Baides, la de los dos ríos
El Henares a su paso por
Baides
Baides es una población pequeñita recogida en una profunda hondonada, allá donde confluyen el estrecho valle del alto Henares y el más ambicioso del Salado, que cuenta con el privilegio, excepcional por estos pagos, de contar con dos ríos que la convierten así en una suerte de Mesopotamia en miniatura.
A decir de los mapas Baides se encuentra a apenas ocho kilómetros aguas arriba de Matillas, y a poco más de dieciséis aguas abajo de Sigüenza, siguiendo el ancestral camino que remonta el valle del Henares, lo cual tan sólo es posible hoy, salvo que se haga a pie, tomando uno de los escasos trenes regionales que continúan discurriendo por la vieja vía del ferrocarril, arrinconada por los modernos y cómodos, pero nada poéticos, trenes de alta velocidad; porque quien quiera hacerlo por carretera, deberá describir unos considerables rodeos que elevarán a casi veinte kilómetros el recorrido de Matillas a Baides, y a otros tantos el efectuado desde Sigüenza; cosas de la red de carreteras de la zona, todas las cuales rehúyen discurrir por el valle del Henares optando por otras alternativas más tortuosas.
Además de larga la ruta que conduce por carretera hasta Baides no resulta ser, por si fuera poco, especialmente cómoda: el viajero deberá encaminarse a la comarcal que enlaza Sigüenza con la autovía A-2 por Mandayona para tomar luego la desviación que conduce hasta el pueblo, una estrecha carretera local que desciende hasta el Henares aprovechando el tortuoso camino abierto por un corto aunque profundo barranco que serpentea en dirección al río. Tras varios kilómetros de curvas cerradas, una muralla de verdor anunciará el final del largo y laborioso descenso: se trata, efectivamente, del valle del Henares, el cual seguirá ahora la carretera hasta alcanzar el casco urbano del pequeño caserío, aunque el curso del río se mantendrá celosamente velado por la sempiterna vía del ferrocarril, siempre interpuesta entre uno y otra cual si fuera una amante celosa.
El impaciente viajero podrá contemplar por vez primera a su esquivo objetivo siguiendo por la circunvalación construida hace algunos años para evitar el paso por el centro del pueblo y, sobre todo, el peligroso paso a nivel que en él existía, la cual conduce a decir de los mapas hasta la cercana localidad de Huérmeces del Cerro, ya en tierras del Salado. Un moderno e insulso puente salva aquí de una tacada el doble tendido del ferrocarril y el inmediato curso del Henares, que a buen seguro pasará desapercibido, aplastado por su arrogante vecino, a todo aquél que no se detenga expresamente a contemplar su breve cauce.
Retornando sobre sus pasos el viajero podrá encaminarse ahora hacia Baides, siempre flanqueando la orilla del río y siempre ¡ay! separado de él por la inoportuna vía. No será sino hasta una vez llegado al centro del caserío cuando el propio río, diríase que cansado de tan estrecha custodia, se muestre esplendoroso ante su vista salvando primero la barrera de su tenaz guardiana e, inmediatamente después, la propia carretera merced a un grácil puente que parece haber sido puesto expresamente allí para darle la bienvenida.
El juvenil Henares, un Henares no demasiado distinto del que tuviera ocasión de vislumbrar el viajero en la cercana Sigüenza, conjuga aquí lo breve de su caudal con lo cristalino de sus aguas, lejana aún la tradicional turbidez que caracteriza a sus cursos medio y bajo. Un Henares, en definitiva, que parece mostrarse satisfecho de verse abrazado por el pueblo al que atraviesa, el cual le ha hecho el regalo de un ameno paseo fluvial que hará lamentar al viajero la inexistencia de parajes similares en su inhóspita residencia ciudadana.
Pero ésta es tan sólo la mitad de la experiencia fluvial que se puede disfrutar en Baides, razón por la que el viajero, venciendo a duras penas su arrobo, dejará atrás al cantarín Henares tomando el camino que conduce hasta la estación, un bello paseo flanqueado a ambos lados por unos añosos olmos y adornado con reliquias procedentes de un pasado ferroviario indudablemente mejor que el actual. Y será poco más allá, poco antes de llegar a ella, cuando sea el pequeño Salado quien se cruce en su camino, en busca de su ya cercano final.
El Salado poco antes de su
desembocadura
El Salado, pese a su modestia, se muestra aquí como un río capaz de tratar de tú a tú al Henares en cuestión de caudal, e incluso de presumir de contar con un curso más largo y una corte de afluentes más nutrida que los de aquél al que, por decisión de los geógrafos se ve obligado a rendir sus aguas; quizá por eso, y por saberse vencido, gustará de imaginarlo el viajero deseando huir del exhibicionismo de su compañero y verdugo, al haber elegido discurrir por unos pagos que, aun siendo los aledaños del pueblo, resultan más discretos que el camino elegido por el cercano Henares.
El viajero, a fuer de ser sincero, no tiene tan claro a cual de los dos ríos debería otorgársele la primacía de mantener su nombre después de haber recibido el tributo de su compañero; pero como al Salado no parece importarle demasiado el hecho de acabar aquí su existencia y camina tranquilo hacia su inmediato final, dará por bueno lo que dice la geografía aprestándose a visitar la inmediata junta de los dos ríos.
Publicado el 14-6-2014