Por las tierras del medio Henares
El valle del Henares, secular vía de comunicaciones entre el valle del Ebro -que es como decir Europa- y la meseta de Castilla la Nueva -que es como decir el corazón de España-, ha sido siempre, desde hace muchos siglos, una importante encrucijada de caminos que es como decir de gentes. Ruta practicada ya en el Neolítico, serían los romanos quienes trazaran una importante calzada que enlazaba Tarragona y Zaragoza con Toledo y Mérida, todas ellas importantes capitales de la Hispania romana. Y, aunque hoy en día la carretera nacional prefiere discurrir por las desnudas alturas de la Alcarria, el ferrocarril se ciñe por el contrario de forma casi milimétrica al curso de un Henares que ya no es juvenil pero tampoco maduro, mientras que no faltan carreteras locales que permitan al viajero remontar en su mayor parte el valle medio del Henares tal como lo hicieran nuestros antepasados durante milenios.
Y es que, aún hoy, resulta bastante fácil reconstruir la ruta que remontaba el curso del Henares camino de Zaragoza; sabido es que los seculares caminos suelen defenderse del paso del tiempo convirtiéndose en carreteras, por lo que bastará con mirar un plano topográfico, e incluso un simple mapa de carreteras, para descubrir cual debía de ser la antigua ruta que descendía paralela al curso del Henares durante las épocas antigua y medieval: De Alcalá a Guadalajara aproximadamente por el lugar que hoy ocupa la carretera nacional; de aquí a Humanes, donde antaño hubiera un castillo que custodiaba el paso al curso inferior del río; de Humanes a Jadraque, siempre remontando más o menos (los ríos suelen ser más caprichosos que los adustos caminos) el sinuoso curso del Henares y, por último, de Jadraque a Sigüenza siguiendo a partir de Matillas no el curso del Henares sino el del Dulce para, ya en Mandayona, encaminarse por fin directamente hacia la ciudad mitrada.
Es ésta una ruta demasiado larga para ser recorrida en una única jornada, pero si lo que desea el viajero es saborear los paisajes que conforman el curso medio del Henares, cuenta éste con una interesante etapa como es la comprendida entre Humanes y Jadraque, comarca ésta en la que nuestro río se hace mayor de edad merced a las aportaciones de varios de sus principales afluentes: el Cañamares, el Bornova, el gentil Aliendre y, ya por último, su tributario mayor, el Sorbe.
El Sorbe en el puente de la
carretera de Humanes a Jadraque
Tomando, pues, como punto de partida la localidad de Humanes, a poco de abandonar el caserío se cruzará el viajero con el ya moribundo Sorbe, un Sorbe todavía brioso a pesar de lo cercano de su final, que discurre en este lugar por un hondo y ameno cauce densamente poblado de vegetación, lo que le convierte en un auténtico vergel en mitad de la áspera meseta castellana. Nada menos que cuatro puentes se interponen aquí en su camino en el breve espacio de unos centenares de metros: El de la carretera antigua, que hoy sólo da servicio a las urbanizaciones situadas en la ribera izquierda del río; un segundo estrecho y destartalado, pura ruina en su abandono; el de la carretera nueva, amplio y flamante aunque feo, como todos los de su especie y, por último, el del ferrocarril, seña de identidad de estas tierras desde hace casi siglo y medio.
Río arriba de esta sinfonía de puentes las aguas se rompen rebosando del azud que hasta hace poco saciara la sed de Alcalá y Guadalajara, mientras río abajo topan con el recio cerrete sobre el que antaño se alzara un desaparecido castillo y al cual hoy siguen socavando pacientemente; de aquí su justificado nombre de Peñahora, en castellano antiguo Peña Fora, que es lo mismo, en definitiva, que Peña Horadada. Por fin, cansado quizá de sus inútiles embates contra la dura roca, el Sorbe optará por rodearla, cruzando bajo la nueva carretera y el tendido del ferrocarril para marchar decididamente en busca del cercano Henares, al tiempo que desaparece de la vista de un viajero que, en esta ocasión, no está interesado en buscar su desembocadura.
La carretera, que era estrecha y sinuosa tal como solía ser habitual por estos pagos, salva ahora el breve obstáculo de Peñahora, una vez dejado atrás el puente, tajando por las bravas la base misma de la peña, la cual por una ironía del destino resulta quedar triplemente horadada por el río y las dos carreteras; la antigua, que discurre por lo alto, y la nueva, más arrogante, siguiendo los pasos de la vía del tren. Esta última, flamante y recién estrenada, tras cruzar sobre un barranco hoy convertido en vertedero que va a desembocar al desahuciado Sorbe, se ciñe estrechamente a los caminos paralelos que siguen el propio Henares y la vía del ferrocarril, esta última ocupando una posición intermedia que impide de esta manera al viajero la visión del cercano río.
