El Bornova en Menbrillera



Membrillera es, a decir de los libros, una pequeña villa de poco más de cien habitantes situada a la vera del Bornova, no muy lejos ya de su desembocadura. A ella se llega por una carretera que, arrancando de la que enlaza Jadraque con Carrascosa en las cercanías del puente sobre el río, remonta el valle de éste no muy lejos de su curso, y siempre paralela a él, para, tras pasar por las cercanías del apiñado caserío, seguir un trazado, que todos los mapas señalan como simple camino, con meta en San Andrés del Congosto a decir de los indicadores. La carretera, a juzgar por los indicios, nunca llegará a cruzar el Bornova y, de hecho, ni tan siquiera se acercará demasiado a él, salvo en un par de lugares en los que éste le lame el costado permitiendo al viajero saciar cómodamente su curiosidad sobre este tramo del gentil afluente del Henares.




El Bornova junto a la carretera que enlaza a San Andrés cel Congosto con Membrillera


Nada más fácil, pues, que aparcar el coche en un cruce de caminos y atisbar el hondo cauce del Bornova, que discurre brioso a sus pies festoneado por la verde cobertura de los árboles de ribera. Se muestra aquí nuestro río recoleto y, diríase, casi vergonzoso, tan llamativo es el hundimiento de sus aguas sobre el nivel del llano terreno de su margen derecha, fenómeno todavía más acentuado en la ribera opuesta debido a la cercana presencia de unas lomas que contribuyen a aumentar esta diferencia de nivel reproduciendo, en miniatura, el paisaje típico de su hermano mayor.

El viajero, satisfecho, decide volver sobre sus pasos buscando ahora un puente que, a la altura de Membrillera, debería cruzar el río a decir de los mapas que maneja, y que a la postre se mostrará inexistente en compensación, quizá, a la carretera que no figuraba en éstos. Lo que sí existe es un camino que, partiendo del pueblo, se encamina rectamente hacia el río, distante un kilómetro, para salvarlo en forma de vado, que no de puente; pero esto es algo que poco importa al viajero, gozoso al descubrir un Bornova que, a diferencia del vislumbrado apenas tres kilómetros aguas arriba, no tiene ahora el menor inconveniente en rendir dulcemente su ribera derecha a las inquietudes exploratorias del curioso visitante, manteniendo incólume, eso sí, el arriscamiento de la izquierda quizá por aquello del que dirán, que los ríos también tienen su orgullo.




Bucólico aspecto del Bornova en las inmediaciones de Membrillera


Y es que, olvidado ya su anterior ensimismamiento, el Bornova se abre aquí generosamente formando una fértil vega en la que la frondosidad vegetal de sus márgenes se ve escoltada por unas feraces tierras de cultivo regadas por un canal cuyas aguas tan sólo pueden provenir del cercano río, el cual se remansa perezoso diríase que satisfecho de su benéfica obra.

Esto será todo, que no es poco. Sabe el viajero que el soto se extiende un buen trecho tanto aguas arriba como aguas abajo; basta con atisbar desde el privilegiado otero del caserío para comprobarlo. Pero no es cuestión de agotar la exploración del Bornova, que los ríos quizá pueden gustar de preservar pudorosamente su intimidad. Así pues el viajero, siempre respetuoso, decidirá retirarse dando por concluida la fructífera etapa.



Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 10 -7-2015