El bajo Dulce





El Dulce a su paso por el puente de la carretera de Sigüenza


Aunque la longitud total de su curso ni siquiera llega a alcanzar los 40 kilómetros, el Dulce es un río completo cuyo discurrir atraviesa por las diferentes etapas marcadas para los ríos en los libros de geología: curso alto, medio y bajo, mostrando unas características diferentes en cada uno de ellos pese a lo breve de los mismos. Y si en muchas ocasiones la solución de continuidad entre éstas no queda clara para la mayor parte de los ríos, en el caso del Dulce sí podremos encontrar una división nítida e indiscutible entre el final de su curso medio y el inicio de su curso bajo, el lugar en el que la carretera comarcal CM-1001, tras arrancar de la autovía A-2, desciende de la Alcarria por los altos de Mirabueno cruza el curso del Dulce aguas abajo de Aragosa antes de encaminarse a Sigüenza. En puridad, y consultando un mapa geológico de la zona, se podrá precisar que este cambio tiene lugar realmente a algunos centenares de metros aguas arriba del puente de la carretera; pero la diferencia es ciertamente mínima, y permite disponer de un punto de referencia claro y fácil de encontrar sin menoscabo grave para la exactitud geológica.

Es justo en este punto donde el río, o mejor dicho su valle, sufre una honda y repentina transformación poniendo punto final a sus afamadas hoces, abriéndose a unas amplitudes desconocidas hasta entonces por las que el Dulce, convertido en un río sosegado que juega a ser mayor, comienza a discurrir plácidamente por un desahogado valle que ha ganado en anchura todo lo que perdiera en interés paisajístico; un valle, en definitiva, que anuncia ya al posterior del Henares merced al áspero escarpe alcarreño que lo limita por su izquierda, alcor secular sobre el que cuelga la iglesia de Mirabueno a modo de aventajada atalaya.

No por ello la nueva cara del Dulce carecerá de atractivos paisajísticos, y al viajero le bastará con detenerse junto al puente para comprobarlo. Fecundo en aguas y maduro en su discurrir, el Dulce ha aprovechado el reciente alejamiento de los cantiles que estrechaban sus dominios para ceder parte de sus aguas a un molino que se las devolverá, en forma de pequeña y artificial cascada que cae sobre el lecho primigenio, justo antes de que los reunificados caudales discurran briosos bajo el único ojo del puente por el que la carretera salva el obstáculo que se interpone en su camino.

Aguas abajo del puente el viajero descubrirá la existencia de una estación de aforo que, a modo de avanzadilla, se adentra sin prejuicios hasta el mismo cauce, lo que le permitirá aprovechar la pasarela de acceso a ella para, apostándose allí, contemplar a su antojo el panorama que se abre ante sus pies, con un Dulce que parece querer regodearse en su ahora ancho valle, ya sin cortados que le constriñan y convertido definitivamente en un río adulto que serpentea tranquilo por un limpio cauce festoneado de álamos y otros árboles de ribera.




Bucólica estampa del Dulce a su paso por Mandayona


Este importante cambio orográfico permite también que discurra una carretera paralela a él, prácticamente por vez primera desde que tuviera lugar su nacimiento. La carretera arranca de la comarcal a poca distancia del puente conduciendo hasta la industriosa villa de Mandayona, que gracias a las agua del Dulce llegó a tener batanes y una fábrica de papel. El viajero podrá echar aquí un nuevo vistazo al ahora sosegado río, el cual bordea el caserío lamiendo con mansedumbre sus primeras casas camino de su ya cercano final. Es asimismo en tierras de Mandayona donde el Dulce comienza a pagar tributo a sus vecinos cediendo generosamente sus aguas para regar las tierras ribereñas que forman parte de su vega, aguas que habrán de llegar mermadas al Henares en beneficio de la agricultura local.

Entre Mandayona y Matillas, última etapa en el devenir del Dulce, nuestro río discurre por un amplio y llano valle que constituye el preludio de la que luego será la vasta Campiña del Henares. Dicen los entendidos que incluso era él el antiguo Henares al que hacen alusión los antiguos cronicones, y no la vecina corriente de agua que, bajando desde Sigüenza, vendrá a reunirse con él aguas arriba de Matillas... lo cierto es que, disquisiciones geográficas aparte, el viajero se encontrará con la sorpresa de descubrir, en este valle del bajo Dulce, dos pueblos que llevan curiosamente el apellido de Henares, Castejón y Villaseca, vecinos ambos aunque ubicados en lugares bien diferentes.

Castejón de Henares, el famoso Castejón sobre Fenares al que hace alusión el Cantar del Cid al decir de eruditos y expertos, es una pequeña población que se recuesta en las laderas de un profundo barranco tributario por la margen izquierda del moribundo Dulce. Situado en lo más profundo del barranco, allá donde la cabecera de éste socava secularmente las vecinas tierras de la Alcarria, Castejón es regado por un pequeño y anónimo regato que recoge las aguas que escurren al fondo de la hondonada, regato que a la salida del pueblo ahonda inverosímilmente su curso formando un minúsculo cañón, desproporcionado a pesar de todo con la ínfima categoría del regatuelo que lo alienta y que, poco a poco, va abriéndose camino hacia el cercano Dulce.




El valle del Dulce en Villaseca de Henares


Villaseca de Henares, por su parte, se asienta al otro lado del Dulce, justo en las últimas estribaciones del espinazo que separa el curso de este río del de su vecino Henares. Situada en terreno más abierto que Castejón, para llegar a Villaseca hay que atravesar un Dulce que, para decepción del viajero, se muestra en este lugar mucho menos llamativo que en etapas anteriores de su recorrido, tal como si el nombre un tanto peyorativo del vecino pueblo previniera acerca de lo poco que aquí se puede esperar de él. No puede, pues, evitar el viajero preguntarse las razones por las que un río que se mostraba pletórico poco más allá arrastra ahora su lacería camino del cercano final; la razón le dice que los efectos combinados de la sangría de los regadíos y el hecho de discurrir nuevamente por terrenos más porosos son los únicos responsables de esta llamativa disminución del caudal del Dulce; pero su imaginación, que puede permitirse el lujo de no ser tan prosaica, acaba imponiéndole la sospecha de que pueda ocurrir que éste se avergüence de rendir honores a un río que sabe inferior a él y que intente, por lo tanto, escamotear parte de sus aguas como forma de minimizar su justificado bochorno.

Ya desde Villaseca podrá dirigirse finalmente el viajero a la cercana Matillas, en cuyas cercanías el Dulce, este variopinto e interesante río, unirá al fin sus aguas con las del Henares en una comunión que tiene muy poco de vasallaje y sí mucho de hermandad. Una larga aventura habrá llegado así gallardamente a su fin.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 19-6-2015