Por los caminos de Atienza
Atienza, huérfana de ríos y aun de arroyos que pudieran bañar la falda del recio cerro roquero sobre el cual se asienta, constituye no obstante una magnífica base de operaciones para todo aquél que desee visitar los magníficos parajes naturales existentes en sus cercanías. Y así, cuando se anuncia en la lejanía a modo de fantasmal navío varado en mitad de la llanura con el fuerte cantil del semiderruido castillo semejando ser la proa del imaginario buque, bien podrá estar seguro el viajero de que las rutas que parten de la misma le proporcionarán una satisfactoria experiencia.
Son varias, pues, las opciones que se ofrecen al viajero deseoso de contemplar los afluentes y subafluentes del Henares que tienen sus cursos altos por las tierras de la antaño importante y hoy casi olvidada villa de la Caballada; y quizá la primera de ellas puede consistir en tomar la carretera comarcal que conduce a la segoviana localidad de Ayllón -la misma, por cierto, que bordea la laguna de Somolinos- para rendir viaje en esta ocasión en la cercana localidad de Cañamares, bañada por el allí casi recién nacido río que comparte con ella el nombre.
El Cañamares bajo el
puente medieval de la localidad homónima
Ciertamente ambos, río y pueblo, son de tamaño minúsculo y proporcionado con respecto a su ancestral compañero: el pequeño y semiabandonado caserío encuentra en el arroyo que aquí es el Cañamares un compañero de su talla, lo que hace que la relación existente entre los dos sea en todo momento equilibrada. Pero, como quiera que el río no se limita a acercarse al pueblo sino que, sin complejos de ningún tipo, se adentra decididamente en él, la simbiosis existente entre ambos se acentúa merced a la presencia de un antañón y desvencijado puente medieval que abraza con sus seculares ojos la breve corriente del infantil Cañamares hasta lograr un conjunto de gran plasticidad que nunca podrá dejar insensible al viajero amante de la armonía y la belleza.
Continuando adelante por esa misma carretera comarcal y tomando posteriormente la desviación que conduce a Albendiego, pequeño caserío célebre por su magnífica iglesia románica, tendrá el viajero ocasión de cruzarse con el también juvenil Bornova justo en esta localidad a la que riega formando una pequeña vega a la vera del justamente renombrado ábside de Santa Coloma; no muy distinto aún del impetuoso regato que, apenas recién nacido, diera origen a la cercana laguna de Somolinos, el Bornova se muestra no obstante próvido con el terreno que aquí riega, abundante en arbolado y frescura cual oasis en mitad de la áspera meseta castellana.
El Bornova en
Albendiego
Y más allá, está la que será la próxima etapa de la ruta: el río o arroyo de Pelagallinas, que discurre entre espesos pinares al socaire de la vertiente norte de la sierra del Alto Rey y el cual puede alcanzarse siguiendo la carretera de Albendiego hasta los Condemios para desde allí tomar la desviación que conduce a Aldeanueva de Atienza y Bustares. Breve ciertamente en aguas, este tributario del Bornova habrá de entusiasmar necesariamente al viajero por su discurrir serpenteante entre montes arbolados con una frondosidad tal que tiene mucho de lujuriante en el seno de la habitualmente esteparia y árida Sierra de Guadalajara al tiempo que le sorprenderá por lo llamativo de su nombre, sólo comparable en toda la provincia con el también curioso Matayeguas, modesto tributario del Tajuña por intermedio de su afluente Ungría.
El arroyo
Pelagallinas en Condemios
El retorno a Atienza podrá hacerse siguiendo el camino, más meridional que el anterior, que pasando por los minúsculos caseríos de Bustares y Villares de Jadraque concluye finalmente en la minera localidad de Hiendelaencina tras serpentear por las abruptas estribaciones sureñas de la sierra del Alto Rey, el macizo espolón rocoso incrustado en mitad de las comarcas que rinden sus aguas al Henares. Y, puesto que tanto estos recios montes como su continuación, la sierra de la Bodera, se interponen en los caminos del Bornova y de su cercano compañero el Cañamares, no es de extrañar que la paciencia secular de ambos ríos haya terminado por labrar unos profundos desfiladeros que seccionan la dura roca abriéndose camino hasta las tierras bajas lindantes ya con el propio curso del Henares.
