Cutamilla





El Henares en Cutamilla



De todos los parajes del alto Henares comprendidos entre Sigüenza y Matillas, un conjunto de hoces y desfiladeros tan interesantes paisajísticamente como desconocidos, por fortuna, para el gran público, es sin duda Cutamilla uno de los más atractivos en su recoleta sencillez. Pero no nos engañemos: Pese a su modestia actual, apenas turbada por el paso de los trenes camino, o procedentes, de tierras aragonesas y catalanas, Cutamilla conoció tiempos mejores en los que, a decir de los cronistas, el interés por estos pagos del rey Alfonso XIII motivó la construcción de un apeadero cuya única misión era la de facilitar el acceso al manantial de aguas minerales que brota en la ladera del monte antes de acabar fundiéndose con los caudales del todavía juvenil Henares, el cual discurre saltarín por las profundidades del valle.

Porque Cutamilla, antaño afamado balneario, es hoy fuente de riqueza para las comarcas circundantes en forma de planta embotelladora de agua mineral; cosas del progreso, que unas cosas quita para dar otras. Y si hoy este lugar no recibe ya visitas reales, en compensación exporta sus aguas en algo que, bien mirado, no resulta ser un mal trueque.

Advertido por la belleza de un paisaje apenas entrevisto fugazmente desde el siempre impaciente tren, el viajero se encamina ahora en su propio vehículo, que es lo mismo que decir autónomamente, a este rincón del Henares situado entre Moratilla, que queda aguas arriba, y Baides, ya río abajo. El único acceso posible por carretera es el que arranca de la carretera que enlaza Mandayona con Sigüenza, de la cual parte un desvío que conduce directamente a la planta envasadora de agua mineral; puesto que en los planos esta ruta figura como un simple camino, supone el viajero que el asfaltado ha debido ser iniciativa de la empresa que explota el manantial, feliz iniciativa que en su fuero interno agradece puesto que su coche no es precisamente un todoterreno. La bajada hasta la hondonada por la que se escurre el Henares le recuerda a la del vecino camino que conduce a Baides, con una tortuosa carretera que desciende entre unos montes poblados de encinas. Ya en las cercanías del fondo del valle la carretera se bifurca en dos ramales, uno de los cuales -el de la izquierda- indica la existencia de un paso a nivel, mientras el de la derecha, tras remontar una ligera pendiente, muere poco más allá en la planta envasadora de agua mineral.

Esta instalación es un moderno conjunto de naves industriales situado a media ladera del monte, el cual ha sido impúdicamente descarnado para facilitar la ampliación de la planta. El balneario, si alguna vez existió, ha desaparecido engullido por la fábrica, único vestigio de civilización en medio de un entorno por el que no parecen haber pasado los siglos. Delante de la embotelladora hay un aparcamiento repleto de coches, supone el viajero que propiedad de los trabajadores de la misma, y más allá el monte recupera sus dominios envolviendo la ladera en un denso manto vegetal que se extiende ya hasta las cercanas vías del ferrocarril, infalible signo de que el fondo del valle está cercano, mientras el Henares permanece oculto aunque un hijo suyo, en forma de pequeño canal, discurre allá abajo recogiendo las aguas sobrantes de la avidez humana. Ante el viajero se muestra una sinfonía de color verde, distribuida en dos llamativos tonos: Verde oscuro de las encinas en las alturas, verde fresco de los árboles de ribera allá abajo.

Puesto que nada más puede vislumbrar desde allí, el viajero opta por tomar su vehículo encaminándose a la bifurcación que le conduce hasta la vía, que es lo mismo que decir el Henares. Dejándolo protegido bajo la sombra generosa de un árbol, que el sol de mayo empieza a apretar lo suyo, el viajero emprende a pie su periplo por estos remotos andurriales turbados tan sólo de vez en cuando por el paso impaciente de algún tren que pasa de largo sin detenerse. Pero él está ahora en condiciones de disfrutar, sin apresuramientos de ninguna clase, de esa paz que la ciudad le niega, un placer al que no desea en modo alguno renunciar.

Dicen los mapas que el Henares discurre en este lugar tras la doble vía del ferrocarril, ocultándose pudorosamente tras el verdor que festonea sus riberas. A la izquierda del viajero se atisba el pretil de un puente, y hacia allí se encamina éste aprovechando que el camino, tras cruzar el paso a nivel, se bifurca conduciendo una de sus ramas precisamente a ese lugar. Y, efectivamente, el Henares aparece allí... O mejor dicho su cauce, no sólo estrecho tal como cabría esperar de su juventud, sino también prácticamente seco; un río, en definitiva, al que la falta de respeto del hombre ha reducido a su mínima expresión, reservando la mayor parte del vano del puente para un camino mientras las magras aguas del río se ven constreñidas por un insolente muro de cemento que convierte a su curso en una mínima y, diríase, casi miserable acequia.