El Henares en Cerezo de
Mohernando
No mucho más allá el viajero alcanzará la pequeña población de Cerezo de Mohernando, con su apiñado caserío alzado sobre un otero a cuyos pies discurre el Henares. No pasa en este lugar la carretera a la vera del río, pero éste se puede alcanzar sin dificultad tomando un corto camino que, partiendo del pueblo, acaba en un puente que cruza sobre el curso del mismo. Sin embargo, la visión del Henares aquí no puede decirse que sea precisamente interesante: Si río arriba el cauce es estrecho y desangelado, río abajo el curso de agua se empequeñece hasta extremos inverosímiles semejando ser antes un pequeño riachuelo anónimo que el esperado río ya maduro a falta tan sólo de la contribución del cercano Sorbe.
El Henares en Espinosa de
Henares
Finalmente, tras dejar atrás las pequeñas localidades de Montarrón y Fuencemillán, ambas apartadas de las riberas del río, la carretera antigua cruzaba la vía en un paso a nivel para, poco más allá, darse de bruces con un relajado Henares cuyas mansas aguas cruzan impasibles bajo los arcos del imponente puente que conduce a Espinosa de Henares, población cuyas estribaciones lame nuestro río formando ambos una perfecta simbiosis que se ha de dar muy pocas veces a lo largo de su curso. Claro está que las imposiciones del progreso, no siempre sensibles a la poesía, han determinado que la nueva carretera, catalogada como CM-101 según la nomenclatura oficial, discurra ahora más alejada del Henares y separada de éste por el tendido del ferrocarril, semejando rehuir la compañía del río. Pura elucubración del viajero, por supuesto, ya que ésta se ha limitado a buscar el camino más fácil para llegar a Jadraque; pero a éste le gusta imaginar, en ocasiones, la existencia de alma en algo tan prosaico como son las vías de comunicación.
Desdeñando la tentación de encaminar sus pasos por la flamante carretera, que le impide una visión próxima del río, una vez llegado a Espinosa el viajero evita cruzar el puente tras el que se alza la villa, por el cual continúa la ruta que conduce a las tierras alcarreñas de Hita, para, describiendo un guiño en su ruta, bordear las tapias de una fábrica de harinas con cierto aspecto de cortijo, continuando camino de Carrascosa por una baqueteada carretera local que discurre siempre paralela a un Henares que también presta su apellido a esta segunda villa.
Desembocadura del
Aliendre
A poco de abandonar Espinosa, caminando siempre en la vecindad del río, el viajero tendrá ocasión de ver cómo el pequeño Aliendre entrega con mansedumbre sus parcos caudales a un Henares ensoberbecido que juega a ser mayor describiendo un amplio y majestuoso meandro por cuya orilla derecha se dispersa la magra aportación de su tributario en forma de ancho delta en miniatura, delta en el que crecen las plantas acuáticas con tal profusión y con tan poco respeto hacia el moribundo riachuelo que no es extraño que la desembocadura del mismo se llegue incluso a cubrir totalmente, en tiempos de lluvias abundantes, con un tupido manto vegetal que vela por completo las aguas que discurren por él antes de recalar definitivamente en el cercano Henares. La vieja carretera y el tren, este último del lado de allá sin que por una vez se interponga entre ella y el cauce, son en esta ocasión testigos privilegiados de un hecho, la muerte de un río, que en estas comarcas acostumbra a ser piadosamente velado tanto por la naturaleza como por la lejanía, al tiempo que la joven hermana de ésta, obstaculizada por la doble barrera que se interpone entre ella y el río, paga con su arrogancia el alejamiento del mismo.
Dejado atrás el Aliendre, el viajero tendrá ocasión de atravesar los magros cauces de un par de incógnitos arroyos sin que pueda evitar el pensar, a la vista de la profundidad de estas yermas ramblas, que estos habitualmente muertos afluentes debieron sin duda de disfrutar de tiempos mejores en un pasado quizá no tan remoto. Y, tras cruzar por enésima vez el sempiterno tendido férreo, se encontrará por fin a las puertas de su siguiente jalón, Carrascosa, no sin antes haber dejado atrás un nuevo y reseco arroyo.
El Henares en Carrascosa de
Henares
Carrascosa es un pueblecito pequeño que justifica su apellido por la presencia del Henares en sus cercanías, justo detrás de las vías del ferrocarril, las cuales habrá que cruzar por el apeadero para poder acercarse hasta el río. En Carrascosa se acababa también hasta hace poco, a decir de los planos, la primitiva carretera, hecho éste nada sorprendente en una provincia como la de Guadalajara en la que los caminos, lejos de cruzarse, se limitan como mucho a ir. Sin embargo, las apariencias engañaban ya que, tras cruzar las tortuosas calles y seguir por un polvoriento camino, se podía alcanzar finalmente una anónima carretera que, de acuerdo con los mapas, no debería estar allí, pero que no obstante permitía continuar directamente hasta su meta jadraqueña. Y es que, en ocasiones, hasta los errores pueden llegar a ser bienvenidos. Ahora, por el contrario, las cosas han cambiado tornándose mucho más fáciles, ya que la nueva carretera que le ha crecido a la comarca discurre por las afueras de Carrascosa engullendo literalmente a su predecesora, que sólo en algunos tramos emerge, ya inútil, en forma de curvas suprimidas en aras de la modernidad.
