El legado de Kong *





Tanto la literatura primero, como el cine después, han sido una continua fuente de iconos, o arquetipos, que han acabado formando parte del acervo cultural común. Casos tan conocidos como el Quijote o el Tenorio, por poner tan sólo dos ejemplos de origen español, dieron el salto directamente desde la literatura, mientras que otros como Drácula o Frankenstein, aunque también originariamente literarios, deben la popularidad a sus posteriores versiones cinematográficas.

Sin embargo, también el cine ha creado sus propios mitos partiendo de bases originales, por más que en ocasiones puedan rastrearse algún tipo de influencias anteriores. Éste es precisamente el caso de King Kong, una sublimación del conocido mito de la Bella y la Bestia aunque con los suficientes rasgos de identidad propios como para poder considerarlo como de nuevo cuño. Veamos ahora una breve historia de su génesis.

King Kong, dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en 1933 para la RKO, se basaba en un guión original de James Ashmore Creelman y Ruth Rose, escrito a partir de un argumento de Merian C. Cooper y Edgar Wallace; no existía, pues, ningún tipo de versión literaria previa a diferencia de otras películas similares de la época, aunque la influencia de obras tales como El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle, resulta más que evidente. A título de curiosidad, cabe reseñar que fue una de las primeras películas para las que se compuso una banda sonora original (de Max Steiner), dado que hasta entonces, en el recién creado cine sonoro, se había optado por recurrir a composiciones musicales previamente existentes.

La película alcanzó un clamoroso éxito de público y crítica, convirtiéndose casi de inmediato en uno de los grandes clásicos del cine de todos los tiempos al tiempo que el gigantesco gorila de la isla de la Calavera pasaba a ser uno de los iconos más reconocibles de la cultura popular norteamericana, no faltando quien opine que parte de este éxito se debió a la peculiar situación de la sociedad norteamericana de la época, en plena depresión económica tras el crack bursátil de 1929; cuando la realidad es adversa, muchas personas tienen a refugiarse en una fantasía más acogedora.

Al igual que sucede hoy día, el cine de la época trataba de sacar el máximo partido de las películas exitosas rodando secuelas que, por lo general, solían ser muy inferiores al film original. King Kong no fue una excepción a la regla, ya que el gran simio protagonizaría un buen puñado de películas de bajo presupuesto, la gran mayoría de las cuales adolecerían de una lamentable calidad técnica y artística.

El hijo de Kong (Son of Kong, Ernest B. Schoedsack, 1934) fue la primera de ellas, una oportunista cinta realizada aprovechando los descartes de montaje de King Kong. Interpretada por Robert Armstrong y Frank Reicher, que recuperaban sus papeles de Carl Denham y capitán Englehom del film original, en ella Denham, acosado por los acreedores que pretendían hacerle pagar los destrozos provocados por Kong en la película original, huye de Nueva York en el barco del capitán Englehom y acaba llegando a la isla de la Calavera, donde para su sorpresa se encontrará con una especie de Baby Kong, que, naturalmente, sólo puede ser el hijo del pobre King Kong aunque en ningún momento se sepa nada de su hipotética madre. A pesar de su evidente mediocridad esta película tuvo cierto éxito, lo que propició que se distribuyera ampliamente por todo el mundo.

Hubo que esperar quince años para que Hollywood volviera a interesarse por el gorila gigante. En 1949 se estrenó El gran gorila (Mighty Joe young, Ernest B. Schoedsack), producida nada menos que por el mejor director de la historia del cine, John Ford y protagonizada por Terry Moore, Ben Johnson, Douglas Fowley y James Flavin, el cual había trabajado en el film de 1933 interpretando el personaje de Briggs. Aunque inspirada claramente en el Kong original, algo totalmente lógico puesto que el guión fue escrito por Ruth Rose a partir de un argumento de Merian C. Cooper, no puede hablarse en sentido estricto de secuela, sino más bien de una versión paralela en la que el gorila gigante, ahora llamado Joe, no habita en una isla perdida del Pacífico sino en lo más ignoto de la jungla africana. Esta película tendría a su vez un remake, Mi gran amigo Joe (Mighty Joe young, Ron Underwood, 1998), que fracasó comercialmente a pesar de contar con unos magníficos efectos especiales, quizá a causa del mal que acosa al cine de aventuras actual, la habitual flojedad de sus guiones.

