Entre Alcorlo y Pálmaces
Hablar de pantanos en Guadalajara es, normalmente, hacerlo de Entrepeñas, Buendía o Bolarque, los tres grandes embalses que remansan las aguas del Tajo y de su afluente Guadiela. Se trata, pues, de los pantanos por antonomasia, a los que en un alarde de mal gusto alguien bautizó en su día con el pomposo y huero nombre de Mar de Castilla.
Sin embargo, no son éstos los únicos lagos artificiales existentes en la provincia aunque, eso sí, son sin discusión los de mayor extensión, mucho más grandes ciertamente que los construidos en la cuenca del Henares, todos ellos relativamente pequeños a causa del moderado caudal que son capaces de aportar los ríos que los alimentan.
Cinco son los embalses existentes en la cuenca del Henares. De ellos dos pertenecen al Sorbe -el del Pozo de los Ramos y el de Beleña-, y los restantes uno al Bornova -el de Alcorlo-, otro -el de Pálmaces- al Cañamares, y el último y más reciente de todos, el de El Atance remansa las aguas del río Salado.
Dejando al Sorbe y al Salado para otra ocasión, ya que resultaría complicado pretender recorrerlos todos en una única etapa, el viajero podrá visitar Alcorlo y Pálmaces si es que no le importa internarse por vericuetos más propios de vehículos todoterreno que de automóviles corrientes; y es que, la proverbial carencia de vías de comunicación de la provincia de Guadalajara le obligará a recorrer senderos que aúnan la belleza paisajística con la poca fiabilidad de sus firmes. Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes la excursión merecerá realmente la pena.
De entre los varios caminos que conducen a Alcorlo el más accesible de ellos es el que, partiendo de la villa ducal de Cogolludo, enlaza con la carretera que une Jadraque con Hiendelaencina en las proximidades de la pequeña localidad de Congostrina, una vez dejado atrás el pantano. Siguiendo, pues, esta ruta que cruza a poco el breve curso del Aliendre, el viajero optará no obstante por visitar previamente el cercano pueblo de San Andrés del Congosto, debiendo para ello tomar el desvío que desciende hacia el mismo arrancando de la carretera algunos kilómetros antes de llegar al pantano.
La presa de Alcorlo vista
desde el Congosto
Una vez alcanzado el breve caserío, se podrá llegar con toda facilidad hasta el mismo pie de la presa que, a modo de farallón artificial de tierra y piedras, sirve a la vez de contrapunto y sello al desaparecido desfiladero, sin más que tomando la antigua carretera que desde San Andrés iba hasta Alcorlo, la cual se ciñe al curso del Bornova tras cruzarlo por un puente que, a decir de los lugareños, es antigua obra de romanos. Y aunque el puente, privado ahora de su pretil, continúa todavía en pie, la carretera quedará cercenada poco más allá una vez desaparecida su misión por culpa de la cercana presa que se interpone en el que fuera su secular camino.
Bajando de nuevo hasta San Andrés, podrá encontrarse el viajero con otra interesante vista del Bornova justo donde tiene su inicio la carretera local que conduce a Membrillera. En este lugar el río, tras cruzar entre unas espesas alamedas, alcanza un amplio recodo en el que, jugando inocentemente a ser mayor, se ensancha con glotonería ayudado quizá por la involuntaria represa formada por un tosco puente que obliga a las aguas a atravesar las estrechas tuberías que constituyen las únicas luces del mismo, al tiempo que en su margen derecha forma unos pequeños cortados verticales que parecen querer remedar en miniatura aquellos que sus aguas, confundidas ya con las del Henares, formarán allá por tierras de Guadalajara y Alcalá.
El Bornova en San
Andrés del Congosto
Aguas abajo del puente no existe ya el menor obstáculo en su camino, lo que no impide que el Bornova, diríase que acostumbrado a las ostentaciones, continúe regodeándose en un cauce que sin duda le viene muy ancho pero que le permite gozar, siquiera por unos instantes, de unas ínfulas de grandeza que conseguirán hacerle olvidar los malos tragos pasados apenas unos centenares de metros más arriba. Un pequeño afluente que cae cantarín por un empinado cauce con regustos de cascada en miniatura contribuirá a su vez a poner la nota de exotismo en el paisaje, quizá más que por sí mismo merced al pequeño y antiguo puente ,que en esta ocasión con seguridad sí que no es romano, por el que salva la diminuta hondonada la carretera de Membrillera.
