El pequeño Camarmilla





Así recibe Alcalá al Camarmilla a su llegada al barrio de Espartales



De entre los numerosos y en su mayor parte anónimos arroyos que desaguan al Henares sin alentar la menor esperanza de ser recordados, siquiera fugazmente, como colaboradores activos de la aventura vital de nuestro río, hay uno de ellos que reviste especial importancia para el viajero en función de su hermanamiento con la ciudad en la que ésteviera sus primeras luces, la ciudad en definitiva en la que creció y residió y a la que continúa considerando su hogar. No es este arroyo ni el más importante ni el más singular de entre todos sus hermanos, pero es el arroyo de Alcalá con permiso, claro está, del digno Torote, a quien el viajero se resiste a dar este calificativo prefiriendo considerarlo, si no como río, sí al menos como riachuelo, un punto por encima de los más humildes de los afluentes henarianos.

Y es que este arroyo, por nombre Camarmilla, supone mucho para la ciudad de Alcalá, bastante más de lo que cabría esperar de lo parvo -cuando no inexistente- de su caudal. Menos importante, pero más inmediato que el Torote, baña el Camarmilla los barrios extremos del norte y el oeste de la ciudad antes de rendir homenaje al Henares en los parajes del Juncal, allá donde la extinta Compluto asentaba su solar; pero antes de acariciar -y aun en ocasiones de asolar con sus salidas de madre, tal como permanece vivo en la memoria del viajero- las estribaciones de la ciudad complutense, el honrado Camarmilla tiene una historia que contar que bueno es recordar aquí.

Tiene su origen nuestro arroyo, a decir de los mapas, al norte de la localidad guadalajareña de Torrejón del Rey, en parajes cercanos a la carretera cuya única singularidad estriba en las abundantes junqueras que testifican la existencia de aguas someras. Dicen los geólogos que antaño llegó el Camarmilla mucho más allá tratando probablemente de tú al vecino y hoy superior Torote; mas este avieso compañero habríale venido a robar su curso alto que hoy, con el nombre de arroyo de Albatajar, rinde sus aguas al Torote en las cercanías del puente de Galápagos siendo, de hecho, el principal afluente de la modesta cuenca del mismo; mas a pesar de haber perdido de tan drástica manera la mitad de su curso y no poca de su pretérita importancia, el menguado Camarmilla no se arredra en modo alguno volviendo a nacer donde buenamente puede, al sur de la irreversible captura, en un empeño decidido por labrar su propio destino sin necesidad de rendirse ante competidores más capaces o, entiéndase como más guste, más poderosos que nuestro modesto arroyuelo.

Ya desde su mismo nacimiento se ciñe estrechamente el infantil Camarmilla a la carretera que discurre entre Torrejón del Rey y Alcalá, característica ésta que le va a resultar habitual hasta su arribada a la propia ciudad complutense; mas su misérrimo cauce, apenas un somero rasguño en el terreno circundante, pobremente escoltado apenas por unas cuantas junqueras y completamente seco durante buena parte del año, a duras penas logrará llamar la atención del viajero a no ser que éste, previamente avisado, ponga especial interés, y no menos especial esfuerzo, en observarlo.

Pasado Torrejón el Camarmilla hace su entrada en las inmediatas tierras de Valdeavero, población adscrita ya a un territorio distinto que junto con el inmediato Torrejón, apenas a dos kilómetros, y el no menos cercano caserío de Valdeaveruelo situado a una distancia similar, demuestra palpablemente lo absurdas que pueden llegar a ser en ocasiones las divisiones no sólo administrativas sino, lo que es aún peor, políticas. Pero dejémonos de disquisiciones no por importantes alejadas por completo del objeto de nuestra consideración, y volvamos a un Camarmilla que, a pesar de las aportaciones de dos tributarios todavía más ínfimos que él, algo que ciertamente es ya difícil, uno de ellos confluyente en Torrejón y el otro en Valdeavero, continúa adelante sin variar significativamente de aspecto, es decir, en forma de anónima cuneta siempre que los azares de la geografía le hacen cruzar bajo el rectilíneo trazado de la carretera.