Siguiendo adelante por el ahora flamante camino de Jadraque, el viajero se encontrará a poco frente a una densa hilera de chopos que anuncian, en brusco contraste con la parda llanura vecina, la cercana presencia de un curso de agua. Quizá pueda pensarse que se trata del mismo Henares interpuesto en su camino merced a una de sus acostumbradas revueltas, pero el oportuno rótulo advertirá al viajero que se trata del Bornova, uno de sus principales afluentes que, por ello, contribuye de forma notoria a hacerlo grande.
El Bornova en la
carretera de Carrascosa de Henares a Jadraque
El Bornova, en este lugar cercano ya a su desembocadura, cuenta con un amplio y pretencioso cauce en el cual las aguas se remansan perezosas permitiendo el crecimiento de numerosas plantas acuáticas arraigadas en el poco profundo lecho del río. Se respira frescura en el ambiente y el relajado viajero quiere en verdad disfrutar con más sosiego de esta placidez tan cara de conseguir en la siempre inhóspita ciudad de la que procede. Así pues, aplazando la visita a la cercana Jadraque hará un alto en el camino para poder contemplar a su antojo al ya maduro Bornova.
Nada mejor que hacerlo desde el propio puente, tan moderno y funcional como la carretera que pasa por él, mas esto tan sólo podrá hacerlo en uno de los dos sentidos, aguas arriba en concreto, ya que sobre el pretil opuesto discurre una inoportuna tubería, posiblemente procedente del cercano embalse de Alcorlo, que dificulta hasta casi impedirla la contemplación de las aguas del Bornova alejándose camino de su cercano encuentro con el Henares. Ciertamente, reflexiona el viajero, saciar la sed de las poblaciones situadas Henares abajo, su propia Alcalá natal entre ellas, ha de tener prioridad sobre actividades como la suya que tan sólo se pueden justificar recurriendo a la literatura; pero pese a ser plenamente consciente de ello, lo cierto es que no dejará de lamentarse por el obstáculo que aquí se interpone a sus deseos.
No satisfecho con la contemplación del río desde el puente, el viajero disfrutará dando un pequeño paseo por este apacible soto, descubriendo así que el Bornova, además de rendir poco más allá sus aguas al Henares, entrega generosamente parte de ellas a un caz que poco más allá corre brioso, sin que llegue a saber si su fin es fertilizar los predios vecinos o bien para mover las industriosas muelas de algún molino cercano. Hecho lo cual, el viajero volverá a retomar el camino hacia la ya cercana Jadraque.
El Henares en la carretera de
Jadraque a Hiendelaencina
Tras dejar atrás las riberas del Bornova, la nueva carretera continuará discurriendo por la plácida campiña del Henares hasta alcanzar, en una rotonda, a la que enlaza Jadraque con los pagos mineros de Hiendelaencina. Una vez allí, se abren ante el viajero dos posibles alternativas. Siguiendo la primera de ellas podrá encaminarse directamente a la villa jadraqueña, único camino posible hasta la construcción de la nueva vía, cruzando a poco el Henares para, poco después, atravesar el tendido del ferrocarril arribando finalmente a Jadraque, la villa del buen yantar. Merecerá la pena, no obstante, hacer una parada justo antes de cruzar el puente, una sólida y a la vez grácil fábrica decimonónica de piedra, para echar un vistazo a un Henares un tanto empequeñecido que, si bien acaba de engrosar sus caudales con la aportación del cercano Cañamares, todavía está a la espera de cobrarse las contribuciones de sus dos principales tributarios, Bornova y Sorbe, cuyas respectivas confluencias le aguardan aguas abajo.
La segunda alternativa, irrealizable hasta hace pocos años, es la de continuar por el nuevo tramo que prolonga a la carretera CM-101 hasta alcanzar la rotonda en la que ésta confluye con la antigua vía -en su día llegó a ser carretera nacional- que conduce hacia Atienza y los altos páramos sorianos de Barahona. De esta rotonda arranca también la ruta que remonta el valle del Henares en dirección a Bujalaro y Matillas, pero esta última corresponde ya a una etapa distinta. A mitad de camino entre ambas rotondas se interpondrá el curso del Henares estrechamente escoltado por el tendido del ferrocarril, doble obstáculo salvado de una vez por la carretera merced a un airoso viaducto de casi doscientos metros de longitud convertido por méritos propios, ya desde el mismo instante de su nacimiento, en la mayor obra de ingeniería existente en estas tierras. La obra es ciertamente impresionante, pero la ausencia de un arcén impide detenerse al viajero, tal como éste hubiera deseado, viéndose limitado a atisbar fugazmente la verde hondonada por la que discurren de la mano tren y río. Y de allí a Jadraque, aunque esta etapa final pertenece también a otra jornada.
El Henares bajo el puente de
la carretera CM-101. Fotografía tomada de Google Maps
La ruta del medio Henares, un Henares al que se ve crecer por momentos conforme va recogiendo las aportaciones de sus distintos feudatarios, concluye aquí o quizá algo más arriba, en Matillas, donde el Dulce lo convertirá en algo más que el arroyo saltarín que bañara la ciudad de Sigüenza.
Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 31 -7-2015