Beleña de Sorbe





Vista aérea del embalse de Beleña
Fotografía de Michiel1972 tomada de la Wikipedia



De entre todos los elementos hidrográficos que conforman la cuenca del Henares, uno de los más significados es sin duda el embalse de Beleña que, construido sobre el Sorbe a principios de la década de 1980 -fue inaugurado en 1982-, es el responsable del abastecimiento de agua de Alcalá y Guadalajara junto con otras poblaciones menores. No podía dejar sin visitar, pues, el viajero a este lago artificial en el que se remansan las cristalinas aguas del Sorbe, tanto por la importancia paisajística del mismo y de su entorno más inmediato, como por el prosaico hecho de que es de este lugar de donde parte el agua que manará más tarde en su casa; y es que merece realmente la pena dirigirse hasta allí.

Profundicemos, pues, en este tema. Es el embalse de Beleña una respetable extensión de agua que, si bien no tiene comparación con sus hermanos mayores de Entrepeñas y Buendía, sí puede presumir de ser uno de los más importantes, si no el que más, de toda la red fluvial formada por los afluentes del Henares y el alto Jarama. Aunque su principal misión, como ya quedó dicho, es la de abastecer de agua a las ciudades de Alcalá y Guadalajara, no es tampoco desdeñable su importancia a la hora de domeñar los ímpetus del fogoso Sorbe salvando así a ambas poblaciones, y en especial a la primera de ellas, de la angustia de las riadas que periódicamente asolaban las vegas bajas del Henares.




La presa de Beleña vista desde Beleña de Sorbe


Beleña tiene una forma alargada extendida a lo largo de más de seis kilómetros por el antiguo valle, a la vez que su anchura llega a alcanzar un máximo de uno en su parte más extensa. Se trata, pues, de una considerable superficie de agua que ha supuesto una importante alteración paisajística en mitad de estas resecas tierras castellanas. La presa, por su parte, es un largo y macizo farallón de tierra y piedra que contrasta fuertemente en su robusta sencillez con la esbelta y delicada bóveda del no muy lejano embalse del Atazar, el mayor y el más espectacular de todos los construidos en la cuenca del vecino Lozoya. Aquí, por el contrario, el constructor ha renunciado al hormigón y a los diseños atrevidos confiando en algo tan humilde, y a la vez tan resistente como es la tierra, para dominar el empuje de las aguas del otrora inquieto y hoy sometido Sorbe.

Tal como suele ocurrir en amplias comarcas de la provincia de Guadalajara, la presa de Beleña adolece de unas comunicaciones un tanto tortuosas. Para alcanzar la ribera derecha el viajero habrá de tomar la carretera que enlaza Humanes con Tamajón para, una vez dejada atrás Puebla de Beleña, seguir la desviación que conduce a La Mierla, uno de tantos ínfimos caseríos condenados a una muerte lenta por despoblación. Aquí el terreno es pelado y arcilloso una vez desaparecidas las últimas estribaciones de la sierra; de hecho, el viajero se sorprenderá grandemente al cruzar, poco antes de llegar a este último pueblo, sobre el profundo cauce de una reseca y torturada rambla que, con el nombre de Valdemierla, parece ser mucho más propia de las áridas tierras levantinas que de las apacibles comarcas castellanas. Pasada La Mierla, la carretera salva una fuerte pendiente descendiendo hasta el estribo de la presa.




El embalse de Beleña, con el Pico Ocejón al fondo


El otro camino es bastante más reciente, puesto que en sus anteriores visitas el viajero pudo comprobar que en el extremo opuesto de la presa, el correspondiente a la ribera izquierda, faltaba todavía por construir el tramo de carretera que la enlazaría con el cercano pueblo de Beleña de Sorbe, situado en la margen izquierda del río a apenas unos centenares de metros aguas abajo. Puesto que la carretera está ya terminada, una ruta alternativa consiste en tomar en Puebla de Beleña la carretera que conduce a Cogolludo para, tras cruzar el curso del Sorbe aguas abajo del embalse y dejar atrás el pequeño y empinado caserío de Torrebeleña, enfilar la carretera local que le llevará finalmente a Beleña de Sorbe, en cuyas proximidades arranca el desvío que conduce a la presa. Basta con consultar un mapa para comprobar que este rodeo podría evitarse atravesando el poco más de medio kilómetro que separa ambos extremos de la presa, pero aunque existe una carretera que la recorre en toda su longitud, unas barreras bajadas y unos carteles prohíben cruzarla en coche -no así a pie- sin que el viajero acierte a entender las razones de tal restricción, dado lo útil que resultaría a los lugareños poder evitar tan largo rodeo.