Sin embargo, una vez dejado atrás Valdeavero camino ya de la a su escala todavía lejana Camarma de Esteruelas, el Camarmilla comenzará a hacerse notar no por su curso, tan insignificante como lo fuera aguas arriba, sino por el amplio valle que comienza a labrarse, un valle a todas luces desproporcionado con sus magras fuerzas y que forzosamente hay que atribuir no al arroyo actual sino al hipotéticamente mucho más laborioso Camarmilla primigenio, aquél que fuera par de su vecino y rapaz Torote; pero sea cual sea la verdadera razón, lo cierto es que el Camarmilla tiene su valle, pequeñito pero armonioso, el cual le permitirá el lujo de alejarse de la carretera apenas doscientos o trescientos metros, cuando no menos; escasa distancia sin duda, pero más que suficiente de hecho, dadas las minúsculas dimensiones del vallejo, como para que el Camarmilla se pueda permitir sentirse importante sin ser eclipsado en ningún momento por compañero alguno.

Consolidada ya esta situación a poco alcanzará nuestro arroyuelo los pagos de la hoy extinta Camarma del Caño, ahora término municipal de su homónima de Esteruelas pero en su día población independiente. Convertida esta otra Camarma en un informe montón de ruinas entre las que a duras penas se puede identificar lo que fuera la antigua iglesia, y con lo que antaño fuera solar del caserío inmisericordemente arado y sembrado, se recuesta la infeliz Camarma del Caño -o por mejor decir los míseros despojos que de ella restan- en una suave vaguada que desciende desde el borde del valle hasta el lecho del arroyo, en el que un pequeño puente comunica en inteligencia con un camino que discurre entre tierras de labor la carretera, que es como decir la civilización, con las ruinas del despoblado, que es como decir la historia.

La siguiente etapa, cosa de cinco kilómetros aguas abajo, será la propia Camarma de Esteruelas, mucho más afortunada que su compañera y que una tercera Camarma asimismo desaparecida, la de Encima o de Suso, que en castellano antiguo vienen a ser la misma cosa, hoy pujante villa que mira hacia el futuro sin olvidar por ello su placidez secular. Difícil pregunta se le plantea al viajero cuando se cuestiona quién pudo prestar su nombre a quién, si la población al arroyo o el arroyo a ella; pero estas incógnitas etimológicas no obvian el hecho cierto de que el Camarmilla, fuera cual fuera entonces su nombre si acaso lo llegara a tener, es sin ningún género de duda infinitamente más antiguo que cualquier accidente geográfico que pudiera haber salido de las manos del hombre.

Y así, tras salvar por su parte trasera una amplia y reciente urbanización surgida a la vera del desarrollo económico y de la moda, casi nunca bien entendida, de la segunda residencia, el Camarmilla hará a poco lo mismo con la propia Camarma, discurriendo discretamente por los arrabales de la población. Recibirá aquí la aportación de otro magro tributario, el arroyo de Valdegatos, cuyo único mérito viene a consistir en haberse labrado un considerable -para su tamaño- barranco que sirve de frontera natural, aunque no administrativa, entre el municipio de Camarma y la cercana villa de Meco; y de esta guisa se despedirá el Camarmilla de la villa homónima, aprestándose a recorrer lo que ya vendrá a ser la última etapa de su viaje. Ceñido estrechamente a la carretera, cuyo trazado no abandonará hasta llegar a Alcalá, tropezará a poco con el trazado de la nueva autopista de peaje, la cual ni siquiera se dignará en disponer de puente propio para salvar su curso, aprovechando el mismo por el que salva la carretera para matar así dos pájaros de un único tiro.




El Camarmilla en el nuevo parque de Espartales


Ya por pagos complutenses el Camarmilla no vendrá a mostrar variaciones dignas de mención en el discurrir de su cauce, siempre en dirección sur y con sus ya abiertas riberas sembradas de diversas fincas y de alguna que otra fábrica. Sin embargo, la situación ha de cambiar de forma drástica cuando las primeras estribaciones norteñas de la ciudad comiencen a asomarse a sus orillas, recibiendo a poco la bienvenida del flamante e impersonal barrio de los Espartales merced a un impersonal pontón, que diríase le falta casi el respeto, mediante el cual la arteria principal del barrio se prolonga hasta la cercana carretera de Camarma. Es aquí donde le ha crecido al Camarmilla un nuevo parque, todavía desangelado, que le abraza por ambas riberas, paradójicamente desnudas de vegetación, durante el casi kilómetro y medio que ha de recorrer hasta toparse con la autovía A-2 que se cruza arrogante en su camino.

