Jadraque, donde el Henares se hace mayor





Vista panorámica del valle del Henares desde el castillo de Jadraque


Al igual que Sigüenza es la capital del alto Henares y Guadalajara y Alcalá comparten capitalidad en el curso bajo del río que las hermana, es Jadraque la población que ejerce inequívocamente de cabecera comarcal de su tramo medio, justo aquél en el que el Henares se hace mayor.

Jadraque, una localidad de 1.500 habitantes, lo cual no está nada mal en una provincia tan despoblada como la de Guadalajara, es famosa por su castillo llamado del Cid -aunque en realidad data del siglo XV, por lo que difícilmente pudo ser visitado por el Campeador- y por su gastronomía basada en el asado de cabrito, apetitosa receta que comparte con la vecina Cogolludo; pero cuenta además con una iglesia parroquial que alberga un verdadero tesoro, un cuadro de Zurbarán y una talla atribuida a Pedro de Mena, y una casa museo en la que recalaron Jovellanos y Goya que hoy constituye el orgullo de los jadraqueños.

Y está también, claro está, el Henares, que atraviesa su término de parte a parte regando generosamente la amplia vega en la que, una vez dejada atrás Matillas, se abre ahora su valle, olvidadas ya las ásperas fragas por las que discurriera durante los primeros tramos de su curso. A diferencia de Sigüenza y Guadalajara, encajonada la primera en su estrecho valle juvenil y colgada la segunda sobre la atalaya que desde las alturas lo domina, y al igual que ocurre en Alcalá, el Henares rodea a Jadraque diríase que amorosamente, sin acercarse demasiado a ella pero ofreciéndole con generosidad el regalo de su gentil compañía. Porque la frase que Pedro de Medina dedicara en 1548 al Henares complutense:


El río Henares pasa muy cerca de esta villa, en distancia tan conveniente que ni sus avenidas o crecientes pueden infestar sus muros, ni su lejura cansa a los que a él van. Es río muy apacible y deleitoso de ver. Lleva agua todo el año en buena cantidad; sus riberas son adornadas de árboles, especialmente sauces muy altos y muy puestos en orden, que ponen a los estudiantes mucho contento y recreación.


Podría ser aplicable también al Henares jadraqueño, por más que esta histórica villa haya renunciado a adoptarlo como un apellido que habría estado más que justificado.

Al contrario de lo que sucede en Alcalá, donde el Henares se interpone entre la ciudad y los cerros que con tesón milenario ha venido tallando en el áspero escarpe alcarreño, en las tierras de Jadraque es el propio río el que se aleja respetuosamente de montes y de pueblo, permitiendo así que el caserío se recueste en los últimos repechos al tiempo que flanquea tanto a unos como al otro. Por esta razón, si el viajero opta por acercarse a la villa siguiendo el milenario camino que desciende desde las parameras de Hita tras salvar la amplia hondonada del Badiel, tendrá la suerte de contemplar una panorámica privilegiada del amplio valle del Henares, con el curso del río festoneado por una doble línea de verdor en la que confluyen sumisos los cordones ribereños de sus tributarios que justo aquí le hacen mayor. Por ello la carretera, tras dejar atrás al castillo atalayado en mitad de la agreste ladera, acabará llevando al viajero hasta el pueblo sin haberle dado ocasión de acercarse a las riberas del río que entreviera en la lejanía.

Si lo que el viajero desea es acercarse a sus riberas contará con dos opciones, las cuales le permitirán apreciar la manera tan profunda con la que nuestro río cambia de aspecto en estos parajes. La primera de ellas consiste en tomar la carretera que conduce a Jirueque y las tres Cendejas para acabar rindiendo jornada en la amurallada Atienza, mientras la segunda le conducirá tanto a los pagos de Carrascosa y Espinosa, ambas apellidadas de Henares, como hasta la serrana Hiendelaencina. Una tercera ruta que vía Bujalaro llega hasta Matillas, a priori interesante al remontar el valle del Henares, supondrá una frustración para el viajero ya que, a diferencia de la más pragmática vía del ferrocarril, desdeña el fácil camino del valle optando por remontar los repechos alcarreños que la alejarán de estos tentadores parajes, a los que sólo se podrá vislumbrar en la lejanía.




El Henares en el puente de la carretera de Jadraque a Atienza


Ambas carreteras atraviesan el Henares pero, aunque entre ellas nuestro industrioso río apenas si recorre unos escasos kilómetros, el aspecto que presenta no puede ser más diferente. En la de Atienza el viajero se dará de bruces, casi escondido junto al paso a nivel y sin esperárselo, con un Henares pequeñito, pero ya bravo y bullidor, refugiado en la umbría soledad de sus frondosas riberas que a modo de un oasis de verdor le protegen de la aridez de los parajes que aquí atraviesa. Es un Henares no demasiado diferente del que pudiera vislumbrar en Matillas a poco más de una veintena de kilómetros aguas arriba, lo cual no es de extrañar dado que su único tributario en todo este tramo de su camino es el modesto arroyo del Prado de los Rizales, que avena las tierras de Jirueque y las Cendejas antes de entregarle sus magros caudales pasadas ya las tierras -que no el caserío, que se yergue gallardamente en lo alto- de Bujalaro.

Sin embargo, las cosas cambiarán aguas abajo de este cruce ya que no muy lejos de allí, en las cercanías del mal llamado Castilblanco de Henares, que en puridad debería apellidarse de Cañamares, es este afluente, uno de los principales del río padre con permiso de sus hermanos, quien se encargará de engrosar notablemente sus aguas mediante su aportación secular.




El Henares en la carretera de Jadraque a Hiendelaencina


Así pues, no es de extrañar que cuando el Henares, a poco de pasar por debajo del inhóspito puente de la flamante carretera nueva que enlaza las dos anteriores evitando atravesar el caserío, sin duda funcional pero poco o nada útil para los fines del viajero, lo haga bajo la sólida fábrica del puente que conduce al barrio de la Estación, anunciándose desde lejos con unos ímpetus de los que carecía anteriormente y presentando ante los ojos del viajero con un aspecto muy distinto y mucho más maduro, aunque todavía juvenil, del que tuviera antes de hermanarse con el Cañamares, lo que da cumplida muestra de la importancia de la aportación de este último.

Todavía le quedará a nuestro río un jalón más antes de dejar atrás definitivamente a Jadraque, la desembocadura de un Bornova que casi le duplicará sus caudales. Ésta tendrá lugar, púdicamente alejada de carreteras y de la vía del ferrocarril, a mitad de camino entre Jadraque y Carrascosa de Henares y al abrigo de los cerros que, recuperando su tradicional misión de ceñidor, volverán a arrimarse a la orilla izquierda de nuestro río tras su momentáneo escarceo con Jadraque. Pero ésta merecerá ya otra etapa.



Publicado el 17-2-2016