Entre Atienza y Sigüenza
Atienza, Sigüenza, dos importantes hitos en la historia de Guadalajara y de Castilla, dos poblaciones que supieron ser importantes y que hoy duermen el triste y tranquilo sueño de la decadencia... Pero no es ésta la ocasión de hablar de ciudades, sino de ríos, y concretamente de los cursos de agua ciertamente magros que discurren por las altas y desnudas parameras que separan ambas ciudades.
Atienza, la que fuera en su día inexpugnable bastión de las huestes castellanas, es hoy un plácido pueblecito salpicado de antiguas iglesias que recuerdan al viajero un pasado mejor al que se intenta conjurar, al menos durante una vez al año, merced a la conmemoración de su célebre Caballada a la par que lucha, en la medida que se lo permiten sus magras fuerzas, por conseguir del todavía incipiente turismo una fuente de ingresos adicional para su deprimida economía. Pero, si bien lo humano ha cambiado en estos últimos siglos y no ciertamente para mejor, los designios de la geografía continúan siendo tan inmutables como siempre. Dicho con otras palabras: a pesar de su pasada importancia, Atienza no tiene ni nunca ha tenido curso de agua alguno que pudiera bañarle los pies a la colina en la que la histórica villa se asienta desde tiempo inmemorial.
A bien decir, Atienza no sólo no goza del beneficio de un río que fertilice sus tierras sino que, aún más, parece querer rehuir de ellos cabalgando sobre la misma divisoria de aguas de dos de los afluentes del Henares, el Cañamares y el Salado. Por tal motivo, no tendrá que desviarse demasiado el viajero de la misma para cruzarse con alguno de los modestos tributarios de ambos o, incluso, con uno cualquiera de estos dos ríos conforme a la dirección que libremente elija para sus andanzas por estas recias tierras castellanas.
Si su destino es la ciudad mitrada de Sigüenza podrá contemplar la cuenca alta del Salado, un humilde riachuelo que, si puede presumir de algo, es tan sólo del privilegio de ser, allá por Baides, el primer tributario importante del Henares, al cual puede permitirse el lujo de tratarlo de tú a tú... Y, si bien el Salado no carece de atractivos a lo largo de todo su curso, no será precisamente aquí donde los muestre para decepción del viajero no avisado de los tesoros paisajísticos que esconde con recato este pequeño río.
El río Regacho en la
confluencia de las carreteras CM-101 y CM-110
Salido de Atienza en dirección a la ciudad del Doncel el viajero no tardará en encontrarse, justo en la bifurcación de la carretera que conduce a Imón, con el puente bajo el que discurre el río Regacho, un mísero afluente del Salado cuyas aguas apenas si tienen fuerzas para impedir que la abundante vegetación acuática que medra al abrigo de la humedad de su cauce ahogue la visión, siquiera fugaz, del mismo, siendo tan sólo en los meses más húmedos del año cuando consigue llegar a arrastrar a duras penas un más que discreto caudal de agua. Realmente, la denominación de río le viene muy pero que muy grande por mucha benevolencia con que se quiera aplicar la misma y por mucho que se considere el reciente nacimiento del río y lo bastante que le queda aún por recorrer antes de entregarse al Salado aguas arriba de Huérmeces del Cerro... Pero, puesto que ningún daño hace a nadie, bien está el considerar al Regacho como tal si así lo han querido quienes le otorgaron la categoría de río.
El río Alcolea bajo el
antiguo puente de la CM-110
Siguiendo adelante por esa misma carretera siempre en permanente arreglo y siempre por cierto bastante deteriorada, a poco atravesará el viajero el puente bajo el cual discurre plácidamente el río Alcolea o Cercadillo, que de ambas maneras se le conoce, otro magro y anónimo afluente del Salado. En realidad son dos los puentes: el antiguo, hoy abandonado, construido en piedra sillar y el nuevo, poco más que un entubamiento que, despreciando el breve curso del río, lo atraviesa en diagonal sin inmutarse y sin hacerle siquiera la concesión de un modesto pretil.
Poco parece importar esto al riachuelo, que ha venido labrando su chato aunque amplio valle con una paciencia de milenios, labor en la que ha destacado indudablemente sobre su cercano compañero Regacho aunque, al igual que éste, no es en realidad sino un pequeño arroyo exageradamente bautizado como río y que, de similar manera, únicamente consigue avenar las tierras por las que discurre en épocas en las que la climatología le resulta favorable. En todo caso siempre será más visible en este lugar que, cuando en forma de insignificante y anónimo arroyuelo, se cruce aguas arriba con la carretera que discurre entre Atienza y Barahona en forma tan discreta que pasará completamente desapercibido aún ante los ojos del más avispado viajero.
El río Salado en las
proximidades de Imón
No muy lejos de allí, junto a la pequeña localidad de Imón, se encontrará por fin el viajero con el Salado, el colector principal de las aguas que corren por estas áridas parameras; y, si bien el aspecto del río no dejará de decepcionarle con lo breve de su cauce y la desnudez descarnada de sus riberas apenas suavizada por alguna que otra rala arboleda, no tendrá por menos que llamarle la atención la nota exótica de las salinas, un amplio conjunto de estanques que permiten explotar la sal que justifica su nombre; visión curiosa, ciertamente, en este perdido rincón de la España interior y fuente importante de ingresos para los habitantes de esta deprimida comarca, los cuales han venido viviendo tradicionalmente de la explotación de las salinas a falta de otras maneras más, digamos tradicionales, de ganarse la vida.