Pero aún tendrá el viajero oportunidad de recorrer los recónditos parajes del Alto Rey, señorío indiscutible del Bornova y sus afluentes, si algo más allá de Villares de Jadraque toma la desviación que conduce a Gascueña de Bornova primero y a Prádena de Atienza después, dos minúsculos pueblecitos crecidos al abrigo de la áspera serranía y castigados cruelmente por el estigma de la despoblación, el gran cáncer del campo español. La carretera local, tan desierta de tráfico como interesante por el paisaje que a sus márgenes discurre, corre paralela a un Bornova invisible en la lejanía pero cuyo curso se adivina merced al profundo tajo que se divisa con claridad a su derecha y a la distancia de no más allá de un kilómetro; pero la inexistencia de caminos y lo accidentado del terreno disuadirán al viajero de realizar una excursión, necesariamente a pie, que podría rendirle quizá unos interesantes resultados.
Gascueña de Bornova, el primero de los dos pueblos a visitar, no es ribereña de este río en contra de lo que su nombre pudiera sugerir; a decir verdad tan sólo un mínimo y anónimo arroyuelo baña su breve caserío discurriendo por la parte alta del mismo, junto a la pequeña y derruida iglesia, antes de buscar el hondo cauce del Bornova distante algo más de mil metros en horizontal y cerca de doscientos cincuenta en vertical, lo que puede dar buena idea de lo arriscado de estos parajes. Abandonando esta localidad el viajero podrá tomar la desviación que conduce a Prádena, población cercana a Gascueña pero separada de ésta por el imponente espolón del Alto Rey, barrera orográfica por cuyas agrestes estribaciones orientales serpenteará la carretera antes de rendir viaje en su último destino. Es Prádena, por apellido de Atienza, un pueblecito todavía más minúsculo si cabe que el anterior cuyas negras casas de pizarra se recuestan en la empinada ladera del vallejo que forma allí el Pelagallinas poco antes de entregarse al cercano y oculto Bornova. Lame pues el Pelagallinas las casas mismas del pueblo saltando cantarín por un empinado cauce cuyo lecho, sembrado de cantos rodados de todas las formas y tamaños, habla bien a las claras de la capacidad excavadora del arrogante riachuelo; serrano por vocación desde su nacimiento hasta su ya cercano fin, es sin duda este brioso tributario del Bornova, por bien merecido derecho propio, uno de los más interesantes cursos de agua de toda la cuenca del Henares.
El arroyo
Pelagallinas en Prádena de Atienza
Aunque según los mapas Prádena se encuentra a muy escasa distancia -apenas a tres kilómetros- de la carretera que enlaza Albendiego y Somolinos con Atienza, y a pesar de que el obstáculo del Alto Rey queda sobrepasado ya en su mayor parte, por extrañas razones difíciles de explicar la carretera no va más allá del pueblo quedando privado así el viajero de la posibilidad de remontar el curso del Bornova en unos parajes que prometen ser interesantes desde el punto de vista paisajístico. Forzado, pues, por las circunstancias o, por mejor decir, por las obras públicas, habrá de volverse sobre sus pasos dejando atrás el olvidado caserío de Prádena y, más adelante, el no menos abandonado de Gascueña. Mientras alcanza la carretera de Hiendelaencina tendrá aún tiempo para meditar acerca de lo interesante que resultaría arribar en una futura ocasión a estos parajes, convenientemente preparado para realizar excursiones a pie a lo largo de los cursos del Bornova, el Pelagallinas y los pequeños tributarios de ambos que por allí discurren; pero por esta vez no podrá ser, por lo que se verá obligado a dejar escapar una ocasión que se le muestra tentadora pero, al mismo tiempo, lejana dadas las circunstancias que condicionan hoy su camino.
