La desembocadura del Sorbe



Al igual que todo nacimiento de un río presenta un interés que va mucho más allá del simple accidente geográfico, la desembocadura del mismo muestra asimismo un atractivo ligado, como en el caso anterior, al hecho de que toda corriente de agua, aún la más orgullosa, tiene a pesar de su aparente inmutabilidad tanto un origen humilde como un inexorable final, circunstancia que hace a los ríos similares a las personas tal como relatara acertadamente, hace ya varios siglos, el poeta Jorge Manrique.

En el caso concreto del Henares, que es el río que nos ocupa, a su propia desembocadura en el Jarama no le cede en interés la unión de las aguas procedentes del Sorbe con las del propio Henares, antes confluencia que desembocadura dado que el primero de ellos nunca le ha cedido en arrogancia al segundo a pesar de que los azares del destino hayan hecho del Sorbe un río mártir al ser esquilmadas sus aguas en aras de la nada poética, pero sin duda infinitamente más prosaica, necesidad de abastecer de aguas a las siempre sedientas ciudades de Alcalá y Guadalajara.

Punto imprescindible, pues, para cualquier viajero deseoso de recorrer toda la cuenca del Henares, para contemplar esta interesante confluencia éste deberá dirigirse hacia la localidad de Humanes en cuyo término municipal, a decir de los mapas, es donde tiene lugar el encuentro de ambos ríos. Humanes de Mohernando, que éste es su nombre completo, es hoy una importante cabecera comarcal que, a pesar de contar en sus cercanías con dos importantes ríos -el Henares y el Sorbe-, ha preferido asentarse no en las riberas de ninguno de ellos, sino en un solar avenado por un misérrimo arroyo tributario del primero de ellos o, por mejor decir, de ambos, puesto que en este paraje la confluencia de sus aguas ha tenido lugar ya.

Es por ello por lo que el viajero se verá obligado a dejar atrás el pueblo tomando la carretera que conduce a Cerezo para, tras encontrarse con el curso del Sorbe en el conocido puente que sirve de encrucijada a varias rutas, abandonar allí su vehículo encaminándose a pie hasta la cercana desembocadura, velada en ese lugar por el alto y antiestético farallón que forma la vía del ferrocarril a modo de barrera artificial -aunque efectiva- que oculta a los ojos del viajero todo el terreno existente más allá del mismo.

El punto más idóneo para salvar este obstáculo es probablemente el propio vano del puente bajo el cual discurre el Sorbe, fácilmente practicable dado que las aguas no llegan a cubrir, como ocurre habitualmente, la totalidad de su anchura. Una vez al otro lado podrá el viajero contemplar a sus anchas al ya moribundo Sorbe, poco espectacular aquí con sus menguadas aguas discurriendo avergonzadas por un mortecino cauce. Al llegar aquí el viajero podrá optar por dos alternativas: Bien seguir por la margen derecha del Sorbe, que es en la que se encuentra, subiendo al cercano camino que, algo elevado, discurre paralelo al cauce, o cruzar a la orilla izquierda del río en busca del cercano Henares. De hacerlo de esta última manera no tendrá otra opción que la de escalar el farallón del ferrocarril, cruzar por el puente y, finalmente, descender al otro lado, ya que si las aguas dejan expedito y enjuto un camino a su derecha por debajo del puente, no ocurre lo mismo con la margen opuesta, en la que el Sorbe se arrima tanto al estribo del puente que imposibilita totalmente su cruce.

En los dos casos el camino será interesante, ya que si bien por la derecha el viajero podrá disfrutar de una mayor perspectiva, por la izquierda tendrá la oportunidad de contemplar ambos ríos desde la estrecha península formada conjuntamente por ellos. Y, puesto que una de las alternativas no tiene por qué imposibilitar en modo alguno a la otra, el viajero podrá realizar ambas consiguiendo así un mejor conocimiento de este interesante paraje.




El Sorbe aguas arriba de su desembocadura


Vaya por un lado o vaya por el opuesto, lo primero que sin duda observará será cómo el moribundo Sorbe, que aquí recorre los últimos centenares de metros de su curso, aprovecha éstos para ensanchar su cauce en un amplio y recto remanso en el cual sus aguas parece como si se quisieran mostrar remolonas a la hora de dejar atrás el río que las acogiera desde la ya lejana y casi olvidada sierra; llamativa metamorfosis, sin duda, para quien apenas una escasa distancia aguas arriba se mostrara mucho más humilde y, diríase, casi menesteroso... Porque hasta para morir hay que tener dignidad, séase hombre o séase río.




