El gentil Aliendre



Dentro del conjunto de los afluentes principales del Henares el Aliendre no es ni el más importante, ni el más grande, ni el más largo; antes bien, es tan sólo un humilde riachuelo que comparte con el Torote y el Badiel la condición de intermedio entre los tributarios importantes y los anónimos arroyos que jalonan con sus desembocaduras el curso de nuestro río.

Mas el Aliendre, en su modestia, no deja por ello de tener su encanto, de forma que el viajero enamorado del Henares nunca podría dejar pasar por alto este pequeño y jovial río que avena las tierras de la histórica villa de Cogolludo para ir a morir poco más allá en las cercanías de Espinosa de Henares.

Nace el Aliendre a decir de los geógrafos, bajo el humilde nombre de arroyo de la Fresneda, en las cercanías del olvidado lugarejo de Fraguas allá por la vertiente sur de la Sierra Gorda, uno de los espolones que se descuelgan del imponente espinazo de la sierra del Alto Rey, pero su presentación en sociedad no tiene lugar sino hasta varios kilómetros aguas abajo, en tierras ya de Monasterio, cuando la sierra deja paso a la llanura que se extiende, ya sin interrupción, hasta el Henares. Y el viajero, que no está acostumbrado a hacer largas caminatas por lugares en los que no existen carreteras ni aun apenas caminos, elegirá este lugar para conocerlo por vez primera.




El arroyo de las Covatillas, modesto tributario del Aliendre


Monasterio, en cuyo nombre se adivinan reminiscencias de un remoto y al parecer inexistente cenobio medieval, es un oasis de verdor en mitad de la meseta refugiado en los vericuetos del gayo valle de su río, un lugar por el que no se pasa sino al que hay que ir a buscar recorriendo varios kilómetros por una carretera que tiene poco de ella y sí bastante de camino. Ciertamente el viaje merece la pena; el minúsculo caserío, arracimado en torno a su iglesia, se atisba por vez primera hundido en una hondonada, diríase a refugio de posibles inclemencias que azotaran los altos que lo rodean. Tras una empinada bajada el viajero se encontrará con un gentil arroyejo que, revestido con un traje de verdor, parece darle jubiloso la bienvenida. En un principio podrá pensar el viajero que se trata del propio Aliendre, pero tras una consulta a su inseparable mapa llegará a la conclusión de que se trata, en realidad, de uno de sus tributarios, por nombre arroyo de las Covatillas. En realidad el Aliendre discurre algo más allá, por detrás del pueblo, y hacia allí encamina sus pasos impaciente siguiendo el curso del arroyo, el cual le indica de forma fidedigna su destino. Antes de llegar allí tropezará con un nuevo afluente innominado, el cual será salvado merced al expeditivo método de saltar entre las piedras que jalonan su cauce a modo de tosco, aunque eficaz, puente.




El Aliendre en las cercanías de Monasterio


No mucho más allá, escondido tras una pequeña loma, saldrá al fin el Aliendre al encuentro del impaciente viajero. Su curso, aunque breve, es de mayor empaque que el de sus dos hermanos menores, mostrando una arrogancia dentro de su modestia que deja bien a las claras quien manda allí. Su valle es pequeño, casi minúsculo, pero suave y agradable, y su cauce se encuentra arropado, cómo no en un lugar tan abundoso en aguas, por una fresca y espesa vegetación. El lugar invita ciertamente al descanso y a la meditación, pero el viajero, siempre presuroso, desea seguir adelante en busca de nuevos parajes que recordar. Así pues, despidiéndose del gentil riachuelo, desandará su camino -Monasterio cuenta con un único acceso, razón por la que forzosamente tendrá que volver sobre sus pasos- en busca del siguiente jalón de su ruta.

Éste llegará poco más de dos kilómetros aguas abajo de Monasterio y bastantes más por carretera, al ser necesario dar un rodeo por Arbancón, en las cercanías de Cogolludo, donde la carretera que enlaza Cogolludo con Hiendelaencina y Atienza le sale al encuentro al Aliendre. Mejorada recientemente en toda su longitud, la construcción del nuevo puente, más capaz que el antiguo al ser éste demasiado estrecho, en lugar de acometerse al principio, tal como hubiera parecido lo más lógico, se dejó para el final, lo que viene a ser lo mismo que empezar la casa por la ventana. Así pues, durante algún tiempo, pese a estar la nueva carretera ya terminada tan sólo existían de él los estribos, justo aguas abajo del puente viejo hoy arrumbado tras la apertura al tráfico de su flamante sustituto. Y, como siempre suele suceder, el contraste entre ambos no puede ser más notorio, el uno atractivo en su sencillez y el otro una adusta obra de ingeniería tan sólida como fea.