El Sorbe a la salida de la presa de Beleña


Como en esta ocasión lo que le interesa al viajero es disfrutar del paisaje importándole poco los kilómetros recorridos, dejará su coche aparcado allá donde termina la carretera y, andando, llegará hasta aproximadamente la mitad de la presa, desde donde podrá contemplar unas interesantes y dispares vistas según dirija su mirada hacia un lado o hacia el otro: Aguas arriba la tersa lámina de agua cautiva, tan sólo alterada por la alta torre captora que sobresale de ella en las cercanías de la presa, mientras que, cerrando el horizonte, la lejana mole azulada del Ocejón se vislumbra majestuosa por detrás de las romas colinas que sirven de recipiente al pantano. Aguas abajo el quebrado curso del domesticado Sorbe, arropado por una frondosa arboleda a la par que sometido a la cruel humillación de ver sus aguas forzadas a abandonar el pantano en forma de espectacular surtidor antes de poder volver a correr libres ya de corsés de ningún tipo... Aunque a pesar de todo el Sorbe conseguirá pasar la dura prueba de los dos pantanos el del Pozo de los Ramos y éste de Beleña sin sufrir una merma exagerada en sus caudales, muy al contrario de lo que ocurre con el holocausto del Lozoya, el río mártir crucificado por toda una constelación de grandes pantanos que acabarán por reducirlo finalmente a su mínima expresión cercano ya a su confluencia con el Jarama.

Beleña de Sorbe está situada en la falda de un montículo flanqueado a un lado por el hundido del Sorbe y al otro por un insignificante, aunque profundo, barranco tributario de éste, y es sin duda de ningún tipo una población interesante, presidida como está por los mutilados restos del antiguo castillo que culminan orgullosos el collado sobre el que se alza el pueblo, un pueblo que está rematado con el broche de una iglesia parroquial abundante en vestigios románicos y afortunadamente rescatada de la incuria secular que amenazaba con convertirla en una más de las numerosas ruinas que jalonan los campos de España.

Puesto que el viajero desea también acercarse hasta el río, no tardará en bajar por un empinado camino que conduce hasta el Sorbe para cruzarlo después merced a de un curioso e interesante puente medieval doblado sobre sí mismo que durante siglos constituyó la única comunicación existente entre ambas riberas, no demasiado cómoda para hacerla a pie y decididamente imposible para efectuarla en un vehículo de motor.




Aspecto que presenta el Sorbe desde el puente medieval de Beleña


Y, aunque la caminata haya sido trabajosa, la recompensa será harto fructífera para el viajero amante de los ríos y de lo que estos significan: Aguas arriba, el Sorbe vendrá a su encuentro serpenteando por un quebrado lecho de dura y lustrosa piedra apenas arañada por la tesonera labor de zapa que durante milenios ha venido desarrollando pacientemente nuestro río; lecho que al fin se humaniza en las cercanías del puente consintiendo remansarse al bullidor río en una profunda y oscura balsa al tiempo que le permitirá sentirse, siquiera durante algunos instantes, un río mayor... Impresión que se prolongará aguas abajo del puente puesto que, sustituida definitivamente la roca por la arcilla, el Sorbe ensanchará golosamente sus riberas poblándolas prestamente con una nutrida arboleda incapaz hasta entonces de arraigar apenas unos centenares de metros aguas arriba.