El Bornova
en la carretera de Hiendelaencina a Villares
Retomada poco más allá la carretera principal, es poco antes de llegar a la hoy fantasmal Hiendelaencina cuando el viajero se encontrará al fin, tras haberlo intuido durante un largo trecho, con el profundo tajo del Bornova, tan atractivo como inaccesible salvo en el punto en el que la carretera cruza sobre el río, lugar en el que la hoz se ensancha apenas lo suficiente como para permitir la presencia de un viejo y hoy remozado molino arropado por la abundante vegetación que orla sus breves riberas. Algo más allá la carretera bordeará el hondo y agreste barranco que aquí vuelve a formar el Bornova, limpiamente cortado en la dura piedra por el secular cuchillo de las bravas aguas que discurren impetuosas sobre el pedregoso lecho del mismo. Pocos lugares tan agrestes podrá encontrar el viajero en toda la extensión de la cuenca del Henares; pocos lugares habrá, asimismo, en los que uno de sus modestos afluentes haya sido capaz de ahondar tan briosamente en la dura roca que se interpone en su camino, roca que aún hoy esconde a decir de los lugareños preciadas cantidades de plata en sus profundas entrañas.
Desfiladero
del Bornova en las cercanías de Hiendelaencina
Alcanzada la antaño localidad minera y tomada allí la carretera que enlaza ésta con la villa de Atienza bordeando antiguas explotaciones hoy abandonadas, el viajero penetrará en los dominios del Cañamares a través del estrecho valle del barranco del Hierro, un reseco tributario de este río cuyo pedregoso lecho, huérfano por completo del líquido elemento, se muestra tachonado de blancos guijarros productos sin duda de tiempos mejores en los que el agua resbalaba cantarina por un lugar del que hoy parece haber huido. Algo más allá la recién ensanchada carretera alcanza al fin el valle del Cañamares justo en la confluencia de éste con su magro afluente, lugar en el que el curso del río describe una amplia curva antes de perderse en la lejanía camino del cercano embalse de Pálmaces; a partir de aquí lo remontará durante un buen rato ciñéndose fielmente al mismo, bien por una ribera bien por la opuesta, permitiendo así gozar al viajero de unos parajes realmente interesantes desde el punto de vista paisajístico de los cuales ¡ay! la nueva carretera se ha adueñado en detrimento del verdadero protagonista, el río, que hermanado secularmente con su antecesora, se ve ahora desplazado a un segundo plano por la arrogante vía de comunicación que, de forma cruel e implacable, ha dado feroces dentelladas a los recios costados del pequeño valle.
Aunque profundo, el desfiladero del Cañamares no es tan escarpado como su vecino del Bornova asemejándose más, curiosamente, a los vallejos tan característicos del lejano Tajuña; de hecho, al parar en el puente que a mitad de camino cruza sobre el río al viajero le parecerá haber sido transportado mágicamente a alguno de los recónditos rincones de la Alcarria en vez de encontrarse a mitad de camino entre Hiendelaencina y Atienza, en plena Sierra de Guadalajara. Y es que el Cañamares, a diferencia de su impetuoso vecino, es un río plácido que gusta de discurrir con languidez por los terrenos menos abruptos que le ha tocado en suerte drenar, compensando la falta de espectacularidad de su curso con una imagen bucólica que no desmerece por lo breve de sus aguas.
El Cañamares en
las cercanías de Naharros
Pero la ficción no durará demasiado ya que, no mucho después, la realidad acabará por imponerse a la ilusión haciendo que a la altura de Naharros el viajero vuelva a salir al desnudo páramo antes de arribar felizmente a la meta final de su viaje, la antigua villa de Atienza. Atrás quedará el escondido pueblecito de La Miñosa, asomado al Cañamares y por lo tanto susceptible de ser visitado de no haber sido porque los mapas se empeñan en indicar un desvío que conduce hasta él que no se corresponde con la realidad. Habrá de quedar, pues, para mejor ocasión, conformándose el viajero con dejarlo atrás por no retrasar más el final de su etapa; a pesar de todas las limitaciones, habrá sido éste un completo periplo en torno a uno de los lugares más agrestes y más intactos hoy por hoy de toda la cuenca del Henares, la sierra del Alto Rey, un viaje en definitiva que habrá valido la pena a pesar de las dificultades orográficas que presenta en buena parte de su recorrido. En cuanto al resto quedará sin duda emplazado para futuras excursiones, que bueno es dejar siempre algo para más adelante sin agotarlo de una sola y única vez.
Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 3-7-2015