Salinas de Imón
Las salinas, cerradas en las postrimerías del siglo XX y reabiertas en fechas reicientes, suman hoy a su explotación secular el potencial económico de un incipiente turismo. En contra de lo que pudiera parecer no se nutren de las aguas del vecino Salado sino de manantiales y pozos, aunque vierten en él sus excedentes -y con ellos la sal- a través del regato pomposamente denominado Río de la Laguna.
El río Salado en Riba
de Santiuste
Una vez en este lugar aún podrá tener el viajero otros atisbos del Salado aguas arriba de Imón si, tomando un corto desvío, se dirige hasta la cercana localidad de la Riba de Santiuste, famosa por su reconstruido -y dicen que no demasiado acertadamente- castillo, vigilante infatigable de estas comarcas fronterizas entre las dos Castillas, alzado como está en la cima de un áspero espolón roquero abierto a dos valles, el del propio Salado por delante y el de un anónimo -aunque tenaz- afluente suyo por su parte trasera. Allí el Salado mostrará un aspecto substancialmente similar al de Imón privado, pues, de la densa cubierta vegetal que suele arropar a la mayor parte de los afluentes del Henares. Bajando paralelo a la carretera que conduce a la cercana provincia de Soria, el Salado atravesará por fin la misma cruzando entre el caserío y el castillo por un antiguo puente medieval para perderse por fin valle abajo por detrás del otero sobre cuya falda se apoya el minúsculo pueblo. Y, aunque en esta ocasión no existe ninguna salina, no por ello deja el Salado de hacer honor a su nombre tiñendo de blanco sus márgenes hasta convertirlas en un espectáculo tan exótico como real.
También podrá el viajero continuar remontando el recién -o casi recién- nacido Salado siguiendo la carretera que por Paredes de Sigüenza va a salir a la comarcal que, vía Barahona, va de Atienza a la soriana Almazán; paralelo a la carretera y privado de árboles que jalonen el discurrir de sus riberas, el Salado le acompañará siempre en su ruta aunque invisible y sólo presentido, recogiendo discretamente las escasas aguas que le aportan casi a escondidas sus primeros tributarios, todos ellos arribados por la orilla opuesta -la izquierda- a la que el Salado ofrece a su curiosidad: Río -es un decir- de Querencia, río también del Buitrón y finalmente, y siempre Salado arriba, río -por no ser menos- del Berral, el más precoz de todos sus afluentes.
El río Salado en
la carretera de Valdecubo a Paredes de Sigüenza
Una vez rebasadas según el sentido de la ruta, o remontadas de acuerdo con el discurrir de las aguas, las invisibles y presumiblemente poco interesantes confluencias de estos arroyuelos con ínfulas de ríos, la carretera acaba cruzándose con el Salado de una forma un tanto discreta -tan poco llamativo llega a ser éste en su curso alto- una vez rebasado el desvío que conduce a la pequeña localidad de Valdecubo. Y poco más adelante, llegado el viajero a Paredes... Sí, los mapas dicen que a la vera del caserío discurre el recién nacido Salado, y ciertamente en el lugar esperado se encuentra con un pequeño regatuelo comido por los carrizos que, insolentes, parecen querer ahogar al mísero rasguño que los alienta y que en este lugar constituye el curso del futuro río que aquí, modestamente, prefiere atender al significativo nombre de arroyo de la Laguna.
El recién nacido
río Salado, o arroyo de la Laguna, en Paredes de Sigüenza
No será, pues, sino más adelante, engrosadas ya sus aguas con las de sus citados afluentes, cuando alcanzará a denominarse con toda propiedad río Salado... Pero, insignificante por completo, este curso primigenio dejará demostrada de forma bien palpable la escasa importancia que desde el punto de vista paisajístico tiene el nacimiento del Salado, cuyas fuentes no adoptan la forma de manantial serrano sino que se constituyen en discretísimos arroyos cuyos breves cauces discurren por las peladas y altas parameras que sirven aquí de límite entre las provincias de Guadalajara y Soria.
Aún podrá el viajero prolongar algo más su camino hasta alcanzar el hipotético nacimiento del Salado, que los entendidos ubican en la cercana laguna de Paredes de la cual toma su nombre el tramo inicial del neonato río; pero para su decepción, aun en los húmedos meses primaverales esta laguna se mostrará ante sus ojos como una superficie seca y renegrida como asimismo encontrará privado de todo caudal al reguerón que en ella tiene su origen -el teóricamente recién nacido Salado- que recién salido de la misma atraviesa a poco la carretera de Barahona en dirección a la cercana Paredes.
Volviéndose sobre sus pasos una vez alcanzado su último objetivo, el viajero retomará el camino hacia Sigüenza teniendo ocasión de cruzarse fugazmente con algunos otros de los afluentes de la margen izquierda del Salado ya aguas abajo de la Riba de Santiuste y del desvío por el que llegara procedente de Imón: Se trata, en este orden, de los ríos de Valdealmendras -también llamado Salado, en incruenta disputa por la primacía del origen del río principal-, de la Laguna, del Cubillo, de Vaderos, del Vadillo... Apenas unos míseros regatos, en realidad, que forman no obstante unos frescos y umbrosos vallejos que se adentran en la cercana serrezuela que sirve de cabecera a los mismos. Pasados éstos y rebasadas las lomas que defienden el estrecho valle del Henares, concluirá su travesía el viajero alcanzando finalmente Sigüenza, pequeña y recoleta ciudad en la que el Henares, un Henares pequeñito y apenas recién nacido, parece hecho a la medida de la misma de forma que ninguno de los dos -ciudad y río- pueda desentonar en una simbiosis a la que siempre estuvieron destinados el uno para el otro.
Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 11-6-2015