El nacimiento del Dulce
Al igual que ocurre con el cercano Henares el Dulce, uno de sus principales tributarios, tiene su origen en la vertiente occidental de la Sierra Ministra, romo aunque recio espolón que sirve de divisoria de aguas entre el Atlántico y el Mediterráneo o, si se prefiere, entre el padre Tajo y el padre Ebro, asentándose pues su cabecera en la ladera meridional de los accidentados repechones que constituyen el puerto de Alcolea, muy cerca, pues, de donde tiene su nacimiento el Jalón, soriano de origen pero aragonés de vocación.
Sin embargo, y a diferencia de su vecino Henares, el Dulce no tiene un nacimiento indiscutido sino que, para desesperación del viajero, encontrar el verdadero origen de este río no será una labor nada fácil pues, al igual que ocurriera otrora con las fuentes del Nilo, tropezará en su investigación con todo un conjunto de opiniones dispares agravadas además por la incruenta rivalidad existente entre Bujarrabal y Estriégana, las dos localidades que pugnan por la honra de dar vida al Dulce en sus respectivos términos. Y, como el viajero es afortunadamente neutral en estas querellas, bien podrá permitirse el lujo de obtener sus propias conclusiones estudiando sobre el mismo terreno las diferentes teorías que a su conocimiento han llegado.
Remontan los mapas los dominios del Dulce hasta la misma divisoria de aguas, en pagos de la pequeña localidad de Bujarrabal, si bien dan a estos precoces tributarios no el nombre del río, que eso sería sin duda demasiado, sino diferentes calificativos todos ellos unidos al nombre de arroyo: de la Vega, Cañizar, del Val de Lázaro, del Tablazo, de Valgordillo... Todos ellos humildísimos cursos de agua a los que el viajero no encontró en su día merecedores de recabar para sí mismos el honor de ser considerados como la cabecera del Dulce.
El arroyo de Bujarrabal,
excepcionalmente crecido tras las lluvias
Podría considerarse, no obstante, que el Dulce se forma merced a la reunión fraternal de todos estos arroyos aguas abajo del pueblo, por lo que de esta manera todos ellos vendrían a dar origen de forma solidaria y discreta al que luego acabará siendo uno de los principales afluentes del Henares; reunidas así sus magras aguas, el recién formado Dulce habría de bajar serpenteando por el camino que enlaza Bujarrabal con la cercana localidad de Estriégana para por fin cruzar bajo la carretera que discurre entre Sigüenza y Alcolea del Pinar en forma de humilde y anónimo arroyo, apenas un insignificante rasguño en la dura piel de los altos páramos que constituyen las estribaciones meridionales de la cercana divisoria de aguas.
Por fortuna para el viajero, que sin duda esperaba algo más de río tan gentil como es el Dulce, los manaderos de Estriégana, defendidos con tesón como las auténticas fuentes del río por los habitantes del lugar, servirán para proporcionarle una visión mucho menos deprimente del nacimiento del río... Porque, al contrario de lo que ocurre con los arroyos de Bujarrabal, secos frecuentemente en verano, y también con la otra hipotética fuente del Dulce, el largo y también seco arroyo Viejo procedente de Alcolea, los manantiales de Estriégana se suceden uno tras otro a la vera misma del pueblo, son perfectamente identificables, manan agua todo el año y, lo más importante de todo, a partir de los mismos el río se encuentra ya perfectamente formado si bien con un caudal que todavía no es sobrado, como cabría por cierto esperar de lo reciente de su nacimiento.
Para el viajero, pues, la duda ha quedado resuelta a favor de Estriégana, y será a esta localidad donde se dirija para estudiar con detenimiento un origen que, por tener lugar en el mismo caserío, no puede ser más accesible, al contrario de lo que sucede con otros tributarios del Henares que esconden sus nacimientos tras el velo protector de los arriscados parajes en los que éstos tienen lugar.
Uno de los manantiales
del río Dulce, en Estriégana
Sabe el viajero, por referencias de terceros, que el primero de los manantiales está situado al borde de la carretera, frente al desvío que conduce a la propia Estriégana y a Saúca, separado de ésta tan sólo por la breve edificación de una cantina. No tendrá por ello ninguna dificultad en acercarse a él, descubriendo que se trata de una estrecha hondonada cubierta profusamente de verdor, árboles en las riberas y plantas acuáticas tapizando el lecho hasta hacerlo prácticamente invisible. Y, aunque le sea preciso esforzarse para descubrir el agua que por debajo de las hierbas surge, un agua mansa y callada a la que no se ve correr, podrá comprobar que es evidente que el manantial existe.
Así nacido, bordeará por detrás el minúsculo regato la edificación vecina para cruzar a poco la carretera de una manera francamente anónima; porque, todo hay que decirlo, si a este manadero le corresponde con todos los derechos el honor de ser el primero del Dulce, no quiere esto decir que sea el más importante de ellos, ya que serán sus hermanos los que aporten al río la mayor parte de su caudal inicial.
Y si no resultó nada difícil hallar este primer manantial, mucho más fácil será encontrarse con el resto, ya que éstos jalonan la margen de la carretera en los escasos centenares de metros que separan el desvío del pueblo. Son cuatro, o quizá cinco, los aportes de agua que poco a poco irán engrosando el recién nacido curso de agua; alguno de ellos se encuentra circunstancialmente seco por culpa de la pasada sequía, pero del resto brota con generosidad un agua que, en forma de pequeños y breves regueros, irán a reunirse con la corriente principal tras unos escasos metros de efímera independencia. Pasará el recién formado río por dentro del antiguo lavadero -pequeña humillación ésta que tolerará de buena gana- y, una vez libre de nuevo, vendrá a recoger el último y quizá más importante de todos los aportes, el de la fuente del pueblo, la cual con sus tres opulentos caños dará el espaldarazo final al infantil Dulce.
El recién nacido Dulce
abandona Estriégana
Ya no habrá, por el momento, más manantiales que contribuyan a engrosar el breve caudal del río, por lo que éste abandonará su lugar natal con un apreciable caudal para su condición de recién nacido en busca de su destino; y así lo dejará el viajero, en el puente por el que cruza el camino que conduce a Barbatona y a Jodra, no mucho antes de que recoja las aguas de su primer tributario, que paradójicamente habrá de ser el Dulce apócrifo que viene de los altos de Bujarrabal... Ironías del destino, pensará el viajero antes de tomar su vehículo camino de la próxima etapa.
Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 19-6-2015