Puente medieval sobre el Sorbe


El lugar, con el río jugando a ser mayor, el añoso puente testigo de historias seculares y, allá en lo alto, las reliquias vigilantes del destrozado castillo, parecería arrancado de centurias pretéritas de no mediar dos prosaicas aunque necesarias construcciones contemporáneas encargadas de recordar al viajero que la Edad Media quedó ya muy atrás y que se encuentra, mal que le pese, en el nada poético inicio del tercer milenio de la Era Cristiana: Río asuso, la maciza y espectacular mole de la presa captora de las aguas necesarias para saciar la sed de Alcalá y Guadalajara; río ayuso, el acueducto o, para hablar con más propiedad tubería, que conduce estas aguas hasta sus lejanos e impacientes destinos. Ambas obras de ingeniería acotan así, de hecho, un espacio por el que, paradójicamente, no han parecido pasar los siglos manteniéndose en todo lo demás en su plácida y ancestral existencia.

Aún le quedará bastante por ver al viajero curioso a poco que éste remonte a pie la escasa distancia que separa el puente de la presa; subiendo por la escarpada ribera derecha podrá acceder con toda facilidad al curioso manantial conocido con el nombre de los Baños de doña Urraca, en recuerdo de la reina castellana que estuviera prisionera en el cercano castillo. Leyendas históricas aparte, el viajero podrá contemplar una cueva horadada en la roca en cuyo suelo las aguas subterráneas forman una tranquila balsa antes de precipitarse con estruendo al cercano curso quebrado del Sorbe; un recio muro de piedra de innegable factura medieval y con presumibles ínfulas defensivas sirve de cierre al conjunto, protegiéndolo del inmediato despeñadero al tiempo que le proporciona un recogimiento muy del gusto romántico y perfectamente acorde, pues, con la estampa histórica imaginada del mismo.




El Sorbe aguas abajo del puente medieval


Y tras la historia la modernidad, aunque ésta también esté revestida de ruinas. Siguiendo aguas arriba por esta misma margen derecha el viajero tropezará, poco antes ya de la presa, con los restos de una antigua construcción abandonada aun antes de ser terminada; cosa de quiebras de empresas constructoras y de imperativos legales de los que sabe muy bien la ciudad de Alcalá, sedienta durante años mientras las obras de la primera presa de Beleña continuaban interrumpidas... Y todavía siguen ahí, puesto que la presa actual se construyó algo más arriba dejándose olvidada, ya para siempre, la inconclusa.

Éstas le servirán al viajero de puente improvisado para cruzar de nuevo a la margen izquierda, acción facilitada por el hecho de que el río se convierte aquí en subterráneo, desviadas sus aguas por una conducción oculta que, a modo de Cloaca Máxima, las hace aflorar algo más allá devolviéndolas a su legítimo propietario, un Sorbe convertido durante un corto trecho en un triste cadáver de río privado, como queda, de unos caudales que son su vida y su razón de ser.

Volviendo ya hacia el castillo y el caserío, el viajero podrá contemplar por último el aspecto de los Baños desde la orilla opuesta, gozando así de una perspectiva de la que carecía desde la otra ribera; la recia mole del muro exterior de los mismos alzada sobre el mismo borde que sirve de abrupto límite al curso del río, junto con las aguas del manantial cayendo a modo de minúscula cascada por los resquicios de la pétrea ribera, contribuirán a reforzar el atractivo que sobre el viajero ejerce esta reliquia histórica que semeja haber sido arrancada de las páginas de un pasado ya muy lejano; pero se impone emprender el camino de retorno, largo y tortuoso, a través de las escarpadas laderas que separan el río de la población, antes de continuar el periplo por las tierras del Henares.

Una última mirada podrá dirigir el viajero al Sorbe, antes de partir definitivamente, aprovechando el mirador natural que le brinda el otero sobre el cual se alza el mismo caserío. Hacia el norte, la recia mole de la presa cierra el horizonte de lo que debió de ser, antes de quedar anegado, un gentil paraje; a sus pies, el río serpentea entre rocas por los lugares que poco antes recorriera; hacia el sur, por último, se vislumbra en la lejanía cómo el Sorbe abre gozosamente su valle libre al fin de constricciones de todo tipo. El viajero no ignora que al río le queda aún un largo trecho por recorrer antes de encontrarse al fin con el Henares; pero ésta es ya una historia distinta.



Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 29-7-2015