Remontando el Cañamares
Uno de los varios caminos que parten de Jadraque, concretamente el que lo hace en dirección norte, es el que conduce a la histórica población de Atienza, estratégicamente situada a mitad de camino entre el curso del Henares y las sierras que sirven de divisoria de aguas entre la cuenca de éste y la de los afluentes del Duero. En realidad se trata de la carretera comarcal, antigua nacional de Soria, que partiendo de la nacional II apenas rebasada la ciudad de Guadalajara se encamina hacia Hita y Jadraque para, tras pasar por las cercanías de Atienza, internarse en la vecina provincia de Soria camino de la localidad de Almazán.
No es ésta una ruta precisamente llamativa en lo que a la observación de ríos se refiere puesto que, a lo largo de todo su recorrido, discurre sin interrupción por el árido espinazo que sirve de divisoria de aguas a las cuencas de los ríos Cañamares y Salado sin que en ningún momento permita la contemplación de ninguno de los mismos. En compensación sí que existe una ruta paralela y alternativa que discurre bordeando el curso del Cañamares hasta la localidad de Pinilla de Jadraque, a partir de la cual la inexistencia de una carretera que enlace esta localidad con el cercano caserío de Pálmaces obligará al viajero a desandar lo andado hasta alcanzar de nuevo las cercanías de Jadraque.
El Henares en el
puente de la carretera de Jadraque a Atienza
Si el viajero opta por recorrer esta ruta deberá pues abandonar Jadraque, tal y como quedó dicho, tomando la carretera que conduce a Atienza para, a poco de la salida, encontrarse con la rotonda de la que arranca la flamante carretera que, tras salvar el curso del Henares, desciende por su valle hasta alcanzar la localidad de Humanes. Dejada atrás esta nueva ruta, que será objeto de una etapa propia, el viajero sigue adelante hasta encontrarse con el cauce de un Henares aún empequeñecido, pero ya bravo y bullidor, que se interpone en su camino al tiempo que le ofrece la umbría soledad de sus frondosas riberas a modo de un oasis de verdor situado en mitad de la árida llanura. Inmediatamente después de cruzar el río y la contigua vía del ferrocarril, una desviación que conduce a Castilblanco de Henares le concederá la opción de acercarse hasta las orillas del cercano Cañamares, el modesto afluente del Henares que vive aquí sus horas postreras arropado por una fresca y agradable chopera que acaba confundiéndose poco más allá con la que orla generosamente las márgenes del río padre.
El
Cañamares en Castilblanco de Henares, cercano ya a su
desembocadura
El encuentro con el Cañamares se producirá al fin en el puente que conduce a Castilblanco, localidad situada justo al otro lado del río y mucho más cerca de éste que del Henares a pesar de lo que pudiera sugerir su apellido. Y, para sorpresa del viajero, éste se encontrará aquí con el cauce del mismo ensanchado generosamente en un vano intento de aparentar una grandeza de la que evidentemente carece. Sin embargo, no por ello puede decirse que esté el Cañamares privado de una dignidad que hace que en sus frescas orillas pueda el viajero olvidarse casi por completo del duro verano castellano que flagela con fuerza más allá de la arboleda, ni está tampoco desprovisto de caudales en plena época de estiaje quizá más a consecuencia de la apertura de las compuertas del cercano embalse de Pálmaces que producto de su propio potencial hidráulico.
Pero es ya poca, muy poca, la vida que le queda en este lugar al gentil riachuelo que fluye mansamente a los pies del viajero antes de rendir sus cansadas aguas al ya cercano Henares. Son tan sólo algunos centenares de metros los que lo separan de su desembocadura, tramo postrero que recorrerá el Cañamares describiendo pequeños meandros entre el abundante arbolado antes de llegar por fin a su meta, un discreto final en el que el Henares no se molestará siquiera en acechar a su humilde tributario limitándose simplemente a recoger su modesta contribución sin inmutarse siquiera, pareciendo como si despreciara al pequeño riachuelo que aquí calladamente se le reúne.
Desembocadura del
Cañamares
Ciertamente nada tiene de espectacular esta desembocadura en la que, al contrario de lo que ocurre en otras confluencias, se distingue nítidamente entre el río principal y el que aquí termina su periplo, todo ello a pesar de que el Henares no es aún el río grande en que le convertirán más adelante el Bornova y el Sorbe, sus principales tributarios. Pero a pesar de todo, haría muy mal el viajero despreciando a un Cañamares que, dentro de su modestia, aporta su contribución con resignación y casi con alegría llevando hasta el Henares las aguas que recogiera en su ya lejano nacimiento.
Siempre resulta triste contemplar la muerte de un río, aunque se sepa que ésta es necesaria para hacer que otro siga adelante con fuerzas renovadas; por ello, y para poder enjugar esta impresión, podrá ahora el viajero volver a cruzar el puente de Castilblanco para, remontando el Cañamares, tomar la estrecha carretera local que le conducirá a la localidad de Medranda tras recorrer varios kilómetros por el borde del estrecho, aunque feraz, valle del río.
El Cañamares en
Medranda
Medranda, uno de tantos oasis de los que goza la ruda estepa castellana, es un pequeño pueblecito abrazado por el Cañamares y descubierto al parecer por un numeroso grupo de veraneantes que hacen del mismo un lugar demasiado bullicioso para lo que el viajero, siempre amante de la tranquilidad proverbial de la campiña, hubiera en esencia deseado. Recostado el caserío en un amplio remanso del Cañamares, basta apenas con remontar el curso de éste unos centenares de metros para encontrarse con una agradable arboleda por entre la que serpentea voluptuoso un Cañamares que también aquí juega ciertamente a ser mayor, lejano aún de la amenaza que supone la acechanza del Henares. El viajero quisiera ahora poder retardar su marcha para solazarse en la contemplación de tan nemoroso espectáculo; pero el reloj, ese feroz tirano, le forzará a seguir muy a su pesar adelante.
El camino entre Medranda y Pinilla presenta un paisaje similar al anterior con la carretera bordeando las huertas y las plantaciones de frutales que florecen en la pequeña vega dando al valle un aspecto de vergel en miniatura sumamente atractivo para todo aquél que sea verdaderamente un amante de la naturaleza. Poco antes de llegar al pueblo el viajero se cruzará una vez más con la limpia corriente de agua para volverlo a hacer a la salida del mismo ya con la carretera convertida en un simple camino... Porque Pinilla está asentada en la pequeña península formada aquí por una amplia revuelta del Cañamares que así parece querer acunar al caserío con su breve y fresca corriente.
El Cañamares en
Pinilla de Jadraque
Dicen que hubo en este lugar, algunos kilómetros aguas arriba del pueblo, un monasterio de monjas calatravas que acabaron por fin marchándose a lugares de climatología más benigna... Y así, si el viajero gusta de dar una caminata a la vera del río, podrá finalmente arribar a las míseras ruinas que un día fueran cenobio y que hoy cumplen con la misión de servir de humilde aprisco a la par que de privilegiado mirador sobre el risueño valle libre ya de toda actividad humana hasta la no lejana aunque incomunicada presa de Pálmaces.
Decepcionado por el misérrimo aspecto del convento pero confortado con el regalo de una naturaleza en eclosión, el viajero tendrá por fin que volverse sobre sus pasos para, primero a pie y luego en coche, desandar lo andado por el mismo camino por el que viniera, lamentándose una vez más de la proverbial escasez de carreteras en este olvidado rincón de Castilla. Jadraque, que fuera el inicio de la etapa, le aguardará también al final de la misma.
Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 7-7-2015