El arroyo de Torija





El valle de Torija. Fotografía tomada del blog Wadi al Hiyara



Una de las rutas terrestres más importantes de nuestro país, la que enlaza el centro de la península con las ciudades de Zaragoza y Barcelona con el nombre de carretera nacional II, atraviesa de parte a parte la meseta alcarreña luego de franquear el límite entre esta comarca castellana y el inmediato valle del Henares, apenas rebasada la ciudad de Guadalajara, aprovechando la profunda y estrecha hendidura tallada por el pequeño arroyo que, nacido a los pies del castillo de Torija, desagua en el Henares al norte de la propia capital provincial.

Con cerca de quince kilómetros de longitud desde Taracena hasta Torija, este pintoresco vallejo supone, amén de una cómoda vía de acceso a las tierras altas de la Alcarria, un solaz para los ojos del viajero que se ve de pronto literalmente encajonado en un estuche vegetal que, a pesar de los inevitables destrozos causados por la construcción de la nueva autovía y de los probablemente evitables incendios forestales que en alguna ocasión lo han asolado, tiene la virtud de impresionar a todo aquel que lo atraviese por primera vez y aún, probablemente, en las posteriores.

Y sin embargo nada parecerá indicar al viajero no avisado la existencia de esta pequeña joya cuando, dejada atrás la circunvalación de Guadalajara, bordee el mínimo caserío de Taracena antes de llegar poco más allá al desvío de la carretera que conduce hasta Jadraque y Atienza; entonces se habrá cruzado, probablemente sin prestarle la menor atención, con un ínfimo y anónimo cauce comido por los carrizos que atraviesa la doble calzada de la autovía antes de perderse camino del cercano Henares: Se trata del regato que los mapas señalan con el nombre de arroyo de la Vega y que el viajero prefiere denominar como arroyo de Torija dado que es en este pueblo donde tiene sus fuentes y dado también que tan brioso arroyuelo bien merece un nombre propio que lo individualice, diferenciándose así de los numerosos arroyos de la Vega -tantos, casi, como vegas hay- que existen a lo largo y ancho de toda la geografía española.

Comienza el valle propiamente dicho -o termina, por hablar con más exactitud- en un espolón arcilloso limpiamente cercenado diríase, casi, como por un cuchillo; cortado que constituye sin duda uno de los más pintorescos e inconfundibles elementos paisajísticos del entorno más inmediato de la provincia de Guadalajara, el cual tiene la virtud de traer a la mente del viajero las familiares terreras que tanto prodiga el Henares a todo lo largo de su ribera izquierda... Pero en esta ocasión no ha sido el padre río, sino uno de sus más humildes tributarios, el responsable directo de tan llamativa erosión, más espectacular aún si cabe si se tiene en cuenta lo menguado -cuando no nulo- de su caudal.

Tras tan excelente tarjeta de presentación no es de extrañar que el arroyo de Torija siga sorprendiendo al viajero una vez que, recogido en su valle, le dé la bienvenida con sus empinadas laderas cerrando, a modo de doble e inmediato horizonte, el campo visual del viajero hasta reducirlo apenas a unos centenares de metros a derecha e izquierda sin que tan drástica limitación provoque en éste aprensiones de cualquier tipo sino, muy al contrario, una muy placentera satisfacción ante tal miniatura de valle. Discurre en este lugar la autovía por el borde septentrional del vallejo bien arropada por el denso pinar que, trepando por la inmediata ladera, da una nota de frescor al paisaje al tiempo que ayuda a olvidar, y al mismo tiempo a comprender, a los pelados páramos alcarreños que constituyen su entorno más inmediato. Apenas a cien o doscientos metros a la derecha, casi al otro lado del fondo plano de la artesa fluvial, marcha tranquilo el arroyo invisible en su pequeñez a los ojos curiosos del viajero, mientras la ladera meridional, más desnuda que su compañera pero al mismo tiempo quizá más auténtica con su vegetación mediterránea en vez de con nórdicas coníferas, oficia de cercano telón de fondo a la avidez inquisidora del siempre insatisfecho viajero.

Pasado Valdenoches, otra minúscula pedanía de Guadalajara cuyo caserío lame el arroyo, el vallejo se estrecha cada vez más al tiempo que su lecho se empina en busca de las altas y cercanas estribaciones de la Alcarria. Poco más allá ocurre lo inevitable y la autovía, abusando de las prerrogativas otorgadas en nombre del sacrosanto progreso, invade impunemente el propio cauce del pobre arroyo saltando descaradamente de uno a otro lado del mismo llegando, incluso, a encajonarlo en alguna que otra ocasión entre ambas calzadas a modo de vergonzante y artificial cuneta...

Cercana ya la villa de Torija, vigía secular de estos caminos merced a su orgulloso y espectacular castillo, el arroyo homónimo consigue zafarse del abrazo asfixiante de la autovía gracias a que ésta, desdeñando el camino trabajosamente labrado por su compañero, prefiere adentrarse decididamente ladera arriba buscando alcanzar de una manera más suave la inmediata planicie alcarreña evitando al mismo tiempo la proximidad de la propia población tal como mandan los cánones actuales. La carretera antigua, por el contrario, discurre estrechamente hermanada al cauce hasta que, en los mismos cimientos ya del castillo, acaba describiendo una doble curva que a modo de guiño le alejará definitivamente de su gentil vecino antes de trepar trabajosamente por la empinada cabecera del valle. El viajero, buen conocedor de este trazado, no ignora que justo a los pies del castillo mana una generosa fuente que bien puede ser considerada, si no oficial, cuanto menos oficiosamente origen del celebrado arroyo; pero tan humilde nacimiento no le detendrá más que un instante por lo que, continuando adelante con su camino, alcanzará a poco la suave llanura de Trijueque, dominio ya del alcarreño Tajuña.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 24 -8-2015