El Aliendre bajo el puente antiguo de la carretera Cogolludo a Atienza


Pero olvidémonos de la obra humana y hablemos del río. Se muestra allí el Aliendre tan pretencioso en cauce como magro en aguas, exhibiendo no obstante una jovialidad que le hace recordar al viajero los ímpetus del complutense Torote, río gemelo suyo si esta hermandad pudiera darse entre los cursos de agua tal como se da entre los hombres. Dejando a un lado Cogolludo, a la cual nunca llegará a aproximarse demasiado, desciende impasible el Aliendre por su valle recogiendo las aguas de su principal tributario, el arroyo de la Vega de Arbancón, para ceñirse acto seguido a la carretera que enlaza la villa ducal con Espinosa de Henares, sin cruzarla en ningún momento pero sí lo bastante cerca de ella como para permitirle al viajero una visión fugaz de su cauce a lo largo de todo el trayecto que conduce hasta el cercano Henares.

Nada más fácil, pues, para el viajero que detener su vehículo a la vera de la carretera y descender a la inmediata hondonada hasta alcanzar el fresco soto por el que discurre el Aliendre, parco en caudales pero amable y gentil en su pequeñez; porque, como tiene ocasión de comprobar, el riachuelo compensa con creces la escasez de sus aguas con un entorno tan agradable que, diríase, intenta emular los escenarios de las antiguas novelas pastoriles; escenarios en miniatura, evidentemente, puesto que el pobre Aliendre no da para más, pero no por ello menos merecedores de alabanzas.




El Aliendre junto a la carretera de Cogolludo a Espinosa


El lugar elegido lo ha sido al azar por el viajero, el cual supone que éste debe de ser semejante en todo a cualquier otro de los existentes en el tramo de varios kilómetros durante el cual el río comparte la vecindad de la carretera, lo que a sus ojos convierte al curso bajo del Aliendre en un lugar interesante para visitar. Lamentablemente, una vez de vuelta en su vehículo y retomado el viaje en dirección a Espinosa podrá comprobar, poco más adelante, cómo no ha sido él el único en tener esta idea: En un lugar en el que la margen del río es accesible a los coches merced a un pequeño camino, una bandada de domingueros ha invadido sin el menor respeto sus riberas prometiendo dejarlas tal como suele hacerlo esta plaga, es decir, arrasadas. ¡Qué se le va a hacer! Se resignará con desconsuelo el viajero, pensando que si el Aliendre ha sido capaz de mantenerse intacto durante tanto tiempo, cabe esperar que continúe haciéndolo a pesar de los parásitos que ahora lo asolan.

Algo más allá, cercana ya la desembocadura del Aliendre, el hermanamiento entre carretera y río vendrá a romperse de forma definitiva no por culpa de éste, que continúa impertérrito su camino, sino a causa de que la voluntad humana ha preferido en esta ocasión desviar la carretera apartándola de su gentil compañero para conducirla hacia un prosaico cruce de caminos ubicado en las cercanías de Espinosa de Henares, sin duda mucho más utilitario en su imposible poesía.




La desembocadura del Aliendre


Pero no todo estará perdido para el viajero, ya que a partir de esta encrucijada le bastará con tomar cualquiera de las dos carreteras que desde allí conducen hasta la vecina Carrascosa, preferiblemente la antigua pese a su mal estado de conservación, para, tras bordear durante un tramo la ribera derecha del Henares, encontrarse casi por sorpresa con la modesta desembocadura de un Aliendre que vendrá a morir en este lugar sin vergüenzas y sin presunciones, tras cruzar bajo el triple pórtico de los puentes de la flamante carretera nueva, la vía del ferrocarril y la baqueteada carretera vieja; pero esto corresponde ya a otra historia.



Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 23-7-2015