el mayor atentado contra el patrimonio alcalaíno en los últimos años. Este templo había perdido toda su parte superior (frontón, bóveda y, parcialmente, los muros) a principios de los años setenta, lo que permitía, dada la existencia de numerosos testimonios gráficos, reconstruir lo desaparecido de forma prácticamente exacta con total facilidad. Sin embargo, este proyecto pretendía nada menos que embutir en la nave de la iglesia una especie de cubo de cristal y alabastro al más puro estilo Manhattan... Por fortuna, tras quedar paralizado, pero coleando, sería finalmente desestimado y sustituido por otro mucho más respetuoso con el aspecto original del edificio, que fue el que acabó ejecutándose.

Algo similar ocurrió en la restauración de Basilios, donde triunfó finalmente el sentido común y se rehizo la linterna tal como había sido, pese a que en el proyecto de restauración primitivo se contemplaba alzar en su lugar un extraño zigurat que violentaba por completo la estética de la iglesia.

Todavía queda, al día de hoy, al menos un caso más de una torre perdida en el siglo XIX, la cual podría ser reconstruida sin la menor dificultad ya que existen suficientes fotografías de la misma: Me estoy refiriendo a la del antiguo convento de la Madre de Dios, en la calle de Santiago, sede hasta hace unos años de los juzgados y actualmente sede del museo arqueológico. Para que se hagan ustedes una idea, esta torre era bastante parecida a la de las Agustinas o a la de la capilla de las Santas Formas de la iglesia de jesuitas, con lo cual debía de ser una de las más llamativas de Alcalá. De ella tan sólo se conserva el tambor (la parte inferior) faltando la linterna y el chapitel, y su reconstrucción supondría una mejora de la silueta de la ciudad realmente impresionante. Lamentablemente esta reconstrucción no fue realizada aprovechando la restauración del edificio, pese a que hubiera merecido la pena hacerla.

Por desgracia, no todas las restauraciones realizadas en Alcalá en los últimos años son tan dignas de elogio. Véanse, por ejemplo, los techos de la capilla del Oidor, no sólo discordantes con los elementos originales sino también carentes por completo de funcionalidad, como podrá comprobar cualquiera que visite esta sala de exposiciones en verano; y si miran hacia arriba podrán comprobar que fue preciso instalar una malla para evitar que cayeran los cascotes del psicodélico techo. Véase también el chapitel de la vecina torre de Santa María, pegote que en nada se parece al original a pesar de que nada había más fácil que copiarlo; si esto no es una falsificación, que venga Dios y lo vea.


Publicado el 4-7-1998, en el nº 1.579 de Puerta de Madrid
Actualizado el 3-11-2006