Esta importante vía de comunicación le supondrá un nuevo obstáculo que se ve obligado a salvar mediante un complejo puente múltiple, más bien túnel, a juzgar por su aspecto, en el que se entrecruzan arroyo, carretera y la propia autovía, siendo éste quien lleve las de perder frente al arrollador avance del progreso. Una vez libre de semejante dogal el Camarmilla se hace ya decididamente urbano, bordeando estrechamente el barrio del Chorrillo sin permitir en ningún momento que las viviendas salten al otro lado de su cauce. Cruzará a poco las vecinas carreteras de Daganzo y de Ajalvir dejando atrás estos pagos, ahora ajardinados, para lamer respetuosamente las tapias traseras del camposanto, al que separa del nuevo y flamante parque bautizado con su nombre. Hecho lo cual decidirá alejarse, aunque no de forma definitiva, de los barrios de la ciudad. Y aunque en este lugar muestre nuestro arroyuelo un aspecto humilde y aparentemente inofensivo, el viajero recuerda aún cómo no hace todavía demasiados años un iracundo Camarmilla osó inundar buena parte de la zona norte de Alcalá... Riada que, a decir de las crónicas, no fue ni la mayor, ni la primera, de las provocadsa por tan humilde curso de agua; y es que, como bien dice el refrán, no hay enemigo pequeño.




El Camarmilla a su paso por el barrio alcalaíno del Chorrillo


Abandonada la vecindad del cementerio y de alguna fábrica vecina, el Camarmilla cruza en rápida sucesión primero la vía del ferrocarril, y posteriormente la antigua travesía de la carretera nacional, antes de alcanzar los barrios del oeste de la ciudad, tramo éste en el que nuestro arroyuelo se hace fabril merced a la vecindad de numerosas industrias establecidas tan estrechamente en las proximidades de su cauce, que parecen ceñirlo en un asfixiante abrazo. Curiosamente, la especial contextura de su lecho hace que en este lugar tan visible el arroyo se muestre casi perpetuamente no sólo seco sino, incluso, reseco, tal como si se avergonzara de acercarse a su ya próximo final. Pero tan sólo se trata de una cuestión de porosidad del terreno, como bien sabe el viajero, a pesar de que a éste bien le gustaría poder imaginar una razón más poética aún cuando menos real de este llamativo comportamiento.

El Juncal, etapa final de un redivivo Camarmilla -cuestión, de nuevo, de permeabilidad-, es importante en la historia alcalaína por ser en este lugar, situado entre los cursos del Henares y el Camarmilla, donde se asentara antaño la antigua ciudad romana de Compluto, tal como testifican los abundantes hallazgos arqueológicos descubiertos aquí. Por lo demás, es una tierra completamente llana aquélla por la que discurre el Camarmilla, teniendo por últimos vecinos, antes de desembocar en el cercano Henares, a una subestación eléctrica, un colegio y, ya del otro lado, las instalaciones de la ciudad deportiva que comparte su nombre con el paraje.




Antigua desembocadura del Camarmilla (arriba) y su entubamiento actual bajo la M-300


Poco trecho más le quedará por recorrer al Camarmilla, inminente como está su ya cercano final; apenas un desmantelado puente carente de pretil, con cierto aspecto de parecer antiguo, y... ¡Ay! Allá donde éste labrara antaño una profunda hendidura con la que salvaba el desnivel de las altas riberas de su progenitor, se alza ahora la nueva variante de la carretera M-300, en este tramo autovía, cuya construcción forzó que el curso postrero de nuestro arroyo fuera ignominiosamente entubado hasta la misma desembocadura, transformada ésta en un simple e impersonal desagüe por el que el triste Camarmilla confunde sus pobres aguas con las del impasible Henares. Su etapa vital termina así de forma similar a como la empezara, con discreción y modestia.



Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 21-10-2016