La desembocadura del Bornova
Desembocadura del
Bornova en el Henares
Tres son, fundamentalmente, los ríos que hacen grande al Henares: el Dulce en su curso alto, y el Bornova y el Sorbe en el medio. Y, si bien el primero de ellos se hermana con el Henares en razón de sus nacimientos casi gemelos en la vertiente occidental de la roma Sierra Ministra, no ocurre lo mismo con un Sorbe y un Bornova que, procedentes del gran espinazo dorsal de la meseta que es el Sistema Central, parten las aguas de sus cabeceras con el padre Duero al igual que Henares y Dulce lo hacen con el Jalón que es como decir el Ebro.
Y así, de la misma manera que existe una dualidad o paralelismo entre Dulce y Henares, se encuentra asimismo una similitud entre Sorbe y Bornova; nacido el primero en las estribaciones más orientales de la Somosierra y nutrido más adelante por las aguas derramadas del Ocejón, brota el segundo de los altos páramos fronteros con la provincia de Soria para, a continuación, atravesar trabajosamente la imponente barrera del Alto Rey, el recio eslabón pétreo que, descolgado de la cadena principal del Sistema Central -siendo, ciertamente, mucho más espectacular que éste-, enlaza finalmente la Somosierra con la Sierra Ministra, allá por las tierras del norte de Sigüenza, a través de las romas serranías de la Bodera y de la Pila.
Resulta así alimentado el Bornova no por una sola de las vertientes del Alto Rey, tal y como sería lo que cabía creer, sino por ambas, lo que hace pensar que se trata sin duda de un río que sabe bien de la economía y del ahorro. Y así, cuando una vez rebasado el dogal de Alcorlo abre al fin su vega, podrá marchar en busca de un Henares al que casi, casi, podría llamar de tú si de entre todos los criterios utilizados para establecer la importancia de los ríos nos ciñéramos tan sólo a la comparación de sus caudales respectivos. Y el viajero, interesado de siempre tanto en los nacimientos como en las desembocaduras, podrá esperar encontrarse con un espectáculo interesante allá donde ambos ríos hermanan amistosamente sus aguas.
Dicen los mapas que el Bornova confluye con el Henares allá por las tierras de Jadraque y en lugar apartado de carreteras y otras vías civilizadas de comunicación; pero añaden a continuación, para alivio del alarmado viajero, la existencia de un camino que, discurriendo paralelo a la margen izquierda del Henares, enlaza Jadraque con la vecina localidad de Carrascosa pasando justo por frente de la buscada desembocadura. No todo está perdido, pues, y el viajero podrá aventurarse a realizar esta etapa siempre y cuando no le importe demasiado conducir por un camino carente por completo de pavimentación aunque, justo es decirlo, con un firme bastante aceptable para lo que suele ser la norma por estos pagos.
El camino en cuestión tiene su origen en la carretera que parte de Jadraque en dirección a Hiendelaencina, desviándose de ella poco antes del cruce con la vía del ferrocarril para discurrir a continuación paralelo a la misma y al río aprovechando la pequeña vega que en este lugar forma el Henares en su margen izquierda. El recorrido, de unos cuatro kilómetros de longitud, no es ni accidentado ni demasiado incómodo; pero el camino no siempre discurre a la vera del río y el terreno que separa a ambos, aunque pequeño en anchura, está constituido por sembrados que dificultan evidentemente el paso a pie por los mismos. Por tal razón, y tras consultar una vez más el mapa, el viajero optará por dejar su vehículo en un cruce de caminos situado unos centenares de metros aguas arriba de su destino para, ya a pie, tomar uno de ellos que se dirige en derechura al Henares. A partir de allí, le bastará con descender por la ribera hasta acceder al punto buscado, la confluencia del Henares con el Bornova.
El Henares, este Henares de Jadraque que lleva ya en sus venas los tributos rendidos por sus súbditos Dulce, Salado y Cañamares, es aún un río pequeñito y juguetón que discurre con placidez por entre las espesas alamedas que salpican en este lugar sus riberas; río en definitiva de dimensiones amables y humanas a mitad de camino quizá entre el arroyo con pretensiones y el riazo venido a menos... Y río, también, que no desdeña las aportaciones de caudal aunque éstas vengan de manos de los modestos regatos procedentes de las estribaciones norteñas de la cercana Alcarria tal como sucede con el anónimo arroyuelo que aquí le rinde las magras aguas avenadas de las laderas de Miralrío y las Casas de San Galindo.
Otra vista de la
desembocadura del Bornova
Pero no es esto lo que busca el viajero sino el ayuntamiento de aguas que al fin tiene lugar poco más allá parcialmente velado ¡cómo no! por los abundantes árboles que crecen con profusión no sólo en las distintas riberas de este complejo fluvial sino también ¡oh decepción! en la islita existente justo en mitad de la confluencia y que, sin saber por qué, no puede evitar compararla incongruentemente en su fuero interno con la famosa isla de los Faisanes... Y no porque exista en ella volátil alguna ni porque ¡vive Dios! haya tenido lugar jamás en la misma conferencia real alguna; pero esta situación tan estratégica justo en tierra de nadie donde Bornova y Henares se abrazan tiene cierta similitud, licencias históricas aparte, con esa pequeña superficie insular de soberanía compartida entre España y Francia desde hace ya varios siglos.
Huelga decir que la misma obliga también al Bornova a entregar sus aguas no de una manera franca sino, salvando por uno u otro lado el obstáculo, repartiéndolas en varios brazos con aspecto de delta en miniatura... Y, aún así, todavía le queda al viajero la impresión de que el Bornova se muestra renuente a aceptar su inexorable final por cuanto más allá de la vegetación que puebla la isla se puede entrever el reverbero de los rayos del sol sobre la tersa superficie de la amplia balsa que forman las aguas del río justo antes de resignarse a perder su identidad en un Henares que continúa indiferente su marcha sin que nada haga aparentemente pensar, aguas abajo de la desembocadura, que nuestro río ha recibido en este lugar uno de los más importantes aportes de todo su recorrido. Pero todo esto, sin duda, es tan sólo fruto de su imaginación desbordada en un afán por hacer de los ríos unos seres con voluntad y emociones propias.
De esta manera, una vez saciada con creces su curiosidad y, ¿por qué no decirlo?, embargado su ánimo con una pizquita de pena, el viajero desandará lo andado, a pie primero y en automóvil después, arribando de nuevo a la gentil villa de Jadraque punto de partida o de llegada de tantas y tantas posibles excursiones por las tierras del Henares.
Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 23-7-2015