Profundamente decepcionado el viajero se vuelve sobre sus pasos, retomando el cruce de caminos para desde allí encaminarse a la finca que se vislumbra más allá del paso a nivel. Este segundo camino cruza atraviesa más allá sobre lo que debe de ser el Henares algunos metros aguas arriba del puente del ferrocarril, un estrecho cauce asimismo desprovisto de agua aunque aquí, algo es algo, al menos se ha respetado su integridad, que no sus caudales. Eso sí, unas alambradas situadas a ambos lados del camino impiden el acceso al río en algo que al viajero se le antoja un flagrante incumplimiento de la ley que obliga a dejar expeditas las riberas de los cursos de agua, como terrenos públicos que son.

Pero como no es cuestión de ponerse a disputar con los responsables del desaguisado, por lo demás invisibles, el viajero opta por seguir adelante disfrutando, eso sí, del fresco y verde paisaje en justa compensación por la decepción sufrida. La finca que se abre ante sus ojos, con el río vallado o sin él, muestra un aspecto sumamente bucólico, con la abundante vegetación de ribera contenida, a modo de precioso estuche, en el estrecho espacio comprendido entre la vía, más que el río, y el talud que limita el diminuto valle. Más allá, allí arriba, unas vacas pastan tranquilamente en la elevada meseta que corona el terreno, mientras abajo, frente a él, el edificio principal de la finca muestra unas curiosas reproducciones de esculturas griegas o romanas que, en su incongruencia, resultan llamativas. A la izquierda de la casa se alza una ermita, según los libros consagrada a Nuestra Señora de Cutamilla, que el viajero ignora si estará abierta o no al culto, tan recóndito es el lugar en el que se alza.




El valle del Henares en Cutamilla


Aunque nada impide en apariencia entrar en la finca, el viajero opta prudentemente por dar vuelta atrás hasta la vía del ferrocarril, verdadero eje del pequeño valle por delante incluso del misérrimo río para, una vez allí, bajar por la cuneta hasta el angosto desfiladero que se abre algo más allá cerrando de forma drástica el horizonte. Se trata de un limpio tajo realizado por el río en la dura piedra del lugar, por el cual discurre el bravo Henares no dejando sitio para más... Tanto es así que la vía, luego de cruzarse de nuevo con el río a los pies del desfiladero, opta por taladrar la roca con un túnel, por nombre del Matorral, desdeñando el camino secular labrado por su compañero. Seguir más allá resultaría complicado, puesto que el Henares no ha previsto dejar paso al viajero curioso y el túnel, combinado con una curva, podría resultar incluso peligroso. Así pues el viajero, tras echar un último vistazo al huidizo Henares, decide retroceder cruzando, eso sí, al otro lado del tendido férreo con objeto de visitar lo poco que queda en pie del antiguo apeadero.

Es tan sólo un informe montón de escombros -ni tan siquiera pueden ser calificados de ruinas- lo que queda visible de la antigua estación regia, pero algunas construcciones auxiliares, quizá a causa de lo plebeyo de su origen, han tenido mejor suerte dentro de su miseria manteniéndose precariamente en pie: Un edificio que en su día debió de servir de alojamiento a los trabajadores, con sus chimeneas, sus mesas y bancos corridos y sus estanterías adosadas a la pared y, a su lado, el prosaico pabellón de los urinarios, tal como reza todavía en la placa de metal esmaltado que campea encima de la puerta... Curiosa ironía ésta que ha respetado a los humildes urinarios mientras sume en el olvido a las partes más nobles del antiguo complejo. Aunque la espesa arboleda vela su visión, el viajero descubre muy cerca de allí, ladera arriba, las instalaciones de la planta embotelladora que visitara poco antes, suponiendo que en su día los visitantes regios accederían al desaparecido balneario, desde la también desaparecida estación, sin más que dando un pequeño paseo a través de un asimismo desaparecido camino... Sic transit gloria mundi, que dice el viejo adagio latino.

El camino hasta el lugar en el que dejara aparcado su vehículo lo hace el viajero por la cuneta contraria de la vía y, una vez llegado a éste, decide dar por concluida la visita, abandonando este rincón en el que se entremezclan estrechamente bucolismo, abandono y modernidad... Demasiado, sin duda, para tan reducido lugar. Antes de dejar atrás Cutamilla constata la razón por la que el Henares se muestra allí tan exangüe, razón confirmada por el oportuno mapa: Al lado opuesto de la vía por donde discurre su curso, entre ésta y la planta embotelladora, cruza una acequia que, pese a su pequeñez, da muestras patentes de ser la responsable de la falta de caudales del sufrido río, acequia que tiene su origen en el cercano congosto para devolver al río lo que es legítimamente suyo varios kilómetros aguas abajo. El viajero, no obstante, pese a haberla cruzado antes no se había percatado hasta ahora de que ésta drenaba la mayor parte los caudales del río, tan magros resultan ser todavía a estas alturas de su curso.

Poco después, cuando el viajero discurra de nuevo por la carretera que atraviesa el alto páramo camino de la cercana ciudad episcopal de Sigüenza, éste recordará con agrado el recóndito lugar de Cutamilla, cuya principal riqueza es, precisamente, el agua.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 25-6-2015