Tampoco la película original se libraría de las nuevas versiones. En 1976 el productor Dino de Laurentis se embarcó en la aventura de rodar un nuevo King Kong sin escatimar medios económicos ni técnicos para ello. Dirigido por John Gillermin, realizador especializado en lo que se ha dado en llamar cine de catástrofes, el Kong de Guillermin fue uno de los títulos más taquilleros del cine de los 70, pero a pesar de la gran inversión económica el film de se quedó a años luz del original de los años treinta. Debe señalarse también, que al situar la acción de la película en el presente, le arrebataron a la historia original buena parte de la magia que la caracterizaba. Diez años después de Laurentis se atrevió a rodar una secuela, King Kong 2 (John Guillermin, 1986), que pasó completamente desapercibida con mucha pena y muy poca gloria.

Habría que esperar hasta que Peter Jackson, recién terminada su exitosa trilogía de El Señor de los Anillos, abordara en 2005 una nueva versión (la tercera, sin contar las secuelas) de King Kong, en esta ocasión una superproducción que trataba de recuperar la magia y el encanto del film original, aunándolos con unas avanzadísimas técnicas de efectos especiales en las que las simulaciones infográficas tenían un peso considerable. Respetando al máximo el planteamiento de la inmortal obra de Cooper y Schoedsack, Jackson situó la acción a principios de los años 30 del pasado siglo, es decir, justo la época en la que se rodó la película original, añadiendo a la historia grandes dosis de acción y espectacularidad. Aunque el nuevo King Kong no alcanza el nivel artístico del film de 1933, puede afirmarse, sin embargo, que es el mejor remake que se haya filmado de tan fabulosa obra maestra.

Como cabe suponer, un filón de esta naturaleza no podía pasar desapercibido para las pragmáticas productoras japonesas de Kaiju Eiga, o películas de monstruos, las cuales adquirieron los derechos del personaje y lo incluyeron en su bestiario particular. La peculiarísima versión japonesa del simio gigante se plasmó en filmes tales como King Kong contra Godzilla (Ishiro Honda, 1962) y King Kong se escapa (Ishiro Honda, 1967). Curiosamente, en ésta última película aparece una especie de sosias robótico de Kong, bautizado como Mecanikong, claro precedente del televisivo Mazinger Z y muy similar a Mytek, el gorila-robot creado por los autores de cómic británicos Tom Tully (guionista) y Eric Bradbury (dibujante).

El pobre Kong también tendría la desgracia de convertirse en protagonista de algunos deleznables productos de serie Z como, por ejemplo, la casi desconocida cinta italiana Eve, la venere selvaggia (Roberto Mauri, 1968), titulada en inglés Kong island. Hay constancia de que asimismo se filmaron películas protagonizadas por nuestro entrañable gorila en lugares tan dispares como Corea, Hong Kong o la mismísima Gran Bretaña.

En ocasiones, y con el fin de eludir el pago de derechos de autor, los sosias de Kong carecen de nombre concreto, o bien ostentan otros diferentes. Dos ejemplos muy representativos de esto serían la película japonesa La batalla de los simios gigantes (Gaira y Sanda para los amigos), dirigida por Ishiro Honda en 1966, o la española Viaje al centro de la Tierra (Juan Piquer, 1977), fallida adaptación de la novela de Julio Verne, en la que se añadió un gorila gigante a la tradicional fauna prehistórica que, según imaginó el gran novelista galo, poblaba el interior hueco de nuestro planeta.

Como puede verse, el legado de King Kong es muy amplio, con producciones para todos los gustos, sin que el paso de los años haya hecho decaer el interés por él, encluso existen películas de animación, series (también de dibujos animados), cómics y novelas con Kong como protagonista. No cabe duda, pues, de que a estas alturas el enorme gorila imaginado en sus ratos libres por Merian C. Cooper se ha convertido en un verdadero icono de la cultura popular.




* Escrito en colaboración con Antonio Quintana Carrandi.


Publicado el 6-3-2007 en el Sitio de Ciencia Ficción