Desde este lugar, situado a las afueras del pueblo, podrá el viajero retomar su camino, no sin antes dirigir una última mirada a un orgulloso Bornova que se aleja plácidamente de allí en busca de nuevos horizontes, volviéndose sobre sus propios pasos hasta enlazar de nuevo con la ruta que conduce hasta el embalse. No mucho más adelante, avistará al fin las espejeantes aguas del pantano de Alcorlo en forma de un profundo entrante, surgido a expensas del antiguo vallejo de un anónimo tributario del Bornova, que habrá forzosamente de bordear durante un buen trecho antes de arribar con toda comodidad a su meta, tarea ésta que le será facilitada por el hecho de que la carretera discurre por lo alto de la propia presa, constituida así en mirador privilegiado del paisaje que se abre ante él en todas direcciones.
Vista panorámica del
embalse de Alcorlo
Inaugurado en 1978 es Alcorlo un embalse de construcción reciente, pero a diferencia de su vecino y casi contemporáneo Beleña sus aguas no estaban destinadas en un principio para el consumo humano, siendo su misión la de ser utilizadas, al igual que las de Pálmaces y El Atance, para regular el caudal del Henares y, por ende, de su canal homónimo durante los meses de estiaje. Era, pues, su destino original el del riego de la feraz vega de la Campiña Alta, labor a la que se unía otra no menos importante, la de regular las crecidas del impetuoso Bornova, responsable en buena medida de las riadas con las que periódicamente arrasaba el Henares a sus poblaciones ribereñas. Sin embargo, las crecientes necesidades de agua potable de la Mancomunidad de Aguas del Sorbe hicieron que, una vez desbordada la capacidad del embalse de Beleña, fuera necesario recurrir también a los caudales del Bornova, razón por la que desde hace unos años también abastece, en caso de necesidad, a Alcalá, Guadalajara y al resto de los municipios mancomunados.
No cabe dudar, pues, de los efectos benéficos del embalse, pero como no hay rosa sin espinas, esta obra hidráulica se cobró como precio la destrucción prácticamente total de uno de los lugares de mayor interés paisajístico de toda la comarca, el bravo y estrecho desfiladero conocido con el nombre de El Congosto, un auténtico embudo natural que dejaba reducido el valle del Bornova a apenas lo suficiente para que pudieran tener libre paso las aguas del río. Hoy, terminadas hace ya varias décadas las obras de la presa, tan sólo se alcanza a entrever el final del mismo, mientras las aguas remansadas cubren piadosamente a modo de púdica mortaja a la población homónima que durante siglos se asentara en el fondo del valle, ahora anegado, del río Bornova. Tan sólo la recoleta iglesia románica, desmontada piedra a piedra de su secular emplazamiento y actualmente asentada en uno de los barrios de la localidad de Azuqueca de Henares, tendría la suerte de salvarse de la inundación que se tragó al pueblecito, borrándolo enteramente del mapa como si nunca hubiera existido.
La salida del embalse de
Alcorlo vista desde la presa
El viajero, justo es decirlo, siente dolor por la belleza perdida, preguntándose la razón por la que la presa no pudo ser construida apenas algunos centenares de metros aguas arriba, lo que hubiera salvado al Congosto si bien a costa de una mayor prolijidad -y coste- en las obras. Pero no fue así, y las razones prácticas triunfaron una vez más sobre las sentimentales. Así pues, sobreponiéndose a su melancolía, el viajero aprovechará el mirador privilegiado de la presa para contemplar cómodamente el dispar paisaje que se muestra a ambos lados de la misma: A su izquierda, la tersa lámina del pantano perdiéndose por los vericuetos de las serpenteantes orillas, mientras el lejano telón de fondo de la sierra del Alto Rey cierra el horizonte norte con su gris y dentado perfil. A su derecha, la umbría profundidad de lo poco que queda de El Congosto, con el Bornova, una vez liberado del dogal que ciñera sus aguas, remansándose a la salida del mutilado desfiladero para, tras pasar bajo el desportillado puente, abrirse paso por el doble festón arbóreo de la fresca vega del río, la misma que poco antes tuviera él mismo ocasión de recorrer con delectación.
Causa sorpresa al viajero comprobar cómo un río brioso y tesonero, pero menguado en caudales como es en definitiva el Bornova, ha sido capaz, empero, de colmar el considerable recinto de su antiguo valle, convirtiéndolo en tan vasto lago artificial... pero la evidencia demuestra que el Bornova ha satisfecho con creces la confianza depositada en él, ofreciendo generosamente los frutos de su industriosa labor para el humano disfrute sin dudar un solo momento en sacrificar para ello, sin la menor protesta por su parte, uno de los parajes más atractivos de todo su recorrido.
