Henares, el de Sigüenza





El Henares a su paso por Sigüenza


Henares el de Sigüenza... Así comienza un romance de Góngora, y a fe que es título apropiado puesto que, aunque no es el Henares patrimonio de una única población sino de muchas, es la ciudad mitrada la primera que eleva a nuestro río desde la categoría de humilde arroyuelo hasta la de arrogante curso de agua destinado a asumir importantes responsabilidades.

Y es que, tanto el Henares como la ciudad del Doncel serían muy distintos de no haberse producido la milenaria simbiosis que ha hecho de ambos algo inseparable el uno de la otra. Es Sigüenza la que lanza al Henares a sus ambiciosas aventuras, y es el Henares quien hace de Sigüenza un vergel en mitad de la árida estepa castellana. Pequeñito él y pequeñita ella, se da también una identidad de tamaños que evita toda desproporción, tan común por otro lado, entre tantas ciudades y sus respectivos ríos, que acaba indefectiblemente en el escarnio del más indefenso de ambos.

Hace el Henares su entrada en Sigüenza por el oriente, bien escoltado por el naciente sol; y, sin prácticamente atravesarla, la bordea mansamente al estar la ciudad encaramada en la suave loma que flanquea en aquel lugar la ribera izquierda del casi recién nacido río, en posición pues similar a la de Guadalajara y contraria por cierto a la de Alcalá, que prefiere la orilla opuesta.

Flanqueado por tierras de labor que le separan brevemente del caserío, el Henares recogerá aquí la parca contribución del arroyo del Vado, modesto afluente que compensa lo menguado o nulo de sus caudales con lo fresco y recoleto de su vallejo, foso natural que sirve de límite norte a la que antaño fuera principal plaza fuerte de la región. Pero nuestro río, curioso al fin y al cabo e interesado en las grandezas y miserias de los humanos, no podrá evitar la tentación de echar un vistazo a la población cuyos arrabales acaricia haciéndolo en las proximidades de la Alameda y de la contigua iglesia conventual de Santa María de los Huertos, hoy hogar de clarisas aún cuando sus primigenias raíces se pierdan en la noche de los tiempos, no faltando fuentes eruditas que ubican en su solar la primigenia y ya desaparecida catedral segontina.

Y por fin, tras lamer las tapias traseras de Santa María, hará el Henares su presentación en sociedad cruzando bajo el paseo que conduce a la estación en forma de grácil arroyuelo que ofrece a la vista del viajero todo cuanto puede dar de sí un curso casi infantil de poco más de diez kilómetros de vida; y es que, para los ríos, la longitud de su curso es en todo momento el equivalente a la edad de los mortales.

Y eso será todo, o casi todo, en lo que respecta al encuentro entre el Henares y Sigüenza; porque, a partir de aquí, marchará nuestro río entre huertas y alamedas dejando atrás la capital episcopal, y lo hará con la alegría de haberse hermanado con una ciudad que entiende muy poco de agobios y excitaciones, una ciudad en definitiva que ha sabido remansarse sabiamente en la placidez que sólo son capaces de dar los milenios. Ojalá todos los ríos, que es como decir todos los hombres, pudieran decir lo propio de sí mismos.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 7-10-2013