El Henares antes de la desembocadura del Sorbe


Mas de poco le habrá de servir esta postrer demora cuando el desenlace le llegue inexorablemente, no mucho más allá, a manos del Henares, un Henares inquieto y de aguas bulliciosas que le sale al encuentro casi a traición a un Sorbe plácido y sereno que se entrega a la muerte sin protestas, casi como en un suspiro, junto a las escarpadas estribaciones de la imponente Muela de Alarilla, el llamativo cerro testigo que, a modo de milenario jalón, semeja ser un vigía inmutable de la dilatada llanura que se abre ante él... Henares que, pese a su definitivo triunfo final, parece mostrarse remiso a recibir su tributo cuando, al pie mismo del tendido férreo y apenas a unas decenas de metros del curso del Sorbe, cambia bruscamente de curso, concediendo a su tributario un breve epílogo en su recorrido al tiempo que le otorga también el postrer honor de recoger sus aguas marchando en su misma dirección, es decir, casi de igual a igual.




Desembocadura del Sorbe (a la izquierda de la fotografía) en el Henares


En cuanto al paraje que arropa la junta de los dos ríos, éste es uno de tantos lugares típicos de los cursos medio y bajo del Henares, con las riberas de ambos protagonistas festoneadas con unas densas arboledas mientras el mayor de ambos lame en un acusado meandro la ladera misma de la vecina Muela, meandro que continuará describiendo inmediatamente después de la confluencia, antes siguiendo la dirección marcada por el curso del extinto Sorbe que la seguida hasta entonces por el revalidado Henares, lo que demuestra una vez más cuán relativos son todos los criterios seguidos en esta vida.




Diferencia de coloración entre las aguas de los dos ríos


Sin duda es el Sorbe quien hace aquí al Henares mayor de edad; mucho más ancho que su compañero en la confluencia común, sus limpias y tranquilas aguas no le ceden en importancia (o no le cedían, al menos, antes de la construcción de la presa de Beleña) a las turbias y mucho más rápidas de un estrecho Henares que discurre en este lugar, como es habitual en él, estrechamente ceñido a los farallones que marcan el borde de la Alcarria. Sin embargo, será el Henares quien continúe adelante notablemente engrosado mientras el Sorbe se ve obligado a cerrar aquí su experiencia vital no sin que, en un postrer gesto de infantil rebeldía, se resista a mezclar durante un buen tramo sus cristalinas aguas con las de quien resulta ser tanto su padre como su asesino, perviviendo así su identidad durante un buen trecho en forma de brazo de agua de un profundo color verde esmeralda que se mantendrá durante cierto trecho nítidamente separado del contiguo caudal, turbio y opaco, aportado por el ya fatigado Henares, el cual continuará calladamente su camino tras haber conseguido finalmente el hermanamiento total de ambos cursos de agua.




El Henares aguas abajo de la confluencia


Vencedor de esta manera el Henares, habrá de celebrar nuestro río la victoria poblando su ribera derecha, diríase que casi a modo de triunfo, con un denso y lujuriante arbolado que vendrá a contrastar fuertemente con la desnuda y escarpada margen opuesta tal como ocurre en tantos y tantos rincones de su curso, de forma que el viajero, de no ser por la existencia en este lugar de dos ríos y no de uno tan sólo, pudiera imaginar encontrarse en alguno de los perezosos meandros en los que el Henares retoza allá por las tierras de su Compluto natal, tal es la similitud existente entre ambos parajes. Pero la euforia del éxito habrá de durarle poco al satisfecho y engrosado Henares, pues el viajero no ignora que a poco, cuando no haya acabado aún de describir la amplia curva a la que le fuerza el férreo costado de la Muela, tropezará repentinamente con la presa que el ingenio del hombre construyera ha ya muchos años para robarle parte de sus aguas que, encauzadas por el canal homónimo, servirán para fertilizar las tierras altas de la Campiña.

Y es que, meditará el viajero, ningún triunfo llega nunca a ser absoluto.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 31-7-2015