Vista aérea del
embalse de Pálmaces
Fotografía de Avioneto tomada de
Embalses.net
Y de Alcorlo a Pálmaces, tarea que no se revelará nada fácil a pesar de la cercanía existente entre ambos. La ruta más corta mínimamente practicable que discurre de uno a otro embalse es la que va de Alcorlo a Congostrina y de allí a Pálmaces tras abandonar a mitad de camino la carretera que remonta hasta la localidad minera de Hiendelaencina, internándose finalmente por una pista forestal que conjuga lo atractivo del paisaje con lo escasamente transitable de su trazado, al menos para vehículos no preparados para andar por caminos no pavimentados. La otra opción, indudablemente más cómoda pero también mucho más larga y asimismo menos satisfactoria, consiste en encaminarse a Jadraque o, más concretamente, a la nueva carretera CM-101 que evita tener que llegar hasta esta villa para, una vez en ella, continuar en dirección a Atienza para tomar finalmente el desvío que conduce al pueblo de Pálmaces de Jadraque y a la presa homónima.
Eligiendo la primera de estas dos alternativas, el viajero tendrá ocasión de atravesar unos espesos pinares situados en el áspero espolón que sirve de divisoria entre las cuencas del Bornova y el Cañamares, lugar cercano al legendario Robledo de Corpes y por el cual parecen ciertamente no haber transcurrido los siglos. Por fin, tras un áspero recorrido que forzosamente habrá de parecerle largo, verá surgir en la lejanía el extremo occidental del pantano de Pálmaces, un estrecho y alargado remanso artificial que recuerda curiosamente en su forma a un lago Baikal en miniatura. Alcanzada la presa, ésta se mostrará a los ojos del viajero si no decrépita, si francamente pasada de moda a pesar de ser tan sólo dos o tres décadas más antigua que la de Alcorlo y a pesar, también, de que en su construcción formó parte la piedra en vez de la mucho menos noble tierra que fuera la materia prima de su vecina.
Presaa del embalse de
Pálmaces
La vista desde la presa es hasta cierto punto -y sólo hasta cierto punto- similar a la que se mostraba en Alcorlo; más pequeño y asimismo más estrecho este embalse que el anterior, sus orillas están formadas por suaves colinas que se adentran en el agua formando pequeñas playas, faltando pues las ásperas riberas que caracterizaban a las aguas remansadas del Bornova. No existe tampoco el telón de fondo marcado por unas lejanas montañas, ya que el Alto Rey no alcanza hasta estos parajes mientras su teórica continuación, la sierra de la Bodera, no deja de ser un romo espolón demasiado bajo y demasiado alejado además como para poder influir significativamente en el paisaje inmediato.
En cuanto al otro lado, es decir, aguas abajo de la presa, sin duda lo que más llamativo le resultará al viajero será un a modo de estanque en el que las aguas liberadas del pantano sufren todavía una segunda retención antes de poder fluir, libres al fin de dogales humanos, por un estrecho y serpenteante valle, generosamente festoneado de árboles, por el que se pierden rápidamente de vista camino de su próxima cita con Pinilla de Jadraque, etapa ésta que recorrerá el esforzado Cañamares sin que ninguna otra obra humana -no ya carretera sino, incluso, camino- ose perturbar su discurrir intemporal por estas remotas comarcas.
Vista del embalse de
Pálmaces desde la carretera
A partir de la presa una carretera asfaltada aliviará al viajero de las fatigas anteriores al tiempo que le brindará la oportunidad de contemplar con toda comodidad la ribera sur del pantano a lo largo de los varios kilómetros por los que discurre paralela a la misma, agradable recorrido sin duda para todos aquéllos a quienes les guste disfrutar de los paisajes que tienen al agua como principal protagonista. Por fin, recostado muellemente en una suave loma que desciende hasta el borde mismo de las aguas, aparecerá ante su vista el breve caserío de Pálmaces, más afortunado que Alcorlo al haber visto detenerse las aguas justo al borde de sus últimas casas, lo que le ha convertido de hecho en una curiosa población ribereña pese a estar enclavada en pleno corazón de la reseca Castilla.
Nada más podrá ver ya el viajero dado que, a partir de este punto, la carretera se desvía definitivamente del curso del Cañamares para enlazar poco más allá con la comarcal de Jadraque, punto final una vez más del viaje. Una intensa jornada a través de las aún agrestes comarcas castellanas habrá así terminado.
